El estreno de la primera parte de la adaptación de Wicked (2024) sorprendió a todos. Tanto amantes de los musicales como espectadores casuales (o simplemente fanáticos de las historias de fantasía) vibraron con las canciones y las interpretaciones de Ariana Grande y Cynthia Erivo. En Estados Unidos tuvo un éxito en taquilla que no había tenido ninguna adaptación de Broadway desde Grease (1978).
¿Qué tuvo Wicked para ofrecer que otros musicales no? La respuesta es difícil de elaborar, pero quizá sea una buena excusa para hablar sobre qué es lo que hace que una adaptación teatral funcione en la pantalla grande. Por eso en esta nota te vamos a dar las claves para analizar una gran película musical.
Para empezar, es necesario conocer cuáles son los vínculos y las diferencias entre una obra teatral y una obra cinematográfica.
BROADWAY Y HOLLYWOOD: UNIDOS Y SEPARADOS
Los últimos años de la segunda década del siglo veinte fueron el inicio de la edad de oro de las películas musicales en Hollywood, con más de cien musicales estrenados solamente en 1930. Los años post-depresión encontraron a un público que necesitaba evadirse de la realidad de la crisis económica con espectáculos de calidad, ya sea en los cines como en los teatros. Para esa época Broadway ya era una institución, estrenando cientos de espectáculos por año.
Esto coincidió con el momento en el que los grandes estudios de Hollywood comenzaron a tomar el control del negocio cinematográfico de los Estados Unidos. No por nada la primer película sonora de alto presupuesto fue un musical. El Cantante de Jazz, película de Warner Bros de 1928, era una adaptación de Broadway protagonizada por Al Johnson, un famoso artista teatral del momento. La mitad de la película es muda, hasta que de pronto su protagonista comienza a cantar. Con la mirada hacia el público, la música baja de intensidad para que el actor diga una frase paradigmática:
“No han escuchado nada aún.”
Así, el teatro y el cine musical se desarrollaron en paralelo, en una relación de tipo mutualista que persiste hasta el día de hoy. Hollywood, una industria todavía muy joven, se valía de la tradición teatral para asegurarse un éxito de taquilla y utilizaba los recursos cinematográficos para elevar la apuesta y darle a las audiencias lo que el teatro no podía ofrecerles. Broadway, por su parte, aumentaba sus ingresos gracias a la gente que quería ver en persona lo que había presenciado en las monumentales producciones que aparecían en las películas.
El trabajo del coreógrafo Busby Berkeley fue clave para consolidar al cine como un refugio para los musicales. Al ser un hombre que había estado en el ejército, se le ocurrió que las coreografías podían tener la misma rigurosidad y apoteosis de una marcha militar. El cine, al disponer del movimiento de las cámaras y los montajes, podría darse el lujo de construir escenarios colosales plagados de bailarines que no entrarían en ningún teatro.
El plano cenital de esa manera se transformó en una marca de estilo del musical fílmico, que permitía enfocar a todos los artistas a la vez. Con la evolución de la tecnología que permitía el desplazamiento de las cámaras, el cine tuvo la posibilidad de manipular la representación del espacio de un modo más complejo que cualquier obra teatral. Ese es el primer punto que hay que tomar en cuenta para analizar una película musical.
LA ESCENOGRAFÍA Y LA CONSTRUCCIÓN DEL TIEMPO Y EL ESPACIO
Por las limitaciones del espacio teatral, los musicales de Broadway se ven obligados a dejar bien en claro cómo son los mundos que están construyendo en cada obra. Cuando la escenografía no es suficiente, hace falta recurrir a los diálogos y las canciones. En todo musical hay canciones que sirven para establecer el entorno y hacer que el público se imagine el mundo que se está representando.
Un ejemplo de eso es la canción “No One Mourns The Wicked”, con la que empieza Wicked, que sumerge a los espectadores en la tierra de Oz. Una buena película musical puede prescindir de esos recursos para construir el espacio. No solo puede crear espacios mucho más grandes y detallados, sino que puede explorarlos en mayor profundidad a través de planos más cercanos. Eso se ve claramente en la adaptación de ese número musical a la gran pantalla, en la que se puede ver a los aldeanos en acción y Oz se siente un lugar más vivo que nunca.
Por otra parte, mientras el teatro tiene una limitación espacial muy clara, el cine permite explorar múltiples espacios a la vez. Las malas películas musicales se restringen a representar un solo espacio en el que se desarrolla la acción, a menudo con una cámara fija y poco dinámica, que limita la acción solo a lo que se está representando en primer plano. Ese es el caso de los números musicales de la adaptación del musical basado en la película El Color Púrpura (2023), super estáticos si se los compara con el dinamismo de las producciones de Baz Luhrmann (Moulin Rouge, Elvis), que explotan al máximo los espacios y dejan ver el esplendor de los decorados.
Esta múltiple representación del espacio hace entrar en juego una nueva dimensión: el tiempo. El cine puede representar múltiples tiempos a la vez de un modo más directo que el teatro, ya que opera directamente sobre la percepción temporal. Así, una película como Tick, Tick… Boom! (2021) puede hacer saltos efectivos en el tiempo que requieren mucha mayor destreza en una obra teatral.
Además, permite detener el tiempo y hacer que la realidad conviva con escenarios imaginarios y fantasiosos, como sucede con las visiones que tiene Jonathan Larson en la película, que se sirven de efectos especiales y otros recursos exclusivamente cinematográficos. Representar eso en un teatro requeriría múltiples juegos de iluminación, y mucha tecnología de desplazamiento de las escenografías.
