Vivos en la memoria

“La Sociedad de la Nieve” de J.A. Bayona: una oda a la resiliencia del espíritu

La película del director español llega a Netflix consagrada como una de las mejores de 2023. Un angustiante estudio sobre la unión ante la adversidad.

por | Ene 4, 2024

Cuando se habla del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, se la tiende a nombrar de dos formas: mientras algunos la llaman “La tragedia de los Andes“, para otros es “El milagro“. Tras ver La Sociedad de la Nieve (2023) nos queda en claro una cosa, y eso es que J.A. Bayona comprendió perfectamente que una definición de los hechos no puede vivir sin la otra.

Remontándose al 13 de Octubre de 1972, la película se toma el tiempo de presentarnos a los diecinueve chicos que formaban parte del equipo de rugby del Old Christians Club, un grupo de amigos que antes de graduarse no tenían mayor ambición que viajar hacia Chile con sus afectos. Era una oportunidad única para crear recuerdos, memorias para un futuro que se sentía inalcanzable.

Haciendo cine

Es algo central en El Orfanato (2007), la impecable opera prima del director español. Ahí nos demuestra que en las situaciones más desgarradoras, es el amor en sus diversas facetas aquello que nos da fuerzas para seguir adelante. Tal como aquel faro que alumbraba las costas de Asturias, es la luz guía que en la oscuridad nos permite ver al horizonte.

En Lo imposible (2012), Bayona supo retratar una tragedia en donde la realidad resulta más increíble que la ficción, por lo que no es extraño que la vida lo guiara hacia esta historia. Dedicándole años a este nuevo proyecto, demostró su pasión por estar a la altura del relato. Esto se nota en su obsesiva recreación de los hechos, de un tiempo y su cultura, así como también de las batallas internas con las que cargaron aquellos que lograron regresar a su hogar.

El retrato de la catástrofe

Temiendo lo que se avecina, acompañamos a los cuarenta pasajeros a subirse al avión. Nos sumergimos en el momento de inocentes festejos, conscientes de cada sonido en el ambiente, del repiqueteo del metal. Lo tenue se convierte en ensordecedor. Aquello que a los ojos de esos chicos se ve como una imponente nave, para nosotros es de una fragilidad aterradora.

La calidad de los efectos prácticos hace su magia entonces, logrando zurcir ese segmento de la cabina con lo que inevitablemente debe ser reconstruido con CGI. El accidente es representado con crudeza y el mayor realismo posible, haciendo que cada impacto fuera y dentro se sienta contundente. Aquello que no pudo haber tardado más que minutos se vuelve algo interminable.

La gran pregunta

Es así como nos acercamos a lo que sabemos es la cruz mayor con la que carga la película. ¿Pasó ya el suficiente tiempo como para que el público no tenga esa grotesca curiosidad al ver cómo es que esos chicos hicieron lo impensado en pos de sobrevivir? La respuesta que Bayona encuentra es la de no escaparle al tema. Al contrario, lo vuelve una de las partes centrales de esta odisea, mostrando que la antropofagia no es una línea a cruzar, un simple antes y un después.

Es una decisión reiterativa, una que cuestiona la moral terrenal y espiritual de estos chicos. El tiempo pasa y si bien lo tabú pasa a ser algo necesario, se convierte también en una batalla interna que los acompaña día a día. Encarando el tema con altura, se resalta la tortura de aquel que parece tener todo el tiempo del mundo para reflexionar sobre filosofía, moral y teología, pero que al final del día, debe enfrentar que ese mismo tiempo es lo que marchita al cuerpo y toda lógica.

Una inabarcable inmensidad

La fotografía de Pedro Luque logra capturar aquello que convierte a la cordillera de los Andes en algo más que un cementerio blanco. Logra darle un carácter propio, volviéndolo un personaje omnipresente y estoico que observa a los supervivientes tal como lo hacemos nosotros.

Así como el océano y el cielo se funden en El Caminante sobre el mar de nubes (1818) de Friedrich, los picos de las montañas se fusionan con las nubes. Las noches interminables dan lugar a un sol que regresa con una calidez esperanzadora. Es la definición de lo sublime de los artistas románticos, aquella naturaleza tan bella como terrible y que nos excede completamente. Eso que el humano nunca será capaz de domar.

Igual de importantes resultan los primeros planos, resaltando la sensación de claustrofobia que genera aquel fuselaje convertido en refugio. La cámara pierde el foco así como lo hacen los cuerpos debilitados. Pero esos rostros borrosos encuentran claridad en las miradas. Son ojos que cargan con un sinfín de sentimientos encontrados, con la necesidad de buscar nuevos dioses, crear sentido dentro de lo inexplicable.

