Eterno y coronado de gloria

Indiana Jones y el Dial del Destino: Cuando el amor le gana a la nostalgia

La nueva entrega del arqueólogo más querido nos recuerda que la clave de una buena secuela legado está en el corazón que se le ponga.

por | Jun 29, 2023

Indiana Jones y el Dial del Destino: Cuando el amor le gana a la nostalgia

En la década de los setenta, George Lucas se propuso crear historias inolvidables. Aunque lo de inolvidables lo podemos decir ahora, en su momento él no estaba tan seguro que fuesen a trascender, mucho menos a convertirse en emblemas definitivos de la cultura pop. Cuando pensamos en él, lo asociamos inmediatamente a los sucesos de una galaxia muy muy lejana; pero antes de eso, había creado otro personaje, uno inspirado en los seriales cinematográficos de la década del 30 y 40. Ahora, ese arqueólogo se despide con una última aventura, a la altura de su legado.

Los altos y bajos del aventurero

La primera película de Indiana Jones se estrenó en 1981 y fue dirigida por Steven Spielberg. Ya sabemos cuál fue el resultado: un éxito absoluto que se convirtió en saga y nos regaló tres de las mejores historias de aventuras que haya visto el cine. En 2008 llegó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, una a la que no se le tuvo tanto aprecio, y parecía dejar el legado del aventurero un tanto manchado. Pero por suerte, el negocio de la nostalgia a veces rinde frutos.

Luego de intentar establecer a Shia Labeouf como sucesor de Harrison Ford, parecía que no quedaban muchas esperanzas para el personaje, o para la saga en general. Se fingía una especie de demencia colectiva y cuando se hablaba de Indiana Jones, se hacía específicamente sobre las primeras tres entregas, las que establecieron a Ford como actor de aventura, las que le dieron el lugar al arqueólogo en el panteón de personajes más importantes del cine. 

Pero la nostalgia maneja Lucasfilms, y esta vez, el resultado fue excelente. Hace unos años se anunció una nueva entrega de la saga, que contaría con el regreso de su protagonista. No podía ser de otra manera. 

De a poco se fue conformando el equipo que llevaría a la pantalla la última aventura de Indy. James Mangold ocuparía esta vez la silla del director y Steven Spielberg se quedaría como productor de la nueva entrega. Phoebe Waller-Bridge sería la compañera del arqueólogo en esta nueva entrega, y Mads Mikkelsen tomaría el manto del nuevo villano. La lista de nombres para Indiana Jones y el Dial del Destino se completaba, y prometía.

Lo prometido es deuda 

Por suerte, esta vez fue mucho más que promesas y el resultado es una aventura que, si bien recae en la nostalgia, sabe aprovecharla y es consciente de que lo que se está haciendo es rendirle homenaje a la creación de Lucas, darle una última aventura a uno de los personajes más icónicos del cine.

Los años pasaron, Indy ya colgó el sombrero y el látigo, y el mundo parece avanzar a pasos agigantados, y él ya quedó atrás. Sus estudiantes ya no lo miran con cara de asombro y amor, sino que bostezan y se duermen en sus clases, revolean los ojos y esperan que termine de hablar. Quién tiene ganas de pensar en el pasado, cuando el hombre ya llegó a la Luna.

Por casa las cosas no van mejor que en la universidad, y en los frenéticos años ‘60, parece que ya no hay lugar para Indiana Jones. Al menos de eso se ha convencido nuestro protagonista, que ve cómo todo lo deja atrás. Pero el pasado aun lo sigue de cerca, y un artefacto que encontró en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y por la que los nazis parecían estar desesperados, vuelve a tomar importancia cuando su ahijada Helena (Phoebe Waller-Bridge), reaparece.

Nazis, compañeros inesperados, reliquias de leyenda, y persecuciones por todo el mundo. Lo mejor de las historias de Indiana Jones regresan en esta nueva entrega y lo hacen de una manera en la que no solo se rinde homenaje a lo que nos enamoró de estas películas, sino que sabe también adaptarse a los tiempos que corren, y usar los elementos tradicionales con la necesaria vuelta de tuerca para que no se sentaban trillados o derivativos.

