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Inmaculada: El cuento blasfemo de Sydney Sweeney que llega a nuestros cines

De atmósfera y gore correctos, esta pesadilla religiosa sobre la violencia contra los cuerpos femeninos no es nueva ni termina de convencer del todo.

por | May 28, 2024

Diez años pasaron desde que Sydney Sweeney (Con todos menos contigo), con tan solo dieciséis años, audicionó para protagonizar la película que, tras algunas transformaciones, ahora podemos ver en cartelera. Con un guion que parecía estar destinado a quedar archivado en algún cajón hasta perderse en el olvido, la reciente fama de la actriz llegó a ponerla en la posición de poder llevar el proyecto finalmente a que vea la luz.

Trabajando codo a codo con Andrew Lobel, su escritor, entre ambos lograron adaptar el material para acercarlo a algo más maduro y cercano a la mujer en la que Sweeney se convirtió hoy. Pero según ella insiste, los temas generales del texto original son los mismos.

De qué se trata

Acompañamos a la inocente hermana Cecilia (Sweeney), recién llegada desde los Estados Unidos, a un convento en Italia en donde está lista para tomar sus votos como monja. El idioma todavía no se le da muy bien, por lo cual el padre Tedeschi (Álvaro Morte, el famoso Profesor de La casa de papel), además de ser el guía que la atrajo a la congregación también en ocasiones le oficia de intérprete.

Lo que sigue a partir de ahí es previsible con tan solo pensar en el título. Cecilia hace años cree firmemente que fue Dios quien la salvó de un accidente cuando era una niña porque tenía una tarea para ella en el futuro. Esa sagrada labor parece manifestarse en lo que no puede ser otra cosa más que una inmaculada concepción. Con los meses somos testigos de cómo evoluciona este embarazo imposible, así como también un ambiente que comienza a convertirse en algo mucho más claustrofóbico y controlador.

Si el relato suena familiar es porque no cabe duda de que lo es. Justamente ese termina siendo el punto débil de Inmaculada (2024), ya que por momentos se siente poco más que un collage de historias que ya hemos visto y mucho mejor contadas.

Es cierto que consigue ganarse un par de sobresaltos por parte de quien esté desprevenido y tiene una interesante -aunque medida- dosis de gore bastante explicito, pero es difícil ignorar la sombra que La primera profecía (2024) proyecta sobre ella. Es lo que más le juega en contra, el hecho de que desafortunadamente esté llegando al cine apenas unas semanas más tarde que la película que retrata el origen de Damien.

Con un cine de horror religioso que parece estar en auge en estos últimos tiempos, la comparación entre ambos títulos no se queda solo en la temática. Porque si bien ambas tocan el tema de la violencia institucional por parte de la iglesia, así como la instrumentalización de los cuerpos femeninos, el contraste está mucho más marcado de lo que parece a simple vista.

Esto me suena

Mientras que la precuela de La profecía (1976) ponía su foco en el misterio que lleva a un embarazo satánico, este pasa a ser el eje central de Inmaculada, tomándose su tiempo para mostrarnos los cambios que Cecilia sufre tanto en lo corporal como la manera en que el reducido mundo del convento se relaciona con ella. Hasta ahí, las diferencias no son razón para juzgarlas, pero la brecha se ensancha cuando nos enfocamos en su ejecución.

El cuerpo se vuelve algo central. Es ahí donde la película de Arkasha Stevenson se muestra mucho más competente a la hora de conectar con el espectador. La directora ya había trabajado el tema del body horror de una forma atado a la realidad de lo que las femineidades padecen. Con incómodas imágenes realistas demostró el poder transmitir esa sensación de lo espeluznante en la carne propia.

Por el contrario, Inmaculada no logra establecer esa conexión con el público. No es cuestión de clamar que Michael Mohan, por el simple hecho de ser hombre, no puede hablar de esos temas. Al fin y al cabo no hay que ser un asesino serial para hacer un relato alrededor de ese tipo de protagonista. Pero lo que la Cecilia de Mohan padece siempre nos mantiene a la distancia. La observamos a lo lejos, sintiendo empatía y hasta angustia por ella, pero nunca sintiendo que sus zapatos llegaron a aprisionar nuestros propios pies sin que nos diéramos cuenta.

Visualmente plantea algunas cosas interesantes, pero la temática se siente desaprovechada tanto desde el imaginario cristiano como del giallo italiano con el que juega por momentos. A su favor, el tercer acto logra empezar a subir la apuesta, aunque la forma en que explora sus ideas más originales dejan deseando que veamos más. De la hora y media que dura la película, es frustrante notar que sus dos últimos minutos son por lejos lo mejor, tan brutales como inolvidables.

El final es un acierto simple, redondo y contundente. Lo cual lleva a una pregunta: ¿Puede un desenlace excelente salvar un trayecto poco original y repetitivo? Desde lo personal, el viaje al menos vale la pena. Pero da lástima el ver hacia atrás y notar que, para un proyecto que se gestó con tanta pasión, la ambición se haya quedado tan corta.

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Ro Tapias

Artista visual. Madre de dragones, gatos y un corgi. Hablo de cine, a veces demasiado.