Este fue un mes cargado de finales de series, desde Succession (2018-2023) hasta Ted Lasso (2020-2023), pasando por Barry (2018-2023) y The Marvelous Mrs. Maisel (2017-2023). Pero de la que poco se habló fue de Yo Nunca (2020-2023), la comedia de Mindy Kaling (The Office, The Sex Lives of College Girls) que estrenó el viernes pasado su cuarta y última temporada en Netflix, también por decisión de su creadora.
Es muy respetable cuando los mismos creativos dicen “hasta acá llegamos”, a pesar de que del otro lado pueda parecer que hay mucha tela para cortar, o que sepamos que vamos a extrañar demasiado a esos personajes. Y especialmente cuando la serie fue un éxito temporada tras otra y hay presión de las cadenas (o plataformas de streaming) para seguir explotando su continuidad.
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Ya hablamos acá de todas las razones por las que esta serie merecía una oportunidad, pero ahora que la vimos completa redoblamos esa afirmación: no solo merece esa chance, sino que VOS merecés darte la oportunidad de verla. Sí, es una comedia sobre adolescentes. Pero no es precisamente una comedia PARA adolescentes.
Las apariencias engañan
A pesar de que su premisa, o su publicidad -apuntada a un público exclusivamente juvenil- en Netflix pueden ser engañosas, en realidad es una sitcom muy inteligente, con un formato original, protagonistas divertidísimos y temáticas que van más allá del conflicto teenager de turno. Es una exploración sobre la pérdida y las relaciones interpersonales desde una perspectiva fresca y descontracturada.
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En su cuarta y última temporada, la protagonista Devi Vishwakumar (Maitreyi Ramakrishnan) está a punto de graduarse de la secundaria y con todas sus energías puestas en el futuro. Ese objetivo académico que representa una problemática común en cualquier drama yanqui con adolescentes, pero que en este caso -como ya es costumbre en Yo Nunca– rompe con las expectativas.
La sobre/autoexigencia de Devi por entrar a la universidad es explorada bajo una luz de compasión por todo lo que atravesó, descubriendo las raíces emocionales del conflicto. Pero si hay algo diferente en esta temporada es que -a pesar de que Devi sigue siendo la misma teenager problemática de siempre- su crecimiento se nota en su toma de decisiones y reacciones mucho más maduras.
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Lo mismo aplica a sus amigas, sus intereses románticos y a su propia familia, especialmente su mamá, que a su manera y a sus tiempos también estuvo atravesando su propio duelo. Cada uno con sus conflictos internos, a lo largo de la temporada se pelean y reconcilian con lo que creen que tienen que ser -o lo que la sociedad y las tradiciones les imponen- y con lo que realmente quieren ser.
Ser o no ser
Esa tensión entre el deber ser y el verdadero deseo es lo que impulsa esta cuarta y última temporada, luego de haber conocido en profundidad a estos personajes tan defectuosos como adorables durante tres años fundamentales en sus vidas. De hecho la serie encuentra una ingeniosa forma de traer a Paxton Hall-Yoshida (Darren Barnet) de vuelta al ruedo, sin caer en el cliché del chico de 30 años que sigue en la secundaria.
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Quizás su personaje sea justamente el que más desafía las convenciones del género y las expectativas del estereotipo clásico de chico lindo e irresponsable en las comedias “de prepa”. A través del crecimiento de Paxton vemos una narrativa cuidada y significativa, cimentada en un buen guion y desarrollo de personajes, cuyas interacciones entre sí a lo largo de la serie tienen consecuencias palpables a largo plazo.
El arco de Ben Gross (Jaren Lewison) también apunta a una conclusión inevitable, una que supimos desde el principio que sería la adecuada. Pero la gracia reside en la forma en la que está contada y cómo atraviesa todos los obstáculos para llegar hasta ahí. Aunque quizás se hubiera beneficiado de un poco más de tiempo en pantalla, su historia es relevante solo en función a Devi, y en ese sentido cumple con todo, incluso con el climax al mejor estilo rom-com (que tanto nos está faltando en el cine).
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En ese sentido, Never Have I Ever nunca perdió de vista lo que quería contar, y ese es un gran triunfo de cara al final de la serie. Lo que importa es la historia de su protagonista y cómo los traumas de Devi influyen en la vida de los demás, ya sea para bien o para mal. Y las risas, que no pueden faltar en cualquier comedia que se precie de tal. Yo Nunca es profunda sin dejar de ser divertida, y emotiva sin caer en lugares comunes.
Todo concluye al fin
El final de temporada es tan completo y satisfactorio como se podría pedir. Un cierre que se toma su tiempo para cada uno de sus personajes y no deja ningún cabo suelto, que vuelve a todos los lugares que tiene que volver y que nos reconforta con sus diálogos, con sus personajes e incluso con su dirección de arte. La identidad visual y cultural de la serie se revela tan importante como la narrativa, ya que -como toda coming of age– se trata de una serie sobre identidad.
Una serie sobre encontrarse después de una pérdida, sobre cómo podemos alejar a los que queremos en el afán de no sufrir más, sobre el largo aprendizaje para sanar y aceptar ayuda, y en el camino descubrirnos, conocernos y querernos. Yo Nunca es una serie que no me canso de recomendar y que se siente como un abrazo, como un tecito en invierno o como esa risa que viene después del llanto. Es una serie muy comfort que desarma prejuicios, pero además -y sobre todo- es una serie bien escrita con mucho para decir.
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