LA CÁMARA Y LA FOTOGRAFÍA AL SERVICIO DE LA NARRACIÓN
El movimiento de cámaras, a través de zooms o travellings, es un elemento clave en una buena película musical. Pero eso La La Land (2016), de Damien Chazelle es la mejor película musical del siglo XXI. Sus números musicales utilizan mucho el steadicam, un arnés y soporte que permite al operador de cámara caminar o correr junto con los personajes. Además, el uso de monturas que posibilitan mover la cámara mediante un brazo de grúa, concede un tipo de expresividad puramente cinematográfica.
Esta es una de las razones por las que las películas animadas de Disney del periodo del Renacimiento (desde finales de la década del ochenta) están entre las mejores películas musicales que existen, ya que podían expresar un dinamismo a través de la animación que era inédito en el cine live-action hasta el momento, y que solo se pudo replicar muchos años después.
Del mismo modo, una buena película musical debe ser consciente de su fotografía. Una película que se restrinja a replicar la iluminación de una obra teatral no va a generar el mismo resultado que una que juegue con las sombras y los colores para lograr un efecto dramático. En eso el musical toma la delantera, permitiendo mucho más dinamismo para cambiar rápidamente la iluminación, mientras que el cine necesita más estabilidad en la fotografía.
De todas formas, un clásico como El Mago de Oz (1939) supo utilizar las propiedades cromáticas del cine en función de la narrativa. La ya célebre transición del blanco y negro al color en la escena en la que Dorothy llega a Oz explota uno de los recursos más valiosos del cine clásico: el Technicolor, un proceso que combinaba tiras de colores rojos, verdes y azules para construir tonos vibrantes y vivos.
Es eso quizá en lo que más falla la primera parte de la película de Wicked, haciendo un uso de la fotografía -si bien colorido- bastante neutro y sin sombras. En la otra vereda, La La Land pudo incorporar de manera efectiva el color a la historia, manteniendo los esquemas vívidos de color en la primera mitad de la película, y opacándolos a medida de que el futuro de los personajes se volvía más incierto en la segunda mitad.
LA MÚSICA Y EL RITMO
Otro elemento en el que el teatro tiene ventaja es en la música. Una de las razones por las que las adaptaciones de Broadway no suelen funcionar en la pantalla es porque una canción creada para el escenario no puede insertarse en una narración cinematográfica sin que altere todo el ritmo de la película. En el teatro las canciones no funcionan por sí solas, se ajustan a un tempo, que es el ritmo de la obra. El ritmo puede mantenerse o cambiar, pero no está librado al azar. Incluso las escenas en las que no hay música, los diálogos de los personajes y las acciones deben seguir un tempo, que será el que le de paso al número musical.
Las películas musicales más flojas, como es el caso de la adaptación live-action de La Bella y la Bestia (2017), no tienen en cuenta el ritmo de los momentos no musicales, o los manejan de manera muy torpe. Un ejemplo de esto es el cuadro musical de “Evermore”, una canción nueva que no estaba en la versión animada. Los momentos previos a que el personaje de la Bestia cante la canción se sienten extremadamente lentos, ya que tienen que ajustarse al tempo, lo cual genera un contraste evidente con el resto de la película, que sigue el tempo del musical animado.
Por eso suelen ser mejores las películas musicales que están construidas a partir de un repertorio completo de canciones originales, como pasa con La La Land o las películas animadas de Disney de los años noventa.
LA IMPORTANCIA DE TRANSMITIR LA EMOCIÓN
Otro elemento central de los musicales es la interpretación. El estilo de actuación teatral requiere que la interpretación sea muy remarcada, y necesariamente más exagerada, para que hasta el que está sentado en la última fila entienda la historia. Sin embargo, el cine requiere lo contrario: poder comunicar la emoción en un tiempo y espacio específico que es capturado de manera íntima por la cámara, sin agregados.
La razón por la cual los personajes cantan y bailan en un musical es porque la emoción que está experimentando los sobrepasa. Para comunicar esa misma emoción en una película es necesario manejar los principios que utiliza el cine para comunicar emoción, en lugar de replicar una actuación teatral. Eso es lo que lograron películas como All That Jazz (1979), de Bob Fosse, que nunca deja de ser una película, a pesar de que esté “interrumpida” por números musicales.
Por otra parte, en cualquier musical, ya sea teatral o cinematográfico, las canciones y el baile, deben cumplir un rol dentro de la narración. Los números deben fluir con naturalidad para construir el extraño verosímil de este género en el que los personajes actúan de un modo totalmente contrario a una lógica realista. Esto implica que las canciones deberían hacer avanzar la historia u otorgarnos información sobre los personajes y sus motivaciones, un elemento que hizo que las películas musicales de Disney posteriores a La Sirenita (1989) funcionaran tan bien que terminaron siendo adaptadas en Broadway.
Las películas musicales inteligentes, sin embargo, son conscientes del rol que las canciones tienen en una historia, e incluso aunque no hagan avanzar la trama, pueden hacer que los números funcionen a partir de la conciencia de su propia irrelevancia. Esa es una de las razones por las que Bailando bajo la lluvia (1952), de Gene Kelly y Stanley Donen, pudo transformarse en una de las películas más importantes de la historia del cine, con un repertorio plagado de canciones que no aportan nada a la trama más que acompañar el momento presente de los personajes con mucha destreza visual.
En ese aspecto, Bollywood tiene mucho para enseñarle a Hollywood, ya que la mayoría de las películas tienen números musicales que acompañan la narración para otorgar matices y acompañar los sentimientos de los personajes, sin importar que el tono de la historia sea cómico o dramático. Por estas razones y quizá algunas otras más, son pocas las películas musicales que logran hacerse un lugar en la historia del cine después de que los años dorados de Hollywood han quedado atrás. Es evidente que no hay asunto más serio que hacer un buen musical.
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