Día de la Mujer

La mujer en la cultura pop y el necesario cuestionamiento sobre la representación

Desde las biopics del director Pablo Larraín hasta la serie Pam & Tommy, las narrativas sobre grandes mujeres atrapadas en jaulas de oro y aterrorizadas inundan la pantalla.

por | Mar 8, 2023

 

En dos de las grandes escenas de Spencer (2020) de Pablo Larraín, la Diana Spencer encarnada por Kirsten Stewart intenta hacerse daño físico. Eso, mientras se esfuerza por sonreír, cumplir las expectativas de la familia real británica, de sus hijos y esposo. Pero la desesperación de la princesa está fuera de la pantalla. También, de cualquier ayuda.

No hay una sola posibilidad de esperanza, mientras a su alrededor, el mundo parece volverse más hostil, doloroso. Una jaula de lujos barrocos de la que intenta escapar sin lograrlo. En ningún momento el cineasta analiza a su protagonista desde un cristal benigno, a partir de sus obvias virtudes o de la fortaleza que le permitió sobrevivir a una situación semejante. 

Algo parecido muestra el mismo Larraín en Jackie (2016), en la que la ex primera dama norteamericana, interpretada por Natalie Portman, atraviesa el duelo de la viudez desde el encierro. La que fue la mujer más representativa y simbólica de la década de los sesenta, se transforma en una rehén de un miedo atávico a la muerte. A la vez, a la incertidumbre del futuro y la búsqueda de respuestas en medio de una tragedia incomprensible.

De la misma manera que años después lo haría al profundizar en la vida de la princesa de Gales, Larraín muestra a una mujer desesperada, agobiada y al final, vencida por el peso del poder ganado y perdido. Nunca relata más allá de una época de ruptura, sombría y devastadora. A los efectos de la obra, Jackie Kennedy se hizo pedazos bajo el peso del dolor, el sufrimiento y un terror aciago insuperable. 

Narrar la vida de mujeres famosas siempre ha sido una obsesión para el cine. Pero mucho más, cuando debe brindar una perspectiva histórica correcta. En la película Anne of the Thousand Days (1969) de Charles Jarrott, los conflictos de la corona británica atraviesan cierta percepción de lo extravagante que raya en lo monstruoso. Versión libre de la historia de amor, dolor y muerte entre Anna Bolena y Enrique VIII, el argumento lidia con los inevitables estereotipos que suelen definir a ambos personajes.

También, con el hecho de que protagonizaron sucesos históricos de enorme importancia universal. De modo, que el director se toma una considerable cantidad de tiempo para analizar el contexto. A la vez, redunda en largos diálogos explicativos que muestran de forma fidedigna a la Inglaterra bajo el puño del libertino más conocido y contumaz de la historia del país. Con todo, la película equilibra la versión de lo ocurrido entre Enrique y la más famosa — y quizás, trágica — de sus esposas, con una mirada cínica que responde a la perspectiva del guion y a la vez, a la concepción de la época sobre las relaciones entre hombres y mujeres.

El gran desafío coyuntural

No se trató de una decisión casual. En 1969, la discusión de los derechos de la mujer y la libertad individual se encontraban en pleno apogeo, por lo que Jarrott tuvo que plantearse la idea del film desde una nueva manera de analizar la controvertida figura de Ana Bolena. Hasta entonces, la segunda esposa de Enrique VIII era considerada una figura escandalosa, por completo opuesta a la imagen severa y ascética de Catalina de Aragón, primera cónyuge del Rey, abandonada — y despojada de todos sus privilegios — debido a la fulminante pasión real por la jovencísima Ana.

Para Jarrott, el reto consistió en crear un concepto poderoso acerca de esa noción de la pasión y el desenfreno, sin que la “culpa” recayera en la figura de la real consorte y mucho menos, sin traicionar la verosimilitud histórica de la película.

El resultado fue una originalísima combinación entre una película histórica al uso y algo mucho más memorable. Como ejemplo, esa asombrosa escena en que Enrique VIII (interpretado por un contundente Richard Burton) se enamora casi de inmediato de Ana (Geneviève Bujold) luego de verla bailando en la corte. Con toda la autoridad del Reino a sus espaldas, Enrique acude a Thomas Bolena (padre de la doncella) y le exige que “le entregue a su hija, para complacencia del lecho de la Corte”.

