Hace 50 años, George Lucas creó un universo en la pantalla grande que expandió las fronteras de lo posible e impulsó una nueva forma de hacer cine con Star Wars. Una década antes, Frank Herbert hizo lo propio por la literatura de fantasía y ciencia ficción, sentando las bases de todo lo que estaría por venir.
La trilogía original de Dune y sus posteriores secuelas en papel crearon un mundo tan complejo en sus conceptos, como rico en simbología, comprometido en sus metáforas y relevante en su discurso, que más de medio siglo después sigue estando tan vigente como siempre. No solo eso, sino que dio forma e inspiración a infinidades de mundo fantásticos, que han marcado la cultura popular desde entonces.
El patrón narrativo de las novelas concebidas por Frank Herbert, sus arquetipos y temas, incluso sus escenarios fueron replicados incansablemente, construyendo el concepto de saga fantástica que hoy forma parte de nuestro imaginario colectivo. Quizás por eso, al ver (o mejor dicho, experimentar) la versión de Duna que Denis Villeneuve trasladó a la pantalla, todo nos resulta familiar y resuena con historias ya conocidas. Y todas las comparaciones le quedan chicas.
Sin embargo, todo es nuevo a la vez. El director hace un trabajo fenomenal para recrear la profundidad del desierto de Arrakis y los misterios que esconde, los designios ocultos de las Bene Gesserit, la avaricia desmedida de los Harkonnen, la caída de la casa Atreides, la fuerza vital y mitología de los Fremen. También la intensidad con la que Paul (Timothée Chalamet) y Lady Jessica (Rebecca Ferguson) enfrentan su destino, plagada de grises morales. Incluso la maldad velada del Emperador y la inacción de las otras casas, sentadas en sus acomodadas posiciones de poder y complacencia.
La segunda parte de Dune pone todo eso de manifiesto: lo que estaba apenas sugerido, lo que se intuía pero no se veía, sale a la superficie. Como el gusano de arena, una presencia constante y acechante en el desierto. Una vez que ya conocemos a estos personajes, en el fondo sabemos de lo que son capaces. En esta secuela, las visiones de Paul, las maquinaciones de las Bene Gesserit y la desconfianza de los Fremen cobran una dimensión tangible, que conducen sus intereses opuestos hacia un destino casi inevitable.
Antihéroes y villanos
El rumor de la supervivencia de Paul Atreides se esparce como arena por el Universo Conocido y el potencial peligro de su venganza inunda de miedo los corazones de sus oponentes. Incluso aquellos que no participaron en la matanza de Arrakis, intuyen la amenaza latente de una represalia o, aún peor, una rebelión. La princesa Irulan (Florence Pugh) es la primera en ponerle palabras al terror que se cierne sobre su futuro, y en deducir las oscuras intenciones de su padre, el Emperador (Christopher Walken).
El trabajo sucio vuelve a recaer sobre la casa Harkonnen y, ante el repetido fracaso de Rabban (Dave Bautista), el Barón (Stellan Skarsgård) envía a su sobrino menor, el sádico Feyd-Rautha (Austin Butler) en una misión de exterminio a Arrakis. Para exhibir su poder y fuerza bruta ante el pueblo sediento de sangre, el Barón organiza una ceremonia de “cumpleaños” que no es más que una réplica de las batallas de gladiadores, con los pocos soldados sobrevivientes de la guardia Atreides heridos, drogados y en claras condiciones de inferioridad física.
La secuencia del Coliseo es sin dudas una de las más impresionantes de esta secuela, ambientada en un planeta que se caracteriza por su sol negro -y la palidez de sus habitantes-, dando lugar a un despliegue impresionante de imaginería visual en escala de grises. Denis Villeneuve y su director de fotografía Greig Fraser (Rogue One, The Batman y la anterior Dune) juegan con las luces y sombras, la saturación y los contrastes para crear un universo opuesto a la calidez de Arrakis y sus icónicos atardeceres.
La historia se repite
El término “ratas” que utilizan los Harkonnen para referirse a los Fremen no es casual, y remite a la filosofía nazi para deshumanizar a sus víctimas. La maldad que encarna su casa es total, al igual que su poder militar y control sobre los recursos y las vidas de sus subordinados. Pero la ambición desmedida y la soberbia ciega se plantean una vez más en esta secuela como su potencial perdición, con el pueblo de los Fremen como contracara: sobrevivientes y creyentes a la espera de su mesías, Lisan al Gaib.
La primera parte de la película se centra casi exclusivamente en Paul y su viaje de transformación en medio del desierto, su relación con los Fremen, sus costumbres y sus mitos. Pero además en sus propios conflictos internos, su relación con los demás y las dudas que se ciernen sobre su futuro. Mientras tanto, Lady Jessica debe emprender su propio camino de transformación, entablando una comunicación extrasensorial con su hija no nata y potenciando su conciencia sobre su propia identidad.
La identidad es un tema importante en esta segunda parte, que desatará conflictos atados a la herencia de sangre y el destino atado a profecías. Paul elige su camino como parte de los Fremen, le pide a Stilgar (Javier Bardem) que lo entrene en sus costumbres y elige hasta su propio nombre.
A la par, Chani (Zendaya) de a poco le va entregando su confianza, y aceptándolo como parte de su pueblo. Pero ambos están sujetos a fuerzas más grandes de las que pueden controlar, que a su vez tienen su correlato visual en esta épica impresionante.
La guerra santa
El tercer acto abarca un largo período de tiempo y la más profunda transformación de sus protagonistas, a un ritmo vertiginoso. Impulsados por los ataques incesantes del imperio, los Fremen lideran la defensiva, con gran planificación estratégica y clara superioridad de adaptación.
El despliegue de las batallas es de una escala pocas veces vista, y la impronta de la primera película no solo se mantiene a la altura del nivel impuesto por Villeneuve, sino que supera sus propios logros. La inmersión en el relato es total y el peso dramático de cada decisión cala hondo en el relato y en el espectador.
Sin dudas, la puerta abierta que deja esta segunda parte desatará la ansiedad por la tercera, que ya ha sido confirmada por Warner y anunciada como la entrega final (aunque todavía queda mucho material en los libros). Sin embargo, aún no hay fecha de estreno confirmada y todo lo que tenemos son las palabras de Denis Villeneuve en la gira promocional de la película:
“El guion está casi terminado, pero no está terminado. Tardará un poquito. Hay un sueño de hacer una tercera película… para mí tendría todo el sentido”
Duna: Parte 2 estrena el próximo jueves 29 de febrero en cines de Latinoamérica y todo el mundo, incluidas las pantallas de IMAX, donde hace poco reestrenó la primera parte.
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