Varias de las escenas de Abigail (2024), de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, están pensadas para crear la sensación que la casa en que todo transcurre es una enorme trampa. De hecho, lo es, con sus festones decadentes, escaleras que chirrían al menor paso y la extraña invitación que lleva a marras su estadía.
Un grupo de delincuentes deberá vigilar a una niña, a cambio de una parte del cuantioso rescate que piden por ella. Solo 24 horas, insiste el misterioso Lambert (un siempre siniestro y confiable Giancarlo Esposito), cuando completa la operación. No parece gran cosa, mientras la rehén espera en una de las habitaciones, frágil y apariencia, incapaz de dar problemas.
Pero todo lo anterior se vuelve rápidamente un escenario feroz, cuando cada paso del misterio caiga en pedazos alrededor de la pequeña Abigail (Alisha Weir), una criatura imparable, con sed de sangre y deseos de jugar.
El guion de Guy Busick y Stephen Shields está lleno de ingenio y un voraz sentido del humor al convertir al monstruo en una combinación entre el apetito y curiosidad infantil, por algo más macabro que se hace más fuerte, a medida que criatura titular muestra todos sus horrores.
Un punto a favor de Abigail es su capacidad para crear un ambiente claustrofóbico, en el que se mezclan sin esfuerzo varios tópicos distintos. La casa en que el grupo está encerrado, es una perfecta construcción gótica, digna de su sangrienta ocupante. Pero mucho más cuando la cámara pasea por sus pasillos y analiza el entorno desde la oscuridad y el miedo.
Aunque podría limitarse a ser burlona — que lo es — o a ser violenta — que también — mezcla todo lo anterior en un argumento que en ocasiones avanza demasiado rápido, pero jamás se sale de control. Después de todo, esta entidad hambrienta, tiene la forma de una niña — sus apetitos y deseos son poderosamente infantiles — pero también y de eso no quepa duda, es una figura imparable.
Sin embargo, el guion sabe cómo y cuando explorar en la mitología del vampiro, para brindar mayor libertad, soltura y una brutal vena sangrienta a su guion. También es metarreferencial y por primera vez, los personajes saben exactamente a qué se enfrentan — hay diálogos memorables que apelan al imaginario macabro con una soltura fresca y bien construida — que, a su vez, avanzan a dimensiones nuevas de su premisa. A saber: un nuevo tipo de vampiro que no está encerrado en un cuerpo pequeño, sino que utiliza su juventud eterna como un anzuelo de algo peor.
Terror, baile y sangre, mucha sangre
Desde 1994, con la película Interview With The Vampire — y recién, la primera temporada de la serie que adapta la misma historia, estrenada en el 2021 — , el tema de los niños vampiros ha sido un debate complicado, curioso e incómodo.
También Stephen King se unió a él en su novela fundacional sobre los bebedores de sangre en suelo norteamericano, El Misterio de Salem’s Lot (1975). Libro y después, su adaptación en cine, incluye niños congelados en una juventud siniestra, primero, juguetes del horror y más tarde, monstruos por derecho propio.
Para la historia de la literatura y el cine, la escena del pequeño Danny Glick (en el cine Brad Savage) emergiendo de las sombras para tocar la ventana de Mark Petrie (Lance Kerwin), luego de su misteriosa muerte.
Pero Abigail se despoja de todo enigma elegante y sofisticado, para ser, mucho más, una obra de puro gore festivo. Tanto, que sus mejores escenas son las que la sangre corre a raudales o los cadáveres flotan en medio de todo tipo de sustancias repugnantes.
Con evidentes reminiscencias del romance gótico — la historia de su personaje es más truculenta y deliciosa de lo que cabría suponer en una trama en aparente sencilla — esta obra potente usa la salvaje necesidad de sangre de su vampiro para hablar de una época apresurada, necesitada de atención y estímulos.
Abigail es una bebedora de sangre que no duda en matar, pero ama hacerlo en su vestido de satén y saltar por entre las escaleras en medio de piruetas, algunos demi plié y grand plié. Pero al final, es un monstruo remoto, extraño y virulento, imposible de detener.
Quizás por ese motivo, su tiempo en pantalla es relativamente corto con relación a la importancia que tiene sobre los personajes. Abigail sabe que el secreto de su poder es mantener viva la interrogante sobre qué es realmente la demoníaca figura que bebe sangre, pero hace bromas con la voz aflautada de una niña pequeña.
Por lo que dedica tiempo, interés y esfuerzo en abordar lo que ocurre alrededor de ella y cómo nuestra época enfrenta un problema que le supera. A saber: tener un vampiro que les pisa los talones en mitad de una casa tenebrosa.
Un elenco delicioso con algunas fallas
Otro punto alto en la película es la química entre su elenco. De Kathryn Newton, la sabelotodo que recita de manera incansable detalles sobre vampiros que obviamente no le salvará la vida, hasta el papel casi anecdótico del fallecido Angus Cloud como su novio Dean, los actores saben que todos están destinados a morir — o eso parece — por lo que se ríen — casi con dolor — de la trampa siniestra en la que han caído.
En especial, Dan Stevens, el líder de la pandilla y el único con posibilidades reales de enfrentarse al monstruo que los acorrala entre pasillos y risitas en la oscuridad.
Extrañadamente, la única que falla en medio de la persecución siniestra es Melissa Barrera, que parece desvinculada del resto y no demasiado interesada en explorar en su papel. Por supuesto, destinada a ser la final girl, repite casi punto a punto su papel en Scream (2022), pero con peor ánimo y mucha menos habilidad.
Los terrores de una niña vampiro
La película tiene una deuda apreciable con la francesa Livide (2011) de Alexandre Bustillo y Julien Maury, a la que referencia sin disimulo tampoco demasiada delicadeza. No obstante, Abigail es mucho más violenta que delicada y sin duda, mucho menos simbólica que su contraparte europea. Por lo que la película, aunque tiene grandes homenajes a la cinta del 2011, se desmarca de ella con facilidad.
Abigail es una adición divertida y con peso propio al universo vampírico de Hollywood. Pero mucho más, demuestra que todavía el género de terror puede ser desenfadado, irreverente y sin duda, incómodo. Una buena noticia en medio de tanto terror elevado.
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