Por supuesto, para Thomas la petición no era sorprendente. Mary, la hermana mayor de Ana, había sido amante real para luego ser repudiada, un destino que Thomas sabía esperaba también a su hija menor. La conversación que ocurre inmediatamente después de la petición de la corona resume el ritmo de la película: “No rechaces al Rey, pero no permitas te aleje del poder”, dice Thomas a la futura reina de Inglaterra. A partir de entonces, la película muestra el renacer de los Bolena de mano de Ana, convertida en una fulgurante estrella de la corte y también, en el poder encarnado de una vieja conocida del trono: la favorita.

Jarrot construyó un drama en que lo histórico y lo ficcional se sostienen a partes iguales y además, construyen un sentido de la belleza tan importante como trascendental. Una y otra vez, el director logra eludir los engañosos espacios de la recreación de época informal, hasta lograr una película de un enorme contenido sustancial y un mensaje político concreto. Ana no es la víctima, pero tampoco la mujer fácil que dibuja la historia. Trágica y poderosa, su figura parece encontrar un lugar ideal para elaborar una percepción sobre el hecho universal de la lujuria en contraposición con la influencia política.

Otro acierto en esa concepción de lo histórico como una forma de espectáculo, fue la película Elizabeth (1998) de Shekhar Kapur, una combinación entre un thriller político de alta factura y un drama con motor de época conmovedor, pero también un retrato más o menos fidedigno de una mujer poderosa. Para la ocasión, el director resumió la figura de la Reina Elizabeth I de Inglaterra en varios puntos esenciales acerca de su influencia y capacidad para la estrategia en medio de un momento complicado.

Rigurosidad histórica vs dramatización

Pero además, construyó un discurso a su alrededor que enlazó los detalles de su contexto hasta crear algo más poderoso que la única imagen de la Reina Virgen, encarnada con una asombrosa fuerza por una joven Cate Blanchett. La Elizabeth de Kapur es convincente y creíble. Eso, a pesar de su gran cantidad de problemas de fondo y forma durante la filmación, que incluyeron tensión en el set entre los actores y modificaciones de guio.

En especial, las muy criticadas salvedades históricas, que durante buena parte de la promoción de la película fueron señaladas con insistencia despiadada. Enfundada en espléndidos trajes plagados de errores sobre los atuendos de la época isabelina — como el uso de telas, colores y joyas — y en medio de escenarios rutilantes, Kapur se enfrentó con el reto de hacer creíble una producción parcialmente verídica. Y lo hizo, gracias a su sabia combinación de buena dirección y a la vez, sensibilidad hacia su personaje.

Kapur optó por sostener una versión casi trágica de Elizabeth, además de añadir una profunda mirada a su mundo interior, desde la infalible versión de “lo que podría haber sucedido sí…”, un recurso ucrónico que, en la ficción del director, ensambla las piezas del argumento con una facilidad casi engañosa. Kapur admitió en más de una ocasión estar más interesado en la verdad emocional que una versión realista acerca de una figura de semejante relevancia.

“Tomé una decisión entre si quería mostrar los detalles de la historia o las emociones de la Reina, no importa si eso significaba alejarme de la esencia de la historia”.

Sin ningún remordimiento, Kapur defendió su visión durante la promoción del film. Y aunque grupos de historiadores tacharon a la película de falaz, poco convincente y por momentos maniquea, el director esquivó los obstáculos con enorme elegancia. El resultado fue una película en la que Elizabeth es una mujer real, que se sostiene en una base histórica firme y construye una idea brillante sobre las implicaciones del poder.

La gran bestia pop

No obstante, es mucho más común que a las grandes mujeres, ya sean históricas o del mundo del espectáculo, se les retrate disminuidas o arrasadas por el dolor. Según cuenta el libro Blonde (1999) de Joyce Carol Oates que adapta la película del mismo nombre de Andrew Dominik, Marilyn Monroe era mucho más que una actriz destinada a la tragedia. La imagen es mucho más frecuente de lo que podría suponerse y tiene una relación directa, en la forma en que la muerte de la actriz — que se suicidó con apenas 36  años— la cristalizó en un mito morboso acerca del sufrimiento.

