Es una situación de ensueño. Trabajando en el catering de un evento de elite, Frida (Naomi Ackie) consigue llamar la atención del joven billonario Slater King (Channing Tatum), quien se encuentra en medio del ojo de una tormenta informática tras su reciente cancelación y disculpas públicas.
Como si de un cuento de hadas moderno se tratara, su clara atracción por ella lo lleva a espontáneamente invitarla junto a su amiga Jess (Alia Shawkat) a una isla privada en donde escapar de la atención de los medios.
Las reglas son pocas. Las chicas solo deben entregar sus teléfonos celulares para unirse a un grupo de pseudo-celebridades en lo que pronto se convierte en una burbuja hedonista alejada de todo sentido de la realidad.
Comida lujosa, bailes, alcohol y estupefacientes hacen que todo registro del pasar del tiempo se pierda, por lo que los días se suceden mientras una extraña sensación comienza a asentarse en Frida. Cuando la emoción se diluye, empieza a preguntarse si este paraíso en donde se encuentra es demasiado bueno para ser cierto.
La isla de las (horrendas) fantasías
Una de las primeras cosas que llama la atención de Blink Twice (2024) es la evidente intención de Zoë Kravitz por demostrar un estilo bien marcado y una voz propia. Imitando a la perfección la fantasía que influencers venden en redes sociales, la pantalla se llena de colores saturados y paisajes exóticos. Mujeres bellas aparecen en vestidos blancos etéreos e idénticos.
A nadie parece importarle que, a diferencia de los hombres, sus particularidades se pierden al estar vestidas en uniformes dignos de deidades griegas. ¿Acaso esta no es una experiencia digna de Dionisio? Slater King insiste con que no hay razón por la cual preocuparse, simplemente deben rendirse al placer.
Muy a pesar de que Slater continúa con sus avances románticos, Frida se sorprende porque este parece no reaccionar a sus intenciones por concretar ese interés. Es con el correr del tiempo en que, haciendo honor al título, un fino trabajo de edición va dejando pistas sobre lo que se esconde en este aparente mundo idílico. Son pistas que desaparecen en un parpadeo, de la misma forma en que a veces lo hace una memoria confusa.
Así como en su momento The Stepford Wives (2004) o más recientemente Don’t Worry Darling (2022) tocaron temas similares, pero que se apoyaban en la ciencia ficción para entregar su mensaje, la ópera prima de Kravitz funciona al satirizar un contexto muy anclado a la actualidad. Por un lado, hace eco sobre la creciente atención que las redes sociales muestran hacia superficiales tratamientos enfocados en la salud mental.
Pero más obviamente, Slater King aparece como la definición de aquellas figuras públicas afectadas por una supuesta cultura de la cancelación que quedan exentas de toda repercusión a largo plazo. Puede que en la internet borrar una huella digital sea imposible, pero la memoria cibernética rápidamente pierde valor ante el próximo gran escándalo. Como en la isla de Slate, nuestro interés y atención residen en los estímulos instantáneos.
Parpadea dos veces si estoy en peligro, como es el título latinoamericano de la película, tiene un elenco de varias caras conocidas entre las que encontramos a Christian Slater (Mr Robot), Kyle MacLachlan (Twin Peaks), Haley Joel Osment (Sexto Sentido) y Geena Davis (Thelma & Louise). Pero las palmas definitivamente se las llevan las dinámicas entre Ackie (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody), Shawkat (Arrested Development) y la multifacética Adria Arjona (Andor).
Miedo y sororidad
Poniendo especial atención en las relaciones entre los personajes femeninos, hay un sentido muy orgánico de la camaradería, así como del sentido del humor que comparten tanto en los buenos momentos como a la hora de enfrentar las famosas red flags y sus señales de peligro. También encontramos representados la forma en que cambian los vínculos femeninos en relación a la atención masculina.
Haciendo uso de muchos primeros planos o planos cortos, el foco se centra ante todo en los diálogos que se suceden en las miradas que ellas comparten, demostrando afecto, competencia o hasta la desesperada búsqueda de ayuda en un grito silencioso.
Con una edición de sonido tan gratificante como la visual y una banda sonora que sin duda hace honor al legado de su padre, Zoë Kravitz explora temas que no son nuevos, pero consigue hacerlo con una impronta totalmente personal y bastante contundente para un debut direccional.
Mientras que la era del “yo te creo, hermana” parece tener cada vez más trabas por encontrar una justicia más allá de pasajeros linchamientos digitales, Kravitz encara el tema desde un lugar un tanto lúdico. Es así como el humor tiene un gran y necesario peso, convirtiéndose en una herramienta para convivir con lo que en un comienzo se intuye como suspenso pero termina siendo un brutal thriller. Es un recurso para lidiar con esos niveles de oscuridad, de la misma forma en que la fantasía de venganza endulza un poco más una temática tan dura como real.
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