Cuando el año pasado Mike White irrumpió con The White Lotus (2021-), su ficción anclada en la sátira que tan bien sabe manejar (como ya había demostrado con Enlightened), se sintió como una bocanada de aire fresco dentro de la amplia oferta de producciones televisivas. En la primera entrega de la antología situada en Hawái -que en ese momento estaba planteada como una miniserie- había una voz autoral, había un impronta. The White Lotus tenía mucho para decir y el engranaje de historias y personajes funcionó a la perfección, recibió múltiples premios Emmy y la posibilidad de continuar explorando esos micromundos donde siempre hay una bomba a punto de explotar. Por lo tanto, este año el infame hotel reabrió sus puertas en otro contexto (la abrumadoramente bella ciudad siciliana de Taormina) y con nuevos rostros, con excepción del de Tanya McQuoid, interpretada por Jennifer Coolidge.
Su rol, el de una mujer acaudalada que decide hospedarse en esa cadena hotelera independientemente de los sucesos del pasado, sirve de hilo conductor entre las temporadas (ya hay una tercera confirmada) y se enriquece en el camino. Tanya adquiere otra tesitura al ser abordada desde varias aristas, como la relación con su asistente Portia (Haley Lu Richardson) y su experiencia como mujer casada. Coolidge se mueve por el relato con la ironía que White le imprime: es ella quien nos recuerda la tragedia de la primera entrega con su mera presencia, es ella quien nos remite a cómo todo lo que se contiene eventualmente saldrá a la superficie… Y no precisamente de la mejor manera.
En un punto, esos rostros renovados se funden en uno, el de Armond (Murray Bartlett), ese manager del hotel de Hawái que representaba la supresión de la ira, de la insatisfacción, otro punto en común entre su historia y las de esta segunda temporada que ya estrenó sus primeros cuatro (de siete) capítulos por HBO, que también se encuentran disponibles en su plataforma de streaming, HBO Max.
TICK, TICK… BOOM!
Este regreso tiene un preámbulo igual de contundente que el de la primera temporada: una muerte confirmada (y otras sugeridas) y el whodunnit que sirve como excusa para deambular por el crisol de huéspedes y esas historias que se van desarrollando de a poco, pero con la certeza de que todo volará por los aires (el punto es cómo). Entre ellos, nos encontramos con el fascinante cuarteto compuesto por dos matrimonios: el de Ethan (Will Sharpe) y Harper (la siempre excelente Aubrey Plaza) y el de Cameron (Theo James) y Daphne (Meghann Fahy, una de las revelaciones de esta vuelta). Ethan es amigo de toda la vida de Cameron, un entrepreneur tan charming como inquietante, quien busca la aprobación de la esposa de su amigo, una abogada progresista que choca con la visión de ese hombre y la de su mujer (“¡Ni siquiera votan!”). La dinámica del grupo es totalmente impredecible, tal como White suele concebir sus relatos, desafiando los preconceptos.
Ante todo, The White Lotus es una serie lúdica, y cualquier conclusión que pueda sacarse resulta apresurada, lo que la vuelve hipnótica. En esta oportunidad, el trabajo como realizador del showrunner es particularmente excepcional, con guiños a fotogramas de L’Avventura (1960) de Michelangelo Antonioni y una exploración de lo mitológico a través de la leyenda de La Testa di Moro que parece presagiar el asesinato de un hombre a manos de una mujer. Esas referencias, ese viaje al municipio de Noto -donde se filmó el clásico de Antonioni– que emprenden Daphne y Harper, y esas obras de arte que sobrecogen a los personajes con una intensidad muy marcada, no solo reconfirman que el guion de White no está dejando nada librado al azar sino que están allí para provocar y subyugar. La tensión sexual (y homoerótica en algunos casos) vuelve a estar presente en esta segunda temporada, solo que con el arte como herramienta para sugerir.
En ese punto, la ficción está varios escalones por arriba de su primera entrega, y con otros personajes notables como los de las trabajadoras sexuales Lucia (Simona Tabasco) y Mia (Beatrice Grannò), y los de la subtrama comandada por F. Murray Abraham, Michael Imperioli y Adam DiMarco, quienes representan tres generaciones que propagan el machismo, otro tópico que a White le atrae desmenuzar. Hasta el momento, The White Lotus sentó a la perfección las bases del caos que se viene, con la brillante banda sonora de Cristobal Tapia de Veer y Kim Neundorf que nos agobia y nos conduce lentamente hacia el peor de los escenarios, y con planos en los que los movimientos y el sonido del agua, por segunda vez consecutiva, se imponen como símbolo del inminente estallido. O quizá no. Todo es posible en un hotel de esta magnitud.
