Es un guiño de los artistas para aquellos otros amantes del arte. En una de las primeras escenas de Spider-Man: Across the Spider-verse (2023) vemos cómo Spider-Gwen (Hailee Steinfeld) y Miguel O’Hara (Oscar Isaac), se enfrenta en el museo Guggenheim a un Vulture (Jorma Taccone) de la era renacentista, la definición del arte clásico por excelencia.
En medio de la batalla los vemos cruzarse con Baloon Dog (1994-2000) una escultura de acero de gran escala que aparenta ser un perro hecho de globos. Jeff Koons, su creador, es muchas veces criticado por sus trabajos aparentemente banales, siendo acusado de apelar solo al coleccionismo y al bolsillo de una elite. Describiendo a la pieza como un Caballo de Troya, una obra que esconde un secreto que solo el espectador puede descifrar.
Con nuestros protagonistas cortando la pieza a la mitad en medio de la batalla, vemos a una pila de versiones más pequeñas de estos perros caer fuera, con la broma respondiendo a la pregunta del millón. Es una inteligentísima respuesta, un guiño a la reproductibilidad del trabajo de un artista del que se dice poco, se reinventa fuera de contentar a su público. Podría ser también una buena analogía a la hora de hablar del estado del cine de animación 3D mainstream de los últimos años.
Acertadísima también es que esta versión del villano emplumado parece un boceto del mismo Da Vinci, con Vulture escupiendo sus prejuicios respecto al arte (para nosotros) contemporáneo, mientras es responsable de la destrucción de la escultura. Gwen nota ahí algo a destacar: su enemigo esta dibujado sobre papiros. En un simple dialogo se nos confirma que estos universos animados que aparecen en la película no son meras representaciones estilizadas de un Spider-Man de carne y hueso.
Reforzando la idea de la convivencia de estos universos al mezclarlos con sus contrapartes de live-action, Spider-Man Across The Spider-Verse (2023) se reafirma como lo que es: animación. ¿Qué necesidad hay de que el 3D sea lo más realista posible cuando una cámara jamás logrará lo que un pincel digital sí puede hacer? En poco más de dos horas, somos testigos de una absoluta celebración al arte en sí mismo.
Hagamos esto una vez más
Introduciéndonos al mundo de Spider-Gwen, aquellos que conozcan al personaje por sus cómicss inmediatamente reconocerán cómo las portadas de su versión en papel son traídas a la vida. Predomina un fondo que parece estar hecho con una mezcla entre el gouache y la acuarela. Estos son materiales parecidos, siendo el primero una pintura más opaca que no permite la trasparencia y logra los colores vibrantes que identifican a Gwen Stacy.
Con los creadores describiéndolo como algo parecido a esos anillos que cambian de color para representar las emociones, vemos cómo los fondos fluyen y se transforman constantemente, algo que se enfatiza muchísimo cuando ella discute con su padre. Vemos las distancias entre ambos, el encasillamiento en la oscuridad cuando la discusión se vuelve más tensa o a la acuarela goteando como lágrimas.
La pintura refleja un lado de ella que no vimos antes. Segura y confiada como la conocimos, en su propio mundo vemos literalmente cada una de las pinceladas y las vulnerabilidades que la componen. Pero los bordes de Gwen son inestables, se funden con los fondos, una diferencia todavía más marcada en su primer encuentro con la que se convertirá en su mentora. En comparación, Jessica Drew (Issa Rae) está completamente definida, es una presencia sólida en forma y espíritu.
Cada loco con su tema
A través de un portal son transportados al universo de Miguel O’hara, la Tierra 298, un mundo futurista, pulcro y tecnológico. El ambiente abierto y luminoso donde la sociedad de arañas se organiza contrasta con la guarida en donde se esconde Miguel, denotando la oscuridad y tristeza que encierran al personaje.
Se trata de un ingeniero y podemos ver transparentadas en su piel la cantidad de líneas que lo forman, mostrando que así que tanto él como su entorno están diseñados sobre una base de dibujo técnico. Con una finalidad ante todo práctica, estas líneas marcan cada una de las proporciones de su rostro así como las de su contorno traspasan los bordes de su cuerpo. Esto le da una sensación aguda y filosa en sus extremidades, como si acercase y tocar al personaje pudiese cortar a los demás.
“No creo en la consistencia.”
Esa frase de Hobie Brown (Daniel Kaluuya), lo define visualmente a la perfección. Constantemente fluyendo y cambiando, Spider-Punk está en un permanente estado caótico, nunca adaptándose a lo que imponga el mundo que lo rodea. Un collage viviente, diferentes partes de su cuerpo están animados con distintas cantidades de cuadros por segundo.
Los materiales con los que aparece representado varían desde el agua tinta fluida al, quizá aún más representativo, marcador sobre papel de diario o lo que parecería ser el gris gastado de una fotocopia, la portada de un fanzine. Son elementos icónicos de la estética y filosofía punk, alejándose de materiales tradicionales como puede ser la pintura al óleo sobre un bastidor para usar aquellos que no son considerados “nobles”.
Se enfatiza la apariencia de lo casero y hecho a mano, de aquello que transita por fuera de un sistema, algo que identifica tanto al movimiento como a Hobie mismo. No es sorpresa que Miles (Shameik Moore) admire su apariencia hasta cuando no está usando la máscara, el aspecto andrógino de Brown algo que incluso desafía los parámetros del binarismo de género. Spider-Punk es, por excelencia, la anarquía personificada.