Blonde: una película de terror sobre Marilyn Monroe disfrazada de biopic

Monroe sufría, sin dudas. Pero tambié, era una mujer talentosa, con una férrea voluntad para triunfar y una considerable ambición. Oates, que diseccionó a la mítica figura del cine hasta encontrar los rastros de la mujer que fue, lo deja claro.

“Norma Jean era más que una leyenda. Era una fulgurante mirada a la aspiración colectiva por del deseo”.

¿Qué tipo de deseo? El film Blonde (2022) trata de responder a la pregunta con una fastuosa y cruel mirada a una criatura creada a para ser consumida por la celebridad. La Marilyn Monroe del director excede la leyenda oscura de su fallecimiento en circunstancias ambiguas, su turbulenta vida emocional o sus relaciones con el poder. Todo, para encontrar un centro vital que convierte a la actriz en víctima, rehén, testigo y al final, heroína trágica de su historia.

La película está más interesada en cuestionar mitos y sacudir los cimientos de la idea inquietante que Monroe era un juguete en manos de hombres privilegiados. O peor aún, una muñeca de carne y hueso, inocente y fatua, destinada a ser devastada.

Blonde refleja la obsesión alrededor de Monroe como actriz y epítome del star-system hollywoodense. Pero al mismo tiempo, desmonta algunos de los mitos más habituales alrededor de su historia. La película, que atravesó una polémica acerca de su contenido sexual y también en la forma de mostrar a Monroe, sorprendió a la crítica. En particular, por el hecho que su director insistió a Variety en que “no se trata de una obra complaciente”. De hecho, incluso la autora del libro original dio su aprobación por el punto de vista del guion y la forma en que interpretó su obra.

El juego de reimaginar los puntos más controvertidos y desconocidos de la vida de Monroe, tiene sus altibajos. El guion sigue a la actriz durante un supuesto aborto clandestino y escenas sexuales con cierto aire gratuito que tal vez ocurrieron. Pero dentro del mundo creado a la medida del mito, todo parece ser una certeza. Marilyn Monroe emerge entonces como una criatura rota, afligida y la mayoría de las veces, desconcertada. Una mujer que fue devorada por la maquinaria de Hollywood hasta ser convertida en un producto. Uno tan valioso y tan cuidadosamente elaborado, que terminó por desaparecer a la mujer real.

¿Sucedió así? La película no está del todo interesada en la disyuntiva, aunque su premisa insista en ese punto. En realidad, la Marilyn de Dominik es un personaje capaz de reflejar a su época. Con sus grises, brillos y pequeños horrores.

El argumento convierte a la figura de la actriz en una dualidad que permite al público hacerse preguntas. ¿Quién es la mujer que conquistó a la meca del cine y se convirtió en un referente de lo que la industria podía lograr? Marilyn Monroe es el paradigma del Hollywood más despiadado, frío y calculador.

Una mujer arrasada por la fama 

Contar una historia sórdida sin caer en sus puntos más oscuros reviste de una considerable dificultad. Pam & Tommy (2022), la primera serie para adultos de Disney+ lo intenta y, aunque el resultado es satisfactorio, no siempre es uniforme. Mucho menos, cuando su argumento, estética y actuaciones, rozan con frecuencia los ribetes de la polémica, sin llegar a mostrar sus puntos más duros.

La historia del sex tape más vendido de la historia, es también, la de la celebridad fugaz y superficial. A la vez, es una mirada poco convincente acerca de los difusos y peligrosos límites entre lo íntimo y lo privado en nuestra época. Todo, con un toque de extravagancia y exuberancia despreocupada que brinda a la serie sus mejores momentos.

No obstante, Pam & Tommy no logra profundizar en lo que parece ser su punto más urgente. O, mejor dicho, recorrer los lugares más complicados de un escándalo que mostró el real poder de internet. Y más allá, la forma en que la fama sustentada en el escándalo puede ser un monstruo en sí mismo.

Amén de que toda su premisa está sustentada en el primer gran caso de violación a escala masiva de la privacidad de una mujer real, que no dio su consentimiento para la serie. Una irónica contradicción que ahora tiene su lado B en el documental original de Netflix Pamela: A Love Story (2023), un testimonio en primera persona donde Anderson recupera el poder de su propia narrativa y da a conocer su versión de los hechos en total control del material, como una especie de reparación histórica.

