Todos los años se estrenan, alrededor de esta época, muchas películas navideñas, especialmente en las plataformas de streaming. Porque seguramente las plataformas y el canal Hallmark saben que es un placer culposo bastante común ver cada diciembre de cada año, películas navideñas de dudosa calidad.
Porque a veces solamente necesitamos eso de fondo mientras armamos el arbolito o colocamos las luces en el balcón, sabiendo que probablemente las olvidemos inmediatamente después de que terminen. Pero en 2023 pasó algo que no siempre pasa: se estrenó una película navideña que no vamos a olvidar. Esta es especial. Un clásico instantáneo, hecho por Alexander Payne y es The Holdovers.
Alexander Payne es un director bastante reconocido, pero es de esos que no saca películas todos los años. De hecho, su anterior película, Downsizing (2017), había sido la muy mal recibida. Pero sí nos dio películas increíbles como Nebraska (2014), The Descendants (2011), el clásico de los noventa que puso en el mapa a Reese Witherspoon: Election (1999), y mi favorita personal, Sideways (2004).
Otra oportunidad
En esta nueva película, vuelve a trabajar con Paul Giamatti después de aquella vez, quien creo que debe ser de los actores más infravalorados de Hollywood. De hecho, no fue nominado al Oscar por su interpretación en Sideways, cuando dos de sus compañeros de elenco sí lo fueron. Pero parece que se está haciendo justicia, porque en esta temporada de premios todo indica que Paul Giamatti tiene su nominación asegurada en la categoría de Mejor Actor Principal, y quién sabe, hasta podría quedarse con la estatuilla.
Su trabajo en esta película es absolutamente brillante. Giamatti interpreta a Paul Hunham, un profesor de Civilizaciones Antiguas en un internado para varones. Es un hombre solitario, cascarrabias, con un ojo raro, una enfermedad que lo hace oler mal y, para colmo, es despreciado por sus alumnos y también por el resto de los profesores.
Durante las vacaciones de invierno y las fiestas, le toca quedarse en el colegio a cargo de los alumnos que no tienen a dónde ir durante el receso. Arrancan siendo unos cuantos, pero por la magia del guion (literalmente baja un helicóptero del cielo a llevarse al resto) queda solo uno.
Angus (Dominic Sessa) fue excluido de un viaje por su madre a último momento, porque prefirió vacacionar sola con su nuevo marido. Los acompaña también Mary (Da’Vine Joy Randolph), la cocinera del colegio, que aún está duelando la muerte de su hijo que falleció en Vietnam. Estos tres personajes rotos y solitarios -algo bastante frecuente en la filmografía de Alexander Payne– encontrarán de a poco la forma de sanar a través de estas semanas juntos.
Y esto resultará en varios momentos donde esta familia encontrada transmitirá una sensación de calidez inmensa. Podrá ser incendiando un postre con cerezas, consolándose en una fiesta de Navidad, mirando el festejo de año nuevo por televisión o explotando cohetes en una cocina. Pequeñas escenas que gracias a la fotografía, la música y algunas decisiones de encuadre de Payne, te llegarán al corazón.
La historia transcurre durante diciembre de 1970. Pero no solo es una película ambientada en los setenta, sino que está hecha para simular haberse filmado en esa década y el efecto es logradísimo. Desde los logos retro de Universal, la paleta de colores, el efecto granulado y gastado del fílmico (aunque por temas de presupuesto fue filmada en formato digital). Hasta los fundidos en las transiciones y la vibra misma de la historia, The Holdovers es una pequeña cápsula de tiempo.
La nostalgia es una emoción delicada pero potente, como bien la definió Don Draper en Mad Men, sin embargo, en estos días puede llegar a asociarse con algo negativo. La explotación de la nostalgia por parte de los estudios en el afán de exprimir cada personaje o franquicia hasta sacarle el último centavo, hicieron que se dañe bastante el concepto. Pero The Holdovers es una película con la nostalgia correcta, esa que te hace sentir bien, que te transmite calidez y seguridad, hayas vivido en la época retratada o no.
Esta es una película absolutamente sincera, y en donde toda esa calidez se transmite de forma orgánica -hasta ese apretón de manos del final completamente ganado- y que creo que es imposible que no te conmueva. Los personajes se van revelando a través de los minutos y hasta último momento llegan a sorprenderte, ganándose tu corazón por completo.
Además de la actuación perfecta de Paul Giamattí que ya destaqué, esta película es un trío. Y los que lo completan son también parte de su éxito. Dominic Sessa es quien interpreta a Angus, y resulta un descubrimiento absoluto de Payne y del departamento de casting.
Nace una estrella
Según contó el director durante la promoción, fue el último actor en elegirse porque no podía dar con el indicado. Vio cientos de audiciones, algunos de actores más conocidos y otros no tanto. Hasta que finalmente decidió audicionar a los chicos de los grupos de teatro de los colegios que usaron de locaciones para la película (usaron alrededor de cinco colegios). Así es como este joven estudiante de secundario terminó actuando junto a Paul Giamatti -y estando a la altura del desafío.
Por otro lado, la actuación de Da’Vine Joy Randolph le aporta algo único al personaje de Mary. Es sencilla, pero determinada, dulce y frágil, pero a la vez tiene una fortaleza inquebrantable. Ella es otra de las que está sonando muy fuerte como candidata a llevarse una estatuilla la noche de los Oscar por esta interpretación en la categoría de Mejor Actriz de Reparto.
Sin dudas de lo mejor del año pasado. Una película tan sencilla como bella y sincera, todo lo que necesitamos para revisitarla cada diciembre. Gracias a su positiva recepción con la crítica internacional y los premios, llega a los cines de Latinoamérica y estrena en Argentina el jueves 8 de febrero bajo el título local “Los que se quedan”.
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