El arte como expresión del conflicto interno
The Spot (Jason Schwartzman), el autodenominado némesis de Miles, es reducido a un ser sin características que lo definan, apenas un boceto en su más mínima expresión. Vemos las líneas a lápiz que lo definen en un espacio como algo menos que un esqueleto, el blanco apareciendo como un recorte de la nada misma sobre el espacio. Ahí aparece la mancha, indefinida, multiplicándose y creciendo, volviéndose más caótica al sumar movimiento en lo que llamamos el gesto del artista, esa línea o pincelada que nos demuestra la manera específica en que el autor maneja sus herramientas y deja su marca en su creación.
A medida que la ira y determinación de The Spot crece, más claras son las variaciones de cada trazo y los colores de cada mancha, representación de la psiquis del personaje. Este tipo de pincelada es algo que podemos relacionar a la obra de Van Gogh, determinando tanto el dinamismo de la imagen o el mismo sentir del artista.
Este villano se destaca por la falta de figuración, ese es su tormento. La pérdida de lo humano, la abstracción, nos lleva directamente al trabajo de expresionistas abstractos como el holandés Willem De Kooning. Con brochazos aparentemente caóticos, pero puestos estratégicamente, las obras de estos artistas buscan un balance pictórico mientras el gesto toma predominancia.
Dos estilos opuestos
El universo del mismo Miles tiene características muy propias que ya fueron impuestas en Spider-Man: Into the Spider-Verse (2018). Ya sea por las onomatopeyas en el aire o los cuadros en donde vemos los diálogos internos de su protagonista, la Tierra-1610 muestra las texturas que hicieron famosas a las obras de Lichtenstein, esos paneles de cómic convertidos en pinturas tan características al hablar del Arte Pop.
Tanto el film como la obra del artista emulan a los puntos Ben-Day, estas tramas necesarias en los cómics para ampliar la paleta en un tiempo cuando la impresión estaba limitada al blanco, negro y los colores primarios. Superponiendo los puntos, se generaba la ilusión de colores más diversos.
Es precisamente en la historia de Miles una en la que la paleta cobra muchísima importancia a manera de subtexto. Es al final de la película, cuando nuestro protagonista es transportado al Universo 42, en que nos encontramos con un mundo mucho más oscuro, en donde aparecen gruesas líneas verticales que enfatizan la sensación de pesadez, de lo opresivo del entorno.
Adentrándonos en el hogar del chico, vemos que tanto en su cuarto, así como en la ropa que se pone, los colores predominantes son el verde y el violeta. Es a través de esa paleta en que se nos demuestra la fuerte conexión identitaria que tiene con su tío Aaron (Mahershala Ali), ya que esos son los colores que identificamos con Prowler. Esto es algo que ya habíamos visto en la anterior entrega, ya que luego de que la araña perteneciente a ese mundo picara a nuestro Miles, su sentido arácnido aparece representado en el fondo con esa combinación de colores, rápidamente transformándose en el característico azul y rojo de Spider-Man.
“¿Esto es un Banksy?”
Ese recorrido por el mundo del arte hace que volvamos al principio mismo de la película. Empezar una historia como esta en un museo, un espacio legitimado y solo accesible para obras que son consideradas de altos estándares, hace que nos replanteemos algo que artistas hace ya décadas vienen planteando y aplicando: la democratización del arte y la búsqueda de nuevos y diversos espacios en donde este puede convivir con el público.
En una época en donde el cine de superhéroes es considerado simplemente como repetitivo e insustancial, un tiempo en donde todavía se cree que la animación es un medio meramente infantil, películas como esta rompen esa percepción.
Las proezas técnicas de sus más de mil artistas involucrados son evidentes, ya que con tal solo ver la persecución de la Spider-Society se nota el trabajo de cuatro largos años en tan solo una secuencia. Pero la película no se reduce a eso. Su magnífico guion acompaña a la narrativa visual, profundizando no solo a los personajes que conocimos, sino en el lore mismo de un ícono pop del cual parecía que todas las historias ya se habían contado.
Dándose el lujo de apelar a subtextos, la película presenta gran cantidad de alegorías. Tan solo basta con ver el debate generado por la paleta del mundo de Spider-Gwen, sumado a la bandera de apoyo a los derechos trans y el parche en el uniforme de su padre. ¿Deben los autores explicitar en sus diálogos que el personaje es trans para que consideremos a esa lectura válida? ¿Es tan solo apoyo a la comunidad reflejada en una identidad dividida?
Ambas posturas son válidas y ahí reside la profundidad de la película. Los cientos de años de la ambigua sonrisa de la Mona Lisa hablan por sí mismos. Toda buena obra de arte genera eso, discusiones variadas que se sostienen en elementos concretos o metafóricos.
La genialidad de Spider-Man: Across the Spider-Verse es que es una película que supo hacer lo imposible y subir la apuesta de la que fue una predecesora ya de por sí impresionante. Es un proyecto complejo que demuestra el cariño y profundo entendimiento de sus creadores respecto al personaje, logrando como pocas otras películas demostrar por qué es un símbolo.
Entregando en cada cuadro una pintura que cualquiera de nosotros exhibiría en casa o visitaría en una galería, la película es un homenaje a la versatilidad de un medio y a los artistas históricos que ayer, hoy y siempre inspirarán a los contemporáneos. Apelando a la accesibilidad del cine, ¿no es acaso esta otra corriente de la democratización del arte?
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