En lo profundo de un espeso bosque, June (Halle Berry) y sus dos hijos exploran sus tierras. Se separan entre sí, pero todos están unidos por una cosa: cada uno lleva una larga cuerda que, como un cordón umbilical, los mantiene atados a su cabaña y hogar, heredada por sus antepasados y su única fuerza protectora. Y es que hay un mal habitando sus alrededores, una presencia terrorífica de la cual solo pueden protegerse al respetar tres reglas.
- Manténganse atados a la casa.
- Reciten sus plegarias.
- No confíen en el mal.
Los niños, a pesar de su corta edad, se desenvuelven con maestría y demuestran que toda su vida convivieron con la naturaleza, recolectando alimento y cazando los pocos animales que pueden encontrar durante el crudo invierno. Samuel (Anthony B. Jenkins) es responsable y obediente, mientras que Nolan (Percy Daggs IV) de a poco se mostrara más independiente, más crítico y dispuesto a poner a prueba los límites del reglamento que rige su existencia. Muy a pesar de todo aquello sobre lo que su madre les advirtió.
Una cuestión de fe
Si hay algo que Alexandre Ajá demostró con su película de culto High Tension (2003), o inclusive en Crawl (2019), el intenso thriller en donde Kaya Scodelario estaba atrapada entre un huracán y una inundación que había llenado su casa de cocodrilos, es lo hábil que el director francés es a la hora de sostener la sensación de que el peligro está a punto de saltarnos a la yugular.
Con No te sueltes (2024), nos plantea un ritmo mucho más lento que en sus anteriores producciones, pero le da una impronta muy propia a algo que ya habíamos visto antes en varias iteraciones. El terror psicológico ya había explorado en títulos como El Babadook (2014) la fina línea entre lo sobrenatural y miedos anclados en horrores reales, siendo la salud mental uno de los temas más recurrentes.
Tal como en Hansel y Gretel, esta fábula moderna tiene al centro a dos niños de protagonistas, pero que en cuyo caso no fueron abandonados. Para ellos la presencia de su madre puede resultar casi tan amenazante como este mal invisible y omnipresente que ella asegura los rodea.
Es así coma surgen dos lecturas, una en la cual una madre sobreprotectora no teme ir hasta los últimas consecuencias con tal de proteger a su hijos de todo riesgo, un peligro que ella asegura puede provenir de su familia misma. Pero por otra parte, tenemos a una mujer que posiblemente está completamente disociada del mundo real, abusando de sus hijos y matándolos de hambre. June les jura que el resto del mundo ha desaparecido y no hay otra alternativa más que mantenerse atados a esta casa bendecida por un poder divino, adorando a sus tallas de madera y rezándoles, rogando por absolución y protección.
Nolan comienza a mostrarse rebelde al cuestionar esa fe ciega que tanto June como su hermano Samuel comparten. Es una etapa que a todos nos llega, pero que para los gemelos puede traducirse como el límite entre sobrevivir o encontrar una muerte prematura. ¿Acaso el fin vendrá de la mano de la severidad de su propia madre? ¿O puede que Nolan traicione la confianza de su familia, condenándola por el simple acto de soltarse de una cuerda?
Así como la muerte misma es un final ineludible para todo aquello que está vivo, este descreimiento de la religión también es una etapa que todos atravesamos. Comienza cuando la niñez empieza a convertirse en un recuerdo y la palabra de nuestros padres ya no es ni santa o una verdad absoluta. Al cuestionar a su madre, Nolan se transforma en un hereje. Un pequeño adulto.
Con el mal puertas adentro
Con un elenco tan reducido y además teniendo el peso centralizado en gran parte en dos actores infantiles, es ahí donde la película encuentra uno de sus mayores aciertos. Berry da una interpretación con la suficiente precisión como para hacernos empatizar por momentos, pero al mismo tiempo dudar de ella y sentir un profundo rechazo. Pero sus co-estrellas destacan por cómo le siguen el ritmo y logran cargarse exitosamente el peso de la historia cuando esta depende de sus jóvenes espaldas.
Si bien los efectos visuales son correctos pero no muy destacables, pasan desapercibidos frente a cómo el guion siembra sus ideas y lentamente va dando sus frutos. Trata peligros más atados al mundo real, como es la hambruna que acompaña a un helado invierno, sumando peso al deterioro de esta minúscula familia que está aparentemente sola y encerrada en la última fortaleza del bien. Si bien posee un gusto a cuento, más que prometer una moraleja al final, Ajá va dejando la sensación de lo que nos espera es una ineludible tragedia. Paso por paso, las cosas solo empeoran y las profecías de derrota parecen ineludibles.
Pero, por similar que resulte a otros títulos, No te sueltes (2024) sorprende al alejarse de las lecturas más ambiguas llegado a su tercer acto. Si bien la narrativa continúa funcionando de forma metafórica, el tramo final decide subir la apuesta al reforzar la idea de que, ominoso o por cuestiones hereditarias, el mal puede estar en cualquiera, hasta un niño. Ajá nos entrega así una película de lento desarrollo, pero que eventualmente toma los tintes de thriller y acción de sus otras películas, sumándole otros aspectos más perversos por el vínculo entre los personajes.
Como una historia de advertencia ante los fundamentalismos y los peligros detrás de los ritos y las mitologías que nos creamos, el tacto se vuelve vehículo de muerte o protección en una historia que remarca dualidades como la lucha del bien y el mal o el de la cordura y la locura. Por sobre todas las cosas, se posa sobre el terror que nos genera el equivocarnos frente a la fe ciega. Por más que juremos fervientemente que podemos explicar lo desconocido, el mal puede aparecer en esa voz susurrante que constantemente nos cuestiona: “¿No estaré equivocado?“
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