Antes de exhibir su primera crisis a cielo abierto por haber promocionado una estafa con criptomonedas, el gobierno libertario estaba envalentonado: desregulación de la economía, ajustes varios, ataque a la diversidad de género, acelerador a fondo con la batalla cultural. Nada parecía interponerse en su camino, incluso a pesar de las masivas movilizaciones en todo el país contra la violencia del discurso oficial. Y en ese avance también se propuso chocar de frente, una vez más, contra el INCAA.
En esta oportunidad fue el ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzengger, quien hizo el anuncio de una-nueva-desregulación con burlas, una pretendida ironía, referencias cinéfilas y una cita de la película Plata Dulce, de Héctor Olivera (1982). Como si la medida anunciada no lesionara, justamente, la propia exhibición de películas argentinas a lo largo y ancho del país.
Sturzenegger dio a conocer a principios de este mes la derogación de la Resolución 2114/11, firmada en tiempos del kirchnerismo por la administración de Liliana Mazure en el INCAA. Esa disposición establecía una escala de impuestos para cines del interior y del AMBA en caso de que una misma película extranjera se exhibiera en muchas salas (los famosos “tanques” que suelen ocupar gran parte de las carteleras). La iniciativa, discutible desde lo fiscal, buscaba poner un tope a la inundación de productos de gran presupuesto y promover, así, la diversidad de la oferta cinematográfica. Esto explicó Mazzure en su momento:
“A mayor cantidad de copias extranjeras que ingresan al país, mayor es el arancel que pagan. Se busca desalentar razonablemente la política agresiva de distribución de cine extranjero en el país, garantizando la diversidad cultural.”
Ahora, con la derogación dispuesta por la gestión de Carlos Pirovano –el nuevo gerente del INCAA resistido por la mayoría de la comunidad audiovisual–, los cines del interior quedarán exentos de tributar en caso de que inunden sus salas con las mismas superproducciones de siempre, que por otro lado parecen ser las únicas capaces de llevar filas de espectadores al cine.

Controvertida, y con una innegable raíz confiscatoria a la luz del credo libertario, la medida derogada no respondía ni más ni menos que a lo que el INCAA tiene que hacer: garantizar, dentro de sus posibilidades, que de por sí son escasas, la amplitud de la oferta, la diversidad de las proyecciones y la presencia siempre necesaria del cine argentino en las salas. En definitiva, la promoción cultural en un mercado monopolizado. Pero la gestión mileísta levanta las barreras y ríe.
“Llevará años recuperar lo perdido. Pero eventualmente tendremos menos ñoquis y más cine. De ese que la gente quiera ver. En libertad. Quizás no haya sido el robo del siglo, pero igual llegó el momento de recuperar lo que el INCAA nos robó. Tiempo de revancha del espectador”.
Así provocó Sturzenegger, en un amplio posteo en el que intentó algo muy difícil para él -ser gracioso- con referencias a películas insigne de la historia argentina.
La gran estafa
Como sea, esta última disposición se inscribe en la larga saga de embates contra el INCAA, uno de los organismos que la excéntrica administración libertaria tuvo en la mira desde que asumió. Al considerarlo un antro de “ñoquis” y un aparato de “propaganda” de la agenda woke, el mileísmo parece decidido a reducir el organismo no ya a su mínima expresión sino a la de un distribuidor privado que debe ser rentable.

El primer golpe había sido el decreto 662/2024, publicado por el Gobierno a fines de julio del año pasado y que borró del mapa del mercado “cuota obligatoria” de exhibición de películas domésticas en las pantallas comerciales, por lo que ahora es el propio presidente del INCAA –Pirovano– quien decide esa porción. Antes, el mileísmo había dispuesto despidos, reducción de personal y ajuste en el organismo.
Después vino el cambio en el criterio para la asignación de subsidios para películas -que ahora se rigen, a grandes rasgos, por estándares de recaudación en taquilla o niveles de audiencia en plataformas- y, como corolario de esta etapa gris, el recorte presupuestario y artístico del Festival de Cine de Mar del Plata, uno de los certámenes más prestigiosos del mundo. El saldo para esa última cita, la primera de la era libertaria, fue negativa en términos de recepción.

¿Qué se logró con todo esto? Poco y nada. Más nada que poco, en realidad. Según un relevamiento hecho por las periodistas Mariel Fitz Patrick y Sandra Crucianelli en Infobae, y en base a los propias cifras del INCAA, el número de espectadores que eligió cine argentino durante la primera mitad de 2024 cayó un 72% por ciento respecto del año anterior.
En 2023 habían sido 844.976 asistentes los que optaron por películas nacionales en el primer semestre, mientras el año pasado, con las estrambóticas medidas ya en marcha, fueron 235.421 espectadores entre enero y junio. Ante la evidencia de estos escasos resultados, y a la luz del escándalo por la estafa cripto y sus ramificaciones en el periodismo político, la clave la dio el director y actor Iair Said, que advirtió que los libertarios “no deberían haberse metido con la industria audiovisual”.
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