Una lúgubre secta roba al bebé de una pareja de diplomáticos estadounidenses, intercambiándolo por el retoño del mismísimo Satán. Ese es el comienzo La Profecía (1976), inicio de una saga que acompaña a Damien en distintas etapas de su vida para mostrarnos cómo se posiciona cada vez más cerca del poder político, a la vez que elimina a todo quien sospeche sobre su verdadera naturaleza.
Tras la trilogía original, la historia continuó en una película directa para la televisión, La profecía IV: El renacer (1991), además de dos series y una remake bastante decente, pero sin mucho éxito. Por supuesto, con un Hollywood siempre sediento por revivir franquicias exitosas, nos llega ahora La primera profecía (2024), película que por primera vez intenta ahondar en quienes, desde las sombras, planearon la venida del anticristo a este mundo.
Antes del comienzo
Margaret (Nell Tiger Free) es una novicia que, tras la recomendación del padre Lawrence (Bill Nighy) se muda a Roma para tomar el hábito y convertirse formalmente en una monja. El convento al que se une es también un orfanato de niñas, lugar en el que desde un comienzo notamos esconde varios secretos. Acompañaremos a Margaret mientras se auto descubre, definiendo si el mal es algo innato o puede ser impuesto, a la vez que va desenmarañando una serie de conspiraciones tejidas a su alrededor.
No hay dudas de que el horror religioso parece haber despertado un renovado interés, ya que no hace tanto se estrenó la secuela de La Monja (2018), así como en unas semanas veremos Inmaculada (2024), la película que viene ganándole varios elogios a Sidney Sweeney por su labor delante y detrás de cámara.
Pero más allá de las posibles comparaciones que estos temas puedan presentar, es innegable que el mayor obstáculo que Arkasha Stevenson tuvo a la hora de dirigir este proyecto fue otro. Al fin y al cabo, estar a la altura de una franquicia tan icónica es siempre un desafío, cosa que la blasfemia que resultó ser El Exorcista: Creyentes (2023) ya demostró.
Para nuestra suerte, desde un comienzo se nota que Stevenson comprende qué es lo más importante que demanda un legado cinematográfico. Esta precuela no solo logra captar algunos de los elementos más importantes de la original, sino que lo plasma sin permitir que estos acallen su propia voz.
La estructura de esta saga siempre tuvo una formula similar, con individuos percatándose de la naturaleza maliciosa de Damien, mientras quienes los rodean desconocen o son escépticos de tales acusaciones. Es la lucha del único conocedor de la verdad, tildado de loco por el resto del mundo. Un papel que la mujer ha jugado incontables veces desde que el término histeria o el gaslighting existen. En este caso, esta es una historia inequívocamente contada desde la mirada y la experiencia femenina. Sobre los cuerpos y los distintos roles sociales de la mujer.
Hija, virgen, madre, sierva
Tras un prólogo que los fans de Game of Thrones (2011-2019) seguramente apreciarán, la película se toma su buen tiempo en permitirse explorar a Margaret, su falta de socialización con jóvenes fuera de la iglesia, ahondando en su sexualidad y el peso que tiene un voto de castidad para una mujer de su edad. Notamos la tímida voz en su cabeza que gana fuerza al cuestionar los dogmas que le fueron inculcados. Es un ritmo lento pero necesario para afianzar los climas que tan cuidadosamente se construyen. Por supuesto, las muertes y los sustos no faltan, pasando de la sutileza al gore más explícito.
La instrumentalización de los cuerpos se vuelve así un tema central, en donde la anatomía de la mujer se convierte en un territorio en disputa, controlado por una institución para ser tanto el peón como el instrumento de una guerra sobrenatural.
Stevenson lo explora con un body horror tan elegante como crudo, algo que ya había logrado con impecable tensión en su corto Vessels (2015), mostrando la dura realidad a la cual las mujeres trans son expuestas cuando la precarización es el único camino para sentirse completas.
Es así como algunos de los momentos cúlmines de La primera profecía son planteados con una calculada incomodidad, exponiendo lo suficiente como para hacer que unas crucemos las piernas y otros se retuerzan en la butaca.
Free se calza al hombro un papel demandante y, como ya lo había demostrado en Servant (2019-2013), tiene no solo la versatilidad sino que además una gran potencia para comunicar fuera de lo verbal, ya sea con una silenciosa mirada o una intensa contorción.
El elenco es impecable, con un Nighy suave y bonachón, así como un Ralph Ineson que, convertido en el Padre Brennan, hace que el actor sea en un principio solo reconocible por su particular voz. La transformación en el personaje que en 1976 interpretó Patrick Troughton es magistral, un reflejo de la cuidadísima dirección de arte así como también del soundtrack.
Tanto en lo visual como en lo narrativo, la película genuinamente parece una producción realizada a principios de los setenta, a la vez que logra mantener un discurso contemporáneo. De la misma forma, Stevenson utiliza inteligentemente la iconografía religiosa, logrando que en sus sobrias paletas parezcan tomar vida y convertirse en algo monstruoso.
Un poco de polémica
Si bien esta es sin duda la mejor película de la franquicia después de la original, la controversia no puede faltar. La precuela ata ciertos cabos, no temiendo hablar de la violencia institucional, no solo desde una perspectiva misógina, sino que también en proporciones tan bíblicas como políticas.
Este es un cambio muy acorde a la época que es bienvenido, ya que enriquece la historia. Lo que resulta un poco lamentable es cómo pierde cierto misticismo el origen biológico de Damien, mientras que el epilogo nos permite asumir que -dependiendo de cómo le vaya en taquilla- este podría ser el comienzo de una nueva remake, o por lo menos un spin-off.
Independientemente de lo que le depare el futuro, La primera profecía no solo promete posicionarse como una de las mejores precuelas en salir dentro de la ola de secuelas legado, sino que probablemente sea uno de los títulos más fuertes del cine de horror este año y a mucha honra.
Muy a pesar de las décadas que la separan, las costuras que a atan a la película original resultan invisibles. Atmosférica y refinada, logra que -a pesar de que seamos muy conscientes de a dónde se dirige- continuemos deseando que el bien prevalezca. En su grotesca belleza, logra manipular nuestra fe.
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