En la era de la desinformación, las fake news y el clickbait, es muy fácil caer en la tentación de juzgar todo muy rápidamente y pasar al siguiente tema sin miramientos. Es todavía más fácil que se arme una bola de nieve de alguna declaración inofensiva y se cancele a alguien sin derecho a réplica. Ni que hablar de la horrible costumbre de calificar a una película por su trailer y llegar a conclusiones apresuradas sin siquiera haberla visto.
Para la nueva película live action de Disney, todo esto se combinó en un cocktail desastroso de mala prensa y crisis de relaciones públicas. Cada nuevo anuncio sobre la producción de Blancanieves (2025) iba aportando más al descontento general, los debates sobre representación y el talento -e integridad- de las actrices involucradas. Todo esto, sumado a las desafortunadas declaraciones de Bob Iger (el CEO de Disney) sobre la “agenda woke” en un momento en el que los discursos están más polarizados que nunca.
Todo lo que podía salir mal…
Repasemos rápidamente las polémicas a las que internet se aferró para juzgar la calidad de la película mucho antes de haberla visto.

La elección de Rachel Zegler como Blancanieves fue controversial, porque el personaje está asociado a características físicas muy particulares. Ella es una actriz de ascendencia colombiana y muchos argumentaron que no se alineaba con la imagen clásica de la princesa, mientras otros celebraron la inclusión y diversidad en el casting. Además de algunas críticas sobre la dudosa calidad en el diseño de vestuario y peinado.
Además Zegler fue polémica desde el principio al declarar que Blancanieves era “una historia anticuada y que ninguna mujer necesita un príncipe que venga a rescatarla.” En este punto surgieron videos recopilatorios de otras actrices que encarnaron a princesas de Disney en la versión live action, hablando bien de sus contrapartes animadas y lo inspiradoras que habían sido.
Gal Gadot como la Reina Malvada también fue motivo de controversia. En primer lugar, muchos argumentaron su falta de talento para actuar y cantar, aunque físicamente sea perfecta para el rol. Además la actriz israelí tiene un pasado en la milicia e hizo varias declaraciones sobre el conflicto de Gaza, que cayeron mal entre el público y chocaron frontalmente con las declaraciones de Rachel Zegler sobre Palestina.

Quizás el tema que más dio que hablar desde el principio fue el de los 7 enanitos, ausentes en el título del nuevo live action. Disney fue muy criticado por no contratar actores con enanismo para estos roles, hasta que apareció Peter Dinklage a decir que estos personajes perpetúan estereotipos obsoletos y deberían contar con la voz de actores con enanismo en su representación. Finalmente, Disney decidió crear los personajes de los enanos con CGI y esto generó todavía más críticas.
Finalmente, los trailers no convencieron al público, que se burló de la búsqueda de inclusión y diversidad dentro de una película basada en un cuento europeo clásico. Y su aspecto visual también fue muy criticado, generando incontables memes y rechazo alrededor de este live action. Muchos decidieron no ir a verla al cine, decisión reforzada por la escasa ventana de exhibición en la pantalla grande antes de estar disponible en streaming.
¿Un final feliz?
A pesar de todas las polémicas y las bajas expectativas alrededor de la película, la versión live action de Blancanieves es mucho mejor de lo que esperábamos. Teniendo en cuenta que la vara estaba por el piso, esto no es mucho decir. Pero sí es refrescante ver que Disney sostuvo su visión a pesar de la gran campaña en contra, las presiones externas y las declaraciones del actual presidente de la junta directiva de la compañía.

Blancanieves es el primer live action de Disney que cambió su título original (la película animada de 1937 se llamaba Blancanieves y los siete enanitos) y además tiene el peso de adaptar el primer largometraje animado a color de la historia. No solo un hito en los del estudio, concebido por el mismísimo Walt Disney, sino además un acontecimiento revolucionario en la historia del cine que se convirtió en un clásico adorado por generaciones.
Pero la palabra clave acá es “adaptación”. Una reinterpretación para el público moderno, que no busca calcar el original sino presentar la historia a una nueva generación, más allá de los evidentes motivos comerciales para esta tanda de remakes live action de los clásicos de Disney. La reversión de la primera de todas las películas del estudio llega quizás casi al final de esta era porque -como lo demuestra el párrafo anterior- era justamente, uno de los desafíos más complejos a enfrentar.
Qué salió bien
Por empezar, la historia gira en torno a un reino próspero y feliz que cae en manos de una tirana obsesionada con la belleza y el poder. Algo que ya sabíamos en la historia original a través de un rápido montaje y narración en off, pero que en la nueva se toma el tiempo para mostrar a la pequeña Blancanieves (Rachel Zegler) junto a sus padres, sus plebeyos y la relación del pueblo con sus gobernantes. El rey es representado como un líder justo y valiente, que le transmite a su hija la necesidad de ser la clase de persona en la que sus súbditos pueden confiar.