Por su parte, la serie ficcionalizada de Pam & Tommy, producida por Craig Gillespie y con el showrunner Robert Siegel a la cabeza, trata de mantenerse dentro de ciertos límites. Hacerlo, además, a través de un recorrido incómodo acerca del mundo de los excesos. Esa conciencia de la frontera que no se puede transgredir, convierte la audacia en pequeños destellos de ingenio. Pero, en conjunto, la promesa de narrar un hecho resonante en la cultura pop con todos sus detalles perversos, nunca se cumple. No solo la producción se mantiene a distancia de sus personajes, sino, además, de la historia.

Como un observador sin mucho que decir, el guion va y viene mientras deja en claro los puntos más obvios de un escándalo convertido en hito. Pero es evidente que tanto el guion como la puesta en escena, necesita cuidar ese espacio intangible que evita tocar. Y el resultado es una singular mirada pulcra a un suceso conocido por, precisamente, sus espacios oscuros.

Con la promesa de narrar minuciosamente el robo y comercialización del video sexual de Pamela Anderson y Tommy Lee, la serie comienza por lo básico. Sus primeras escenas, muestran la enorme mansión de la pareja y la sensación de caos decadente que acompañó su corta, intensa y disparatada relación. Es evidente que el guion quiere dejar claro que la relación de Anderson y Lee era un espacio complicado desde el principio. Lo era, en su bulliciosa y extraña concepción sobre el amor, la intimidad y la fama.

Pero también, por el hecho que ambos, eran carne de cañón para un desastre inminente. La cámara sigue a sus personajes con atención, los estudia e intenta no brindar conclusiones inmediatas. Pero resulta complicado no hacerlo, mientras el guion acentúa el aire de desastre casi inofensivo que no termina por resolver del todo.

El poder y la mujer, ese tema controvertido 

La escritora Gilliam Flynn suele decir que ama los personajes femeninos poderosos. Además, lo hace particularmente bien: creó un nuevo tipo de mujer literaria que no solamente rompió con los tópicos de la mujer víctima, sino que también, asumió la pesada carga de sacudir a lo femenino de toda concepción masculina. Para Flynn, una brillante escritora que parece obsesionada con personajes dolientes, intensos y complejos — siempre femeninos — el hecho de la mujer poderosa forma parte de toda una reflexión sobre la forma en que la cultura analiza el mundo femenino. Y ese punto de vista, no siempre parece ser sencillo o mucho menos, alentador. 

Para ella, su manera de actuar es necesaria, inevitable. Incluso se justifica, mientras la novela transcurre entre un análisis del papel de la mujer como chivo expiatorio y su nueva encarnación en un tipo de maldad muy específica. Y Flynn, cuyas historias suelen girar alrededor de grises morales, dota a su personaje no solo de poder sino también, de veracidad. La Amy de Gilliam Flyn -encarnada por Rosamund Pyke en Gone Girl (2014) de David Fincher– es tan dura como agresiva, tan original como inolvidable.

En una ocasión, a Flynn se le preguntó por qué las protagonistas de todas sus novelas era directamente villanas o al menos, tan complejas y duras como para parecerlo. La escritora pareció sorprendida del matiz sobre su obra y protestó sobre el hecho de que “Amy” es simplemente un gran personaje, más allá de su género.

“Muchos autores se sienten cómodos escribiendo acerca de la violencia masculina, que es un tema muy común en la literatura hasta el punto de que mucha gente considera normal las historias de agresiones, psicópatas y demás. Quería luchar contra la idea de que las mujeres son inherentemente buenas, maternales y todas esas otras asunciones que se hacen sobre ellas.”

No obstante, no todo es tan simple: Gilliam ha definido toda una nueva perspectiva moderna sobre la mujer producto que por años fue parte del imaginario colectivo y lo hace, en medio de un thriller con connotaciones románticas, donde se mezcla la acción, lo voluptuoso y lo siniestro para crear una narración rápida y dura, que se sostiene sobre sus contradicciones y sus cambios de ritmo. Todos los personajes cambian de un registro al otro y lo hacen, sin que la historia se resienta. Más bien, el lector agradece el cambio, lo asume necesario. La cultura pop, también. 

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