La sensación de inquietud, de amenaza permanente, flotaba en el aire. Era noviembre de 2023 y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata transcurría en medio de la incertidumbre propia de un balotaje que contrastaba dos modelos: uno, problemático y con serios déficits, pero que no dejaba de reconocerle al Estado su rol como promotor cultural, y otro, que surgía “novedoso” y resultado del hartazgo social, que se proponía dinamitar esa noción.
Así llegamos a 2024 y hoy no solo ese mismo festival está en riesgo, sino la industria cinematográfica toda. La misma que es marca, faro y que se exporta a todo el mundo. La de Damián Szifrón y Demián Rugna. La que “mete” títulos en la meca de Hollywood y tiene representantes en la alfombra roja de todos los festivales del mundo. Esa maquinaria de antaño que empieza en los sueños de los estudiantes de la UBA, la ENERC o de cualquier rincón del país. La misma que después enorgullece a la argentinidad cuando da la vuelta al globo.
Un golpe mortal
El decreto 662/2024, publicado por el Gobierno Nacional a fines de julio, viene a poner un manto definitivo de dudas sobre la supervivencia de una industria problemática y averiada, pero que es un pilar de la producción cultural argentina (y de su potencial). ¿Por qué? Porque esa disposición borra de un plumazo la “cuota obligatoria” de exhibición de películas domésticas en las pantallas comerciales y establece que, a partir de ahora, será el presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) el que lo decida de manera discrecional. Arte personalizada.
Hasta la llegada de este decreto, que como otros fue directo a golpear al INCAA –identificado como una más de las tantas cuevas de “ñoquis” del Estado–, la ley 17.741 fijaba que para cumplir esa cuota de pantalla había que proyectar una película nacional por sala comercial, en todas sus funciones y, por lo menos, una semana por cada trimestre del año. No era mucho. Si la película superaba la cantidad de espectadores establecida (algo que se mide de acuerdo a la capacidad de cada sala), se ganaba el derecho de seguir en cartel, como mínimo, una semana más.
El sistema tenía fallas pero, así y todo, a los tumbos, funcionaba. Para eso eran clave no sólo la difusión de las películas por todos los medios posibles, sino el boca a boca, que siempre fue uno de los mayores empujes para que las producciones locales se metieran en la conversación e impacten en la cultura. Que es a lo que aspira toda obra de arte que se precie de tal ¿Alguien recuerda, por ejemplo, las conversaciones en las calles y en las familias en torno a películas como Nueve Reinas, El Secreto de sus Ojos o, antes en el tiempo, Caballos Salvajes?
Pero ahora el Gobierno definió que el INCAA será la autoridad de aplicación de la ley 17.741, de Fomento de la Actividad Cinematográfica Nacional, por lo que su presidente, en este caso Carlos Pirovano:
Fijará la cuota de pantalla de películas nacionales de largometraje y cortometraje que deberán cumplir las salas y demás lugares de exhibición del país, pudiendo segmentar la cuota sobre la base de las características de las salas alcanzadas.
El decreto dice perseguir el objetivo de “dotar de eficiencia el funcionamiento del citado organismo y la optimización de sus procesos administrativos, así como la racionalización de sus recursos, para el mejor ordenamiento y cumplimiento de sus fines”. Está clara la intención de pasar la motosierra; lo que el Gobierno libertario parece no advertir es que, con esa acción, hiere gravemente a la producción cinematográfica de su país. O no le importa.
Para la actual gestión, el fomento a la industria cinematográfica tiene que contemplar “la calidad y posibilidades de exhibición, audiencia y recuperación de los fondos otorgados, por sobre preferencias ideológicas”, además de enfocarse en “producciones de calidad, que sean exitosas en la taquilla y bien recibidas por el público general, y no imponiendo obligaciones de exhibición por parte de las salas”.
Lo que lleva a una pregunta simple pero, como todo lo simple, necesaria: ¿qué sería de muchas películas consideradas “obras maestras”, puntos insignes de la producción argentina, si no no hubieran tenido el apoyo del INCAA? ¿Qué suerte correrían muchas de esas epopeyas por las que nadie apostaba si no hubieran tenido una presencia, aunque fuera mínima y regulada, en las salas del país? Una nación que, pudiendo hacerlo, no cuida su cultura es una nación que no se cuida a sí misma.
El remate
Esta decisión del gobierno de Javier Milei –que en lo que respecta al INCAA fue la última de una larga saga, después de haber instrumentado despidos y reducción de personal– es una cuchillada a la producción cinematográfica en el país de Leonardo Favio, Adolfo Aristarain, Leopoldo Torre Nilsson, Lucrecia Martel, José Antonio Martínez Suárez, Pablo Trapero, Graciela Borges, Albertina Carri, Mirtha Legrand, Norma Aleandro, Szifrón y Bielinsky, por mencionar solo a algunos. Artistas de todo tipo que respiraron y respiran cine y que siempre lo llevaron bajo el brazo por todo el mundo.
Esa es la verdadera “marca Argentina” –una de las tantas– y no el Fortnite que promueve la actual gestión.
Aunque con problemas, discusiones que son bienvenidas y saludables y necesidad de orden y eficiencia -como debe caberle, siempre, a cualquier organismo público, y más a uno dedicado a difundir y promover la cultura-, el aporte del INCAA para mantener vivo y vigente al cine argentino es invaluable. El cine como hecho social. Como punto de encuentro. Como conversación. Ahora regirá la apuesta por el mercado como el único ente que lo defina todo. Y que cada uno quede librado a su suerte.
El escenario que se abre es desconocido y es la misma incertidumbre que ya rodeaba, el año pasado, al Festival de Mar del Plata, cuando en medio de la campaña para el balotaje se veía venir esta andanada contra todo tipo de producciones subsidiadas, promovidas y apalancadas por el Estado. Lo que entonces fue sospecha hoy quedó confirmado.
Y esa herida que se le produce al INCAA se extiende, como una infección, hacia todos los brazos de ese mismo organismo: salas como el Gaumont, la plataforma Cine.ar, festivales y proyecciones en todo el país. Nada está garantizado y nadie sabe dónde pisar. Un campo minado.
A tres meses de su fecha habitual de todos los años, ni siquiera hay certezas sobre si el Festival de Mar del Plata se hará en tiempo y forma o si mutará. Si llegarán capitales privados que le cambien la piel y que afecten su programación y su influencia de manera irreversible.
Después del último decreto, está en duda si las películas argentinas independientes sobrevivirán en las salas o si solo tendrán lugar las que estén financiadas por los grandes estudios, ya sin lugar para proyecciones de nuevas “obras maestras” a la espera de ser descubiertas. La moneda está en el aire.
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