Tras el enorme éxito de Poor Things (2023), el mundo cinéfilo se sorprendió cuando, apenas unos meses más tarde, Yorgos Lanthimos anunció que en 2024 estrenaría una nueva película. Ni lento ni perezoso, apenas finalizó con la fotografía principal del largometraje que le ganaría varios premios Oscar, aprovechó el largo periodo de post-producción para filmar una historia mucho más pequeña. Esta antología de tres cortos, sin ninguna aparente conexión entre sí más allá de la repetición de parte de su elenco, es de un tono mucho más cercano a las historias que contaba antes de que Hollywood le echara el ojo encima.
Para Lanthimos es un regreso a quien supo ser su guionista histórico, el griego Efthimis Filippou, que dio pluma a Dogtooth (2009), The Lobster (2015) o El sacrificio del ciervo sagrado (2017), acompañando al director desde sus comienzos. Tras su reencuentro en Nimic (2019), un corto protagonizado por Matt Dillon en donde el simple intercambio de un diálogo catapultaba la mímica y el hurto de una identidad, Lanthimos abraza una narrativa muchísimo menos accesible a la que encontramos en sus últimas dos películas.
Mientras que la fábula de independencia femenina de Bella Baxter se apoya en la ciencia ficción para dar rienda suelta a la normalización de lo absurdo, Kinds of Kindness (2024) -distribuida en Latinoamérica como Tipos de Gentileza- es una vuelta a los relatos en donde el sinsentido es la norma, así como una herramienta para exponer la trágica ridiculez de la naturaleza humana.
La muerte de R.M.F.
Robert (Jesse Plemons) parece tenerlo todo. Pero la realidad es que todo lo que posee esta cuidadosamente planeado y obsequiado por su jefe Raymond (Willem Dafoe), quien controla cada aspecto de su vida. Cuando Raymond le pide que mate a un hombre (R.M.F.), Robert no puede enfrentar la tarea. Esa simple decisión y primer acto de independencia lleva a que su realidad se desmorone como un castillo de cartas.
Esta primera historia explora de forma bastante explicita las relaciones de dependencia, aquellas que hoy día reconocemos como tóxicas. Llevando completamente al extremo de lo verosímil aquellas demandas de un Dafoe que logra resultar siniestro incluso cuando no está demandando la muerte de nadie, Plemons se luce al mostrarse como un cachorro sumiso, cayendo en la locura al no tener a un amo a quien servir ni del cual mendigar aprecio.
R.M.F. está volando
Daniel (Plemons) ya no es el mismo. Desde que su esposa Liz (Emma Stone) desapareció luego de que el helicóptero piloteado por R.M.F. cayera al mar, su duelo parece estar volviéndolo loco. Pero cuando Liz milagrosamente regresa a casa, Daniel empieza a sospechar que ella quizás no sea realmente su mujer.
Este relato muestra otra cara del control. Es una historia sobre las fantasías que creamos, desde los sueños cuando dormimos a aquellas con las que idealizamos al otro. Completamente absorto por la imagen de su esposa que creó en su mente, Daniel empuja a una Liz que debe competir con la santificación de sí misma. El canibalismo, la fuente de sustento que ella encontró en la isla, se convierte en sacrificio y método de supervivencia.
R.M.F. se come un sandwich
Emily (Stone) es parte de un culto que considera que el agua de nuestros cuerpos, así como aquella que conforma al mundo, está contaminada. Lo único que se debe beber es el líquido purificado por las lágrimas de sus líderes, Omi (Dafoe) y Aka (Hong Chau), así como solo se puede intercambiar fluidos corporales con ellos.
Tras haber soñado con unas gemelas y que una de ellas tuviera el poder de la resurrección, Emily considera que aquello fue una premonición y se embarca a encontrar a esta salvadora. Para eso, lleva a mujeres a la morgue, pidiéndoles que toquen cuerpos y les ordenen levantarse. Entre ellos, esta R.M.F.
El último y más largo de los cortos una vez más explora los límites de la codependencia y la dominación pasiva, en donde la manipulación se da en un gesto dulce y apacible. Si bien ese humor tan seco todavía está presente, aparece más pronunciado al final, logrando que la historia explore tintes mucho más oscuros al permitirse tocar otra cara del abuso, esta vez sexual.
Es tan solo al llegar a la escena postcréditos en que el titulo cobra sentido. No es coincidencia que acabemos de notar en los títulos que el nombre del actor que interpreta a R.M.F. también sea Yorgos. Esta conexión detrás y delante de cámara, así como su aparente inmortalidad, lo vuelve omnipresente. Lanthimos una vez más es una deidad que juega cruelmente con sus personajes. Su camisa blanca esta manchada de rojo. Los créditos continúan y el mundo sigue su camino.
Una marca registrada
De la misma forma en que el director griego vuelve a la abstracción que caracterizó a sus inicios y gran parte de su filmografía, una vez más volvemos a encontrarnos con recursos que casi son un fetiche para el cineasta. Los planos amplios una vez más recalcan la sensación de soledad así como de insignificancia de los personajes, llegando incluso a deformar el mundo tan extraño que los rodea. Y, como no podía ser de otra manera, también se da el gusto de incluir una escena de baile. Una victoria efímera.
Marcando un gran contraste con la espectacularidad técnica de sus dos últimos largometrajes, Kinds of Kindness resulta casi minimalista en comparación, pero no por eso menos efectiva. Sacándole provecho a un elenco magistral, Lanthimos explora las longitudes que puede alcanzar una amabilidad performática, casi robótica.
No hay necesidad de hablar de amor romántico para mostrar los límites a los que se puede llegar con tal de mantener un vínculo. La soledad de los personajes es tan contundente que un tono de voz apacible y algo de amabilidad es suficiente para que se aferren con total desespero a la satisfacción que un gesto cortés puede producir.
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