Esta presión por vivir a la altura del legado de su padre juega un rol central en la trama y en la personalidad de Blancanieves, que crece huérfana y prácticamente olvidada, convirtiéndose en un mito para todo el pueblo. Un pueblo que sufre y que no tiene el valor de enfrentarse a su desalmada madrastra, que es prácticamente la encarnación del mal. Hasta que surge una rebelión encabezada por artistas desterrados que buscan llevar un poco de justicia al reino.
Hasta acá, un cuento de hadas digno de Disney, sin pretensiones de ser mucho más de lo que era el clásico, excepto quizás darle más contexto y trasfondo a sus personajes. Las canciones originales hacen lo que mejor sabe hacer la factoría del ratoncito: avanzar la narrativa a través de números musicales con un gran despliegue de coreografías, escenarios y colores. De hecho, el diseño de producción del reino es uno de los puntos más fuertes de la película en el apartado visual.
En cuanto a la historia, lo más interesante reside en el conflicto interno de Blancanieves, que resuena con el externo. Convertirse en una digna sucesora de su padre significaría también recuperar el reino, algo que ni se le ocurre a Blancanieves hasta que alguien le da la inspiración para lograrlo. Y quien cumple esa función es nada más y nada menos que el “príncipe encantador”, que en esta versión es una especie de Flynn Ryder mezcla con Robin Hood y su banda de Hombres Alegres.

Jonathan (Andrew Burnap) es un héroe de Disney hecho y derecho, de esos que impulsan un cambio en la princesa protagonista y la ayudan a superar todos los obstáculos con el poder del amor. Y lo mejor es que no está solo en su búsqueda (por su puesto, nadie puede iniciar una rebelión solo), sino con un grupo de personajes que -si bien no tienen mayor desarrollo- ayudan a crear un sentido de comunidad que favorece mucho a la historia. Entre ellos, el carismático Quigg (George Appleby), que es el único actor con enanismo que aparece en pantalla.
Poner a un actor como Appleby a interpretar un papel heroico en la película es la clase de reivindicación de la que hablaba Peter Dinklage. Y eso nos lleva a la decisión de Disney de retratar a los “7 enanitos” como personajes de CGI, que terminó siendo una de las más acertadas que tomaron. En esta versión, los enanos no son humanos sino seres mágicos del bosque, una diferencia que queda clara en sus nuevos poderes, sus longevas vidas e incluso en una línea de diálogo explícita.
Esto no solo repara uno de los estereotipos más dañinos de la versión original, sino que además mejora considerablemente la dinámica entre los enanos y Blancanieves. Incluso su desconfianza natural hacia los humanos hace que su reclusión en el bosque y las minas del reino tenga mucho más sentido. Y la subtrama de Tontín, el enano más joven, resulta uno de los costados más tiernos y conmovedores de esta nueva versión de la historia.

Disney escuchó las críticas que se le hicieron durante años en materia de representación y su rol en reforzar estos estereotipos en la cultura popular. Y así como ya lo hizo con sus princesas modernas en Frozen (2013) y en la reversión live action de La Bella Durmiente (1959) con Maléfica (2014) también se preocupó en tratar con más delicadeza el tema del consentimiento. Y darle agencia a sus héroes y heroínas para presentarlos como pares, que se ayudan y se inspiran mutuamente.
Con todos sus errores, mala prensa e incluso con las escenas de Gal Gadot -que son incómodas de ver- Blancanieves se las arregla para ser una digna versión modernizada del cuento que todos conocemos y mantener el espíritu de Disney intacto. A pesar de su falta de identidad visual -un aspecto recurrente en estas películas formuleras- y de todas las críticas que se le puedan hacer, los números musicales y la voz angelical de Rachel Zegler mantienen la magia hasta el final de la película y nos dejan con la sensación de haber visto un nuevo clásico de Disney.
0 comentarios