Superficial y maratoneable

The Four Seasons: Tina Fey explora la crisis matrimonial sin mucha profundidad

'The Four seasons' promete mucho y brinda poco, en una trama ambiciosa que se aleja del original de 1981

por | May 15, 2025

En The Four Seasons (2025-), producida por Tina Fey y basada en la cinta homónima de Alan Alda de 1981, la adultez se presenta como una tierra baldía emocional, un páramo donde reina la moderación sentimental y el lenguaje práctico del matrimonio en decadencia. Por lo que, al contrario que la cinta —una agudísima visión del tiempo y el dolor— , la serie se desinfla un poco en sus intenciones.

Siguiendo a un grupo de amigos de mediana edad durante cuatro escapadas a lo largo de un año, esta producción de Netflix quiere hablar sobre el desgaste de la rutina, pero lo hace desde una estética demasiado higienizada. La adultez, aquí, no es ni trágica ni luminosa; es simplemente gris, un pasillo de aeropuerto donde todos esperan abordar un vuelo que ya saben a dónde va y no los emociona en lo más mínimo.

Lo irónico es que este universo, en el que supuestamente se cuestionan los pilares de la vida adulta — el amor, la fidelidad, la realización personal — , no tiene dientes. La crisis, en lugar de quemar, bosteza. Es como si la serie temiera profundizar demasiado y perder su atractivo “maratoneable”. Pero ¿no es precisamente eso lo que la convierte en un testimonio más honesto de la adultez contemporánea? Una etapa donde el problema no es el caos, sino el silencio. Donde no se trata de sobrevivir al naufragio, sino a la calma.

Matrimonio: del pacto a la prisión invisible

 La serie pone como detonante dramático un clásico de las crisis de mediana edad: Nick (Steve Carell), tras 25 años de matrimonio, anuncia su intención de dejar a su esposa Anne (Kerri Kenney-Silver) porque ya no es feliz. Podría ser una oportunidad para explorar la asfixia emocional y el desequilibrio afectivo en relaciones largas, pero el guion opta por la vía segura: la esposa se presenta como una figura pasiva, casi desprovista de deseo, y el marido como un mártir que ha “aguantado demasiado”. El matrimonio, lejos de ser un espacio de confrontación emocional, se convierte en una especie de acuerdo de coworking

Esta metáfora, que en otras manos podría ser demoledora, aquí se queda en broma. Y el problema es ese: la serie tiene miedo de herir. En vez de abrir el matrimonio en canal, lo roza con guantes de seda. Lo presenta como un sinsabor, no como un mecanismo de poder. La esposa no estalla. No reclama. No se venga. No se derrumba. Simplemente es reemplazada. Como si después de años de entrega, lo que te espera fuera el politeísmo afectivo neoliberal: siempre habrá una versión más joven, más positiva, más moldeable. Pero ¿y la furia? ¿Y la dignidad? La serie no sabe qué hacer con eso.

La ilusión de lo “nuevo” como espejismo emocional

Cuando Nick aparece con su joven novia, el guion insinúa una sátira del hombre maduro que busca rejuvenecer a través de la carne ajena. Pero la crítica nunca se consolida. Lo nuevo no lo transforma; lo incomoda. Y eso es interesante, pero la serie no lo explora. Lo que debería ser una oportunidad para desnudar la ansiedad masculina frente al paso del tiempo, queda como una broma de resort ecológico. La incomodidad generacional se trata como gag, no como síntoma. 

El intento de “empezar de nuevo” no es heroico ni trágico; es simplemente torpe. Y esa torpeza no se problematiza. Se convierte en una forma de neutralizar el conflicto: si es ridículo, no hay que tomárselo en serio. Pero sí hay algo serio en esa búsqueda desesperada de novedad: el miedo a ser irrelevante, a no desear ni ser deseado, a envejecer sin relato. El adulto, en esta serie, quiere resetear su vida como si fuera un perfil de Netflix. Pero lo que no cambia es el algoritmo emocional que lo arrastra a cometer los mismos errores, sólo que con gente más joven y música más pop.

La amistad como campo de batalla

Una de las promesas de The Four Seasons es retratar cómo la amistad también se ve corroída por el tiempo. Pero en lugar de abordar esa fricción como un drama emocional complejo, el guion lo presenta como una serie de malentendidos y pequeñas tensiones. Como si el paso de los años no dejara grietas, sino apenas rasguños. La idea de que tus amigos también son testigos de tus fracasos — y por lo tanto, parte del archivo vivo de tus errores — se insinúa, pero no se explora.

Cada personaje funciona como un espejo deformado del otro, pero la serie no se atreve a mostrar lo que realmente refleja: envidia, decepción, resentimiento, aburrimiento. Los diálogos se mantienen siempre en la zona templada del conflicto. Y eso produce una paradoja: en una serie sobre personas que se conocen desde hace décadas, apenas se percibe intimidad. Todo es medianamente afectuoso, medianamente gracioso, medianamente tenso. Como si todos supieran que están interpretando el papel de “grupo de amigos” sin creerlo del todo. El vínculo está, pero la carne emocional no.

El feminismo ausente

Tina Fey ha sido, en otros contextos, una voz aguda para retratar las presiones absurdas sobre las mujeres. Aquí, sin embargo, la crítica se evapora. Kate, el personaje de Fey, está atrapada en una vida de privilegio que no sabe si desea o repudia. Pero su crisis no es ni existencial ni política; es estética. Se siente vacía. Sin embargo, no sabemos por qué.

Tiene dinero, salud, familia funcional, vacaciones frecuentes. Su queja no es por lo que le falta, sino por lo que no puede nombrar. Y eso podría ser fascinante, si se asumiera como el dilema de una mujer que no encaja en el molde que ayudó a construir. Pero no se ahonda en eso. Su angustia es decorativa. Lo mismo ocurre con las otras mujeres de la serie: o son abandonadas o reemplazadas, pero nunca son protagonistas de su propia revuelta. 

El feminismo está completamente ausente en una narrativa sobre -justamente- mujeres frustradas. No solo como discurso, sino como gesto dramático. No hay decisión, no hay ruptura, no hay explosión. Solo mujeres que reaccionan con buena educación ante la violencia emocional. Eso, en 2025, ya no es suficiente.

EL TEMOR al vértigo del realismo

El mayor problema de The Four Seasons es que parece construida para no incomodar. Tiene el potencial de convertirse en una disección emocional del desgaste humano, pero elige la tibieza. Quiere hablar del miedo a envejecer, del fin del deseo, de la rutina como forma de muerte lenta… pero todo queda dicho en voz baja, con música de fondo y filtros cálidos. Y ahí es donde la serie se traiciona: el formato le exige ser ligera, pero el tema le exige ser cruel.

Al final, todo se reduce a la forma más segura de la incomodidad: una comedia dramática donde nadie se atreve a gritar. Lo que podría haber sido una carta de amor a la tristeza adulta, termina siendo una postal bonita del desencanto. Algo que se ve con agrado, se olvida con rapidez y jamás se discute. Porque para discutirlo, habría que haber sentido algo más que simpatía. Y la simpatía, en estos tiempos, es el opio de las series cómodas.

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