En primera persona

He ahí la principal diferencia con el largometraje que en los noventa retrató por primera vez esta historia, un relato que en gran parte se hizo famoso por el morbo que generaba en la audiencia. Épica y ante todo muy hollywoodense, emociona pero marca una distancia innegable que supera aquella de la barrera del idioma.

No es una crítica a la película en sí misma, pero sí marca rotundamente la diferencia entre ambas producciones. Basada en el libro homónimo, ¡Viven! (1993) adapta un texto publicado apenas 2 años después del suceso, una novela que se enfoca principalmente en los hechos y no en el trauma.

La Sociedad de la Nieve (2008) de Pablo Vierci, un ex compañero de colegio de los supervivientes, es un libro en el que comenzó a trabajar en 1973 y que documenta en primera persona aquellos 72 días en la cordillera. Su adaptación al cine profundiza esos puntos de vista, por lo que era indispensable buscar actores desconocidos que pudieran comprometerse con un rodaje que sería también desgastante. Al tener como protagonistas a estos talentos emergentes argentinos y uruguayos en lugar de galanes a los que les reconocemos el rostro, se logra otro nivel de realismo.

La sociedad de la memoria

Tal como lo hicieron con el libro, los supervivientes formaron parte activa de la producción de la película. Dándole horas de entrevistas a Bayona, el director tenía como meta transmitir lo más fehacientemente posible aquello que ese puñado de fotos que volvieron de los Andes jamás logró capturar.

Estableciendo una relación personal con el grupo, estos se abrieron al cineasta en un ejercicio que pocas otras ficciones pudieron conseguir. Pero no todo quedó detrás de cámaras, ya que algunos de ellos hacen su aparición en el film, dando lugar a cameos que consiguen inmortalizar lo imposible.

Vemos entonces como Roberto Canessa se convierte en uno de los médicos que se auxilia a sí mismo. Carlos Paéz interpreta a su propio padre, el fallecido pintor uruguayo Carlos Paéz Vilaró, aquel hombre que jamás perdió la fe y con emoción recita los nombres de los dieciséis supervivientes que eran trasladados de vuelta a Montevideo.

Con una expresión solemne, Fernando “Nando” Parrado se para a un lado de la puerta del aeropuerto, cediéndole el camino a sus fallecidas madre y hermana. Tras cincuenta años, parece listo para salir de ese lugar, pero se encuentra cara a cara consigo mismo. Es un primer paso para que el fantasma de su pasado enfrente a un futuro incierto. Es una silenciosa promesa de reencuentros, un gesto que solo el arte puede conceder.

“Estábamos contenidos, nos abrazábamos, nos golpeábamos para no morir congelados. Y construimos esa sociedad; estaba prohibido quejarse y había un solo objetivo: vivir, no yo si no todos. Por eso en 73 días no se murió nadie de frío. Los que murieron fue por accidentes, por la avalancha o por cuestiones de salud que no se pudieron solucionar. Y esa solidaridad fue llevada al extremo en esta película”

— Gustavo Zerbino, superviviente

Rendirle homenaje a cada uno de estos hombres, mujeres y esos jóvenes se vuelve un tema central, un respeto que se hace presente en cada detalle. Porque en toda historia es normal que uno u otro personaje destaque, que aprendamos sus nombres y deseemos verlos salir airosos.

La película toma como eje la unidad, el entender que no hay uno o dos héroes, ya que ante una catástrofe de estas proporciones nadie puede salvarse solo. Ante cada caído, Bayona toma la decisión de remarcar sus nombres y edades. Esta no es una agrupación de anónimos, son personas reales, todas y cada una parte fundamental de que de entre esos cuarenta viajeros y la tripulación unos dieciséis fueran rescatados.

La Sociedad de la Nieve es una de las mejores películas que entregó el 2023. Angustiante y visceral, es un estudio de la tragedia así como también de la complejidad humana. Nos recuerda que tal cómo de la noche nace el día, ante la adversidad se refuerza la empatía y la unión. Es una historia que busca ante todo darle voz a la ausencia, a aquellos que se mantienen con vida en la memoria. Celebra su amor, entrega y las pérdidas que no fueron en vano.

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Ro Tapias

Artista visual. Madre de dragones, gatos y un corgi. Hablo de cine, a veces demasiado.