El piloto de Friends salió el 22 de septiembre de 1994 y, por sorprendente que nos parezca hoy, no tuvo mucho éxito. Era imposible en aquel momento saber que el programa se convertiría en un fenómeno internacional con millones de fans que vende merchandising y experiencias a montones a 30 años de ese estreno.
¿Qué es lo que nos sigue atrayendo a esos seis amigos sentados en Central Perk? Phoebe (Lisa Kudrow), Chandler (Matthew Perry), Ross (David Schwimmer), Monica (Courtney Cox), Rachel (Jennifer Aniston) y Joey (Matt Le Blanc) no fueron los primeros amigos en sentarse en un café a hablar de sus vidas románticas, del trabajo, de la familia, del futuro.
Tampoco fueron los primeros en vivir en una Nueva York idílica en la que se puede vivir de un trabajo que te permite estar tomando algo un miércoles a las once de la mañana. No fueron los primeros en enamorarse de sus amigos, acostarse con sus vecinos, pelearse con sus parejas, tomarse un tiempo y cagarla en el mismo día. Quizás sí fueron los primeros en mudarse a Yemen para escapar de una novia a la que no le podían cortar.
Las nuevas generaciones, siempre listas con antorcha en mano para someter a todo y todos al escarnio público, se han encargado de hacernos notar las muchas falencias del show. La falta de diversidad, la polémica forma de abordar temas como el sobrepeso o las identidades trans, lo tóxico de la relación de Ross y Rachel.
Es cierto que hay mucho que se quedó viejo, es una sitcom de los noventas después de todo, nadie estaba esperando un contenido revolucionario. Pero de algún moda lo fue. Friends convirtió un género que tradicionalmente se centraba en la familia, en uno sobre los amigos, y no pocas series intentaron emularla, con distinta niveles de éxito. Transformó el género de una manera que sus antecesores no pudieron, incluida Seinfeld (1989-1998) con su status de culto y su humor de comediante judío de Nueva York.
Quizás precisamente porque los personajes de Friends vivían en Nueva York, pero no eran tan expresamente neoyorquinos. Porque los Geller eran judíos, pero su humor no tenía nada que ver con ello (ni tampoco sus vidas, excepto por el capítulo del armadillo de Jánuca). Quizás porque al no tener un protagonista, sino seis, apelaba a un público más general. Porque todos podemos vernos reflejados en uno u otro de los personajes es algún momento.
O quizás no es eso. Quizás la magia de Friends esté en su capacidad para crear un cuento de hadas moderno en el que podemos vivir en Nueva York cumpliendo nuestros sueños en un departamento gigante en el Greenwich Village, al otro lado del pasillo de nuestro mejores amigos. Del mismo modo el que los cuentos de hadas y las películas de Disney nos enamoran con príncipes que pelean con dragones, Friends lo hace con amigos que manejan un taxi de un aeropuerto a otro para que le digas al amor de tu vida que no se mude a París.
Friends supo caminar la línea entre fantasía y realidad, aprovechando la atmósfera de ingenuidad de la ficción de los noventa y principios de los dos mil, terreno fértil de algunas de las mejores rom-coms de la historia. No podría funcionar igual hoy; en una sociedad que se ha vuelto mucho más cínica, políticamente activa y que lleva las políticas identitarias como bandera, estos seis amigos serían tachos de banales, privilegiados y superficiales.
Y ahí radica también la genialidad post mortem de Friends, que supo ser uno de los pocos éxitos de épocas pasadas que encontró la forma de volver sin traicionarse a sí misma, al tratar de recrear una atmósfera que hoy se siente fuera de lugar.
En cambio, lo hizo con una reunión de los actores centrada en anécdotas del detrás de escena, relecturas de episodios y un vistazo a lo que queda de una química inigualable. La reunión, disponible en la plataforma de streaming de Max, no solo nos dio la oportunidad de encontrarnos con nuestros amigos en Central Perk sin tener que preguntarnos qué habría sido de ellos después de su final feliz (del modo en que el fracaso del spin off de Joey lo intentó), sino que además nos dio una última aparición de Matthew Perry antes de que su trágica muerte nos diera vuelta a fanáticos y compañeros de escena por igual.
Aún en 2024, es difícil entrar a las redes sociales sin encontrarse con un meme de Phoebe enseñándole francés a Joey, a Chandler abrazado a nuestro disco favorito o alguna discusión sobre si Rachel y Ross estaban o no en un break, o sobre si ella debió subirse al avión o no.
De hecho, todavía nos preguntamos por la falange izquierda cuando nos subimos a uno y nos sentimos como Monica cuando tenemos un ataque de limpieza compulsiva. En los últimos tres vuelos internacionales que tomé, pude espiar a por lo menos dos personas revisitando el departamento de Monica y, al menos en una ocasión, no pude evitar hacerlo yo también.
Sin importar sus detractores, Friends sigue igual de vigente que hace 10, 20 y 30 años (o quizás el simple hecho de que tenga detractores demuestra su vigencia, a diferencia de otras series que juntaron varios amigos en un bar). Aunque uno se sepa todos los gags y pueda recitar los diálogos de memoria, los personajes tienen una forma de atraernos una y otra vez y de invitarnos a sentarnos en ese sillón naranja y sentirnos uno más de la banda.
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