Siempre serás eterno, Indy

El arqueólogo menos interesado en el método científico, el que destruía templos para llevarse reliquias a museos de colonizadores, el que era un poquito mercenario. Si, él que es todo eso, pero también el que inspiró a generaciones enteras a que estudiaran esa carrera (dato real, Indiana Jones hizo por la arqueología lo que Top Gun hizo por la marina estadounidense); el que mejor sabía usar el látigo, y el rey de la sonrisa socarrona de costado. 

El personaje de Harrison Ford es icónico. Desde su vestuario hasta su gestos, pasando por sus enojos y su cara de harto constante, su odio por las serpientes y por los nazis. Cada una de sus características quedaron cimentadas y es común encontrarnos con detalles de esto en diferentes películas: especies de homenajes que por momentos se sienten demasiado literales y poco creativos, casi como una cuota por cumplir.

En las secuelas nostalgia, un género que se ha popularizado mucho en los últimos años por la desesperación de los estudios de mantener sus propiedades intelectuales y ganancias, sin necesidad de arriesgarse por nuevas ideas; esto puede derivar en momentos obvios y que se sienten parodia de sí mismos. Es difícil hacer que un personaje repita una línea que dijo hace 40 años y que suene genuino, en los últimos tiempos cuando vemos algo así en pantalla, parece que hasta se deja el espacio necesario para que el fanático señale a la pantalla y diga “ah, mirá, lo dijo de nuevo”. Solo falta que el actor mire a cámara. 

Sin lugar para los chatos

Pero Indiana Jones es más grande que eso, porque su personaje es tridimensional. No hay lugar para la autoparodia, para la repetición, o para el homenaje barato. Y con un director como James Mangold a la cabeza, el resultado es digno, y emocionante.

Hay referencias a las películas anteriores, pero no lisas, no menciones que quedan en el olvido y que parecen estar ahí para completar la cuota necesaria de fanservice. Acá el pasado está en favor de la trama, es parte de ella, y así lo aprovecha el guion.

La película empieza no con un flashback, sino con una aventura de Indy en el final de la Segunda Guerra, y esto será el disparador de la historia. Se toma el tiempo necesario para que el espectador entienda qué era lo que pasaba, qué se buscaba, y cómo esto sienta las bases para la aventura que tendrá lugar 20 años después.

Gracias a esto el personaje de Helena tiene sentido, además de que se da el tiempo para explorarlo y establecer un vínculo creíble con Indy. Lo mismo ocurre con el villano de la entrega, Dr. Voller (Mikkelsen), y de una manera muy discreta, pero sin evadir el asunto, tira un palito para el rol que ocuparon los científicos nazis en Estados Unidos luego de la derrota alemana.

Es una película que usa la nostalgia, sí, por supuesto, pero porque no hay otra manera de encarar una película de Indiana Jones. Sentimos nostalgia por él, es parte de nuestras vidas, de la historia del cine. La clave de por qué esta funciona y es un buena película en su totalidad, es porque sabe cómo hacerlo, sabe cómo utilizar los elementos que hicieron de esta saga una de las más queridas del mundo, sin necesidad de recurrir al golpe bajo o a los lugares comunes.

Nos vamos a emocionar al ver a Harrison Ford con su sombrero, se nos va a poner la piel de gallina cuando escuchemos la música de John Williams, o cuando diga algo sobre algún personaje de las entregas anteriores. A mí se me escapó un pequeño grito de emoción cuando apareció el Sallah de John Rhys-Davies y le dijo a Indy que extrañaba el desierto. 

Vamos a llorar en varios momentos, sí, pero porque es una buena película, y porque tiene algo para decir, para agregar a la mitología que empezaron George Lucas y Steven Spielberg hace más de 40 años.

Indiana Jones es eterno, y El Dial del Destino es una carta de amor a él, y a todos los que lo amamos.

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