El estudio A24 hizo historia en los Oscar: Qué significa para el cine independiente

Una reflexión sobre la necesidad de tener cine independiente y su convivencia con las propuestas mainstream.

por | Mar 14, 2023

Originalidad y Riesgo. Dos valores tan poco frecuentes en el panorama cinematográfico actual y, a la vez, tan difíciles de establecer de cara a un modelo de industria cada vez más comprometido a las apuestas seguras. Estos valores ya no son una simple exigencia a nivel artístico, sino que también a nivel narrativo, y en definitiva, de entretenimiento.

Con internet prácticamente en los bolsillos de todo el mundo, la capacidad del espectador de absorber información ha aumentado y por ende también su inteligencia a la hora de consumir un producto. El olfato de este para detectar una receta ha aumentado hasta adquirir proporciones milimétricas, y sabe en cuestión de pocos minutos de metraje si el cineasta respeta su inteligencia.

En el cine independiente, ya sea estrenando en salas comerciales o festivales de diversos calibres, es donde desde tiempos inmemoriales se suelen encontrar esas propuestas distintas, tanto por la forma de su narrativa como por su propuesta estética, que pueden insuflar ese aire fresco que tanta falta hace y al que los estudios mucho no se le quieren acercar.

Es un terreno fértil donde los cineastas taquilleros del mañana hacen sus primeras armas, donde aquellos alejados de la industria pueden encontrar su renacimiento, y por qué no, un hogar definitivo donde el corte final es un derecho y no un privilegio al que se llega después de haber conquistado sendas veces la taquilla. También, vale la pena decirlo, un terreno donde coexisten las propuestas más dramáticas que aspiran a hacerse de un lugar en la temporada de premios y las propuestas de género cada vez más demenciales, o flasheras si se quiere.

Por eso, victorias como las acontecidas la pasada noche del domingo en la 95ª entrega de los Premios Oscar pueden representar para muchos un soplo de este aire fresco a raíz de que una gran mayoría de las victorias en categorías principales pertenecen a un mismo estudio: A24, quien acaba de hacerse con su segundo Oscar a la Mejor Película (tras Moonlight) con Everything Everywhere All at Once (2022), de Daniel Kwan y Daniel Scheinert, dupla de directores que responde también al nombre de los Daniels.

El film también se hizo con los galardones a Mejor Dirección, Mejor Actriz (Michelle Yeoh), Mejor Actor de Reparto (Ke Huy Quan) y Mejor Actriz de Reparto (Jamie Lee Curtis). Y el estudio también es responsable de The Whale (2022), de Darren Aronofsky, que le valió a Brendan Fraser la estatuilla al Mejor Actor, victoria que le permitió al estudio imponerse en la totalidad de las categorías actorales.

The whale Brendan fraser

Cabe aclarar que los Daniels también se hicieron con el Oscar al Mejor Guion Original, mientras que la categoría de Mejor Guion Adaptado fue para Sarah Polley por Women Talking (2022), que si bien es una producción de United Artists, es también un sello con un largo historial de darle libertades a los realizadores con los que trabaja (por no decir una buena cosecha de Oscares a la Mejor Película). Así que puede decirse que la victoria del cine independiente es más o menos absoluta, por lo menos en las categorías principales.

Pero no es la primera vez que el cine independiente se impone en los Oscar. Desde luego ratifica la creciente y prestigiosa reputación de A24, haciéndose de un status comparable al cosechado por Miramax en los años noventa. Sin embargo, lo de la película de los Daniels no representa una simple victoria del cine independiente o del cine de género (siendo The Lord of the Rings el antecedente más contundente y concreto, producto de una major, sí, pero de fuertes raíces independientes como New Line Cinema). Esta es una victoria distinta a todo lo que se vio.

Lo habitual con películas de tintes tan alocados como Everything Everywhere All at Once es que se conformen, como mínimo, con la distinción de haber hecho una ganancia enorme respecto de un presupuesto muy pequeño (costó 25 millones de dólares) y representar un impulso para que a sus realizadores se le confíen presupuestos mayores para futuros proyectos. En materia premios, con mucha suerte, las esperanzas nacían y morían en una sola categoría: Mejor Guion Original, casi siempre en nominación más que en victoria.

El adjetivo “alocado” no se está arrojando en esta nota porque sí. El animarse a escribir una historia de esta naturaleza sería considerada por muchos, si se tiene en cuenta los cánones tradicionales de narración, como una locura, solo superada por el hecho de producirla hacia una concreta realidad y ni hