Cuando Yellowjackets estrenó su primera temporada en 2021, se sintió como si estuviésemos frente a algo completamente novedoso, más allá de que el drama de Ashley Lyle y Bart Nickerson fue comparado con Lost (2004-2010) por los sucesos que narra en el pasado, solo la punta del ovillo de un entramado más complejo que la emancipa de cualquier paralelismo.
La premisa de la serie, ese viaje maldito en avión que emprende un equipo de jugadoras de fútbol de una escuela secundaria de Nueva Jersey, quienes sufren un accidente que deja solo algunas sobrevivientes, es el inicio de otro viaje: el del autodescubrimiento.
En ese bosque donde pasan 19 meses intentando no sucumbir al frío, al hambre y a otras amenazas más abstractas que parecen yacer allí, las jóvenes van construyendo su identidad a medida que pasan los días y nadie las rescata.
En este punto, la ficción que volvió el viernes pasado con el primer capítulo de su segunda temporada por Paramount+ es menos una historia aterradora por un velado componente sobrenatural que siempre queda en el tintero y más una exploración de los temores y vulnerabilidades de esas adolescentes que se van a conociendo entre ellas (y a sí mismas) en el peor contexto posible.
Smells like teen spirit
Por otro lado, la serie establece también un diálogo permanente con la década de los ’90, desde la elección del elenco hasta la banda sonora en la que suenan Nirvana, Radiohead, Smashing Pumpkins y PJ Harvey, pasando por el enfoque grunge de ciertas subtramas, donde prima la rebeldía ante situaciones desesperantes. A fin de cuentas, ese grupo predominantemente femenino debe luchar contra la adversidad para poder retomar una realidad en la que, aunque había cierta urgencia, también había un confort propio del escapismo.
En el presente, Yellowjackets navega por las consecuencias psicológicas de algunas de las sobrevivientes quienes, 25 años después de ser rescatadas (no sabemos cómo, y ese “gancho” es uno de sus atractivos), se muestran disociadas, intentando tapar un daño irreparable mediante la construcción de una realidad donde todo parece impoluto.
Pero el pasado es más fuerte
Para ellas, lo importante es avanzar, no recordar, no quedarse estancadas en hechos traumáticos. De esta forma, Shauna (Melanie Lynskey/Sophie Nélisse), Taissa (Tawny Cypress/Jasmin Savoy Brown), Misty (Christina Ricci/Sammi Hanratty) y Natalie (Juliette Lewis/Sophie Thatcher) se erigen como figuras fragmentadas, en mayor o menor grado.
En el caso de Shauna, su “perfecta” vida suburbana implosiona de manera indefectible cuando el fantasma de su amiga Jackie (Ella Purnell) no la abandona, y algo similar sucede con Taissa, una política en ascenso que piensa que puede ganarle a ese pasado.
Misty, por su parte, obsesiva del mundo criminal, es la figura (díscola, extraña, peligrosa, pero ante todo leal) que las mantiene unidas y que busca proteger a Natalie de sus demonios. El personaje de Juliette Lewis representa la antítesis de las demás: si bien se guarda mucho por su instinto de preservación, en su rostro y en su proceder son notorias las marcas que dejó en ella lo acontecido 25 años atrás, especialmente su rivalidad con Lottie (Simone Kessell/Courtney Eaton), la presencia disruptiva de esta nueva temporada.
La unión hace la fuerza
El primer capítulo que ya está disponible en la plataforma de streaming -todos los viernes se subirá uno nuevo- retoma el interrogante con el que había concluido su entrega previa. A la pregunta “¿Quién carajo es Lottie Matthews?” se la responde con la aparición de una de las piezas fundamentales del equipo de las Yellowjackets, la joven que, consciente o inconscientemente, divide al grupo y pone a prueba las creencias de sus integrantes.
Lottie forja a paso firme un rol de líder que apunta a manejar las desavenencias con una abordaje espiritual, con la abstracción como arma para conectarse con el mundo interior y así, de adentro hacia afuera, poder resolver con mayor eficacia los embates de esos días en una cabaña cada vez más claustrofóbica.
Además, como toda líder, Lottie es observada con recelo por algunas de las jóvenes, especialmente por Natalie, con quien se produce una disputa que las mantendrá, paradójicamente, unidas incluso décadas más tarde.
De esta forma, Yellowjackets demuestra que tiene combustible para seguir desarrollando historias, más allá de que en su regreso es notorio el desequilibrio entre la infinidad de microrrelatos.
Lyle y Nickerson son ambiciosos. En lugar de replegar su narrativa, la vuelven expansiva, con el ingreso de las versiones adultas de Lottie y Van (Lauren Ambrose) y de un inesperado cómplice de Misty, interpretado por Elijah Wood. Las incorporaciones funcionan, pero también dejan al descubierto cómo otros roles quedan un tanto desdibujados.
Por lo tanto, uno de los grandes desafíos que tiene Yellowjackets en esta explosiva vuelta es no descuidar el origen de todo: cuando sus protagonistas están juntas para dilucidar todo aquello que está en el plano de lo oculto, es cuando la serie encuentra su mejor forma.
Al separarlas por demasiado tiempo, el relato se resiente, aunque no decae, gracias a un elenco extraordinario que le imprime vitalidad a esos personajes que no pueden (ni quieren) contemplar el futuro.
