¿Un ladrón es ladrón si no sabe que está robando? ¿Un cómplice es cómplice si no tiene idea lo que le pasa por al lado? ¿Dónde termina el desconocimiento y comienza la complicidad? ¿Qué deber cívico tienen los ciudadanos con el curso con la historia nacional? En el mes de la memoria, luego de un 24 de marzo más inquieto de de los últimos años, revisitar el film La historia oficial (1985) se vuelve vital.
La película de Luiz Puenzo fue una historia tan necesaria como arriesgada. La producción comenzó a rodar con la junta militar aún al mando del estado nacional.
“Se hablaba de que existía la posibilidad de una elección, pero se hablaba de eso, no se tenía.”
Esto cuenta la protagonista Norma Aleandro en una entrevista para canal Encuentro. Había comenzado a filmar una película denunciando los crímenes de lesa humanidad cuando aún los responsables eran gobierno.
Con La historia oficial sucede lo mismo que con muchas películas del Holocausto: las más interesantes son las menos explícitas. Las más pequeñas, las que apuntan menos al golpe bajo o que pareciera que la tragedia histórica las toca de rebote, apelan a una sensibilidad más universal.
Esta película de Puenzo le valió a la Argentina su primer premio de la academia en la categoría de película extranjera. Este año, en esa misma categoría, ganó The Zone of Interest, película inglesa que narra como observadora la vida doméstica de un comandante del campo de concentración de Auschwitz. El gran punto en común de las dos galardonadas es contar la historia por medio de los victimarios.
Víctima o victimario
En la historia oficial vemos a una familia que forma parte del entramado enorme de complicidad de la última dictadura militar, pero con un gran gris: Alicia. ¿Ella es una ganadora o una perdedora? Depende del juego. Las jerarquías sociales operan de tal manera en las que a veces se es víctima y a veces victimario. Y a Alicia le toca el lugar incómodo de ser ambas.
Norma Aleandro interpreta a una esposa tradicional de una familia burguesa porteña. Ella docente, él empresario. Ella cuidadora, él proveedor. Ella callada, él decisivo. Y es por responder a su rol social, que se convierte en cómplice sin saberlo. Alicia es una apropiadora que no sabe que hay un plan sistemático de exterminio que roba bebés, y que uno de esos está en su casa.
Una historia de mujeres
La historia oficial se mueve porque existen tres mujeres: Alicia, su amiga Ana y Sara, la abuela de “Gaby”. Alicia, respondiendo a los roles de género y a la dinámica de su matrimonio -en el que su esposo le dice explícitamente que no hay que hablar de ciertos temas-, no hace demasiadas preguntas. Pero la vuelta del exilio de su amiga Ana le planta la semilla de la duda.
Es la historia de su amiga en un centro de tortura y detención clandestino la que dispara el interrogante. Todo eso que se denuncia en los diarios, la desaparición de personas, el robo de bebés, ¿es verdad entonces? El relato la despierta, la incomoda. Hay un secreto que, tal vez de manera inconsciente, ella ya sabía.
Motorizada por la duda, profundiza su búsqueda hasta dar con un montón de mujeres en su misma situación: saber de esos bebés. Pero ella, a diferencia de todas las abuelas, tiene una niña en casa. En ese camino conoce a Sara (Chela Ruiz), una abuela de Plaza de Mayo, y la abuela de su hija Gaby.
Los encuentros del universo acomodado y encubridor de Alicia con el universo de dolor, precariedad y brutal honestidad de Sara, representan el encuentro de dos Argentinas distintas. En ellas dos, hay dos perfiles de mujeres. Pero como tantas otras abuelas de Plaza de Mayo en la historia real; en la ficción, Sara transforma a Alicia.
En el nombre del padre, del hijo y de los capitales extranjeros
Mientras que las mujeres de la película mueven la trama en pos de la búsqueda de la verdad (Alicia y Sara, conformando algún tipo de alianza hermanadas en la maternidad), los personajes varones en su mayoría se mueven exactamente para el otro lado.
Esta complicidad es una cadena de víctimas y victimarios que ejercen su poder, al mismo tiempo que temen. Roberto (Héctor Alterio), el marido de Alicia, que es técnicamente el villano de esta historia, está muy al tanto de todo lo que sucede y sabe que no está ni cerca de los peces más gordos. También está muy al tanto de la procedencia de su hija y sabe que Alicia haciendo preguntas es un peligro inminente para él. El plan es seguir como caballos, sin mirar a los costados.
Pero si hablamos de complicidad, la Iglesia no se queda atrás. En la escena de la confesión de Alicia, ella le cuenta al Padre de la parroquia sus peores temores (que su hija adoptiva no haya sido adoptada, sino robada) y él, ignorando por completo el mandamiento de “no robarás”, la absuelve de todo pecado.
Siempre el mismo dia
Pareciera que hay conversaciones que no están saldadas. Este 24 de marzo la cuenta oficial de Casa Rosada publicó un video avalando la teoría de los dos demonios y en Twitter fue tendencia “#NoSon30mil”.
En la entrevista de canal Encuentro, Norma Aleandro también cuenta que hacer esta película no fue nada placentero a nivel actoral, que temía que la maten o tener que volver al exilio. Pero que entendió que encarnar a Alicia en busca de la verdad era, más que un papel en su carrera, un deber cívico, una obligación ciudadana.
Pienso que tal vez hoy, como una reflexión personal y para lxs cinéfilos que lean, nuestro deber cívico sea defender la cultura, como se nos ocurra. Y no dejar, como no lo hizo Alicia, que las cosas nos pasen por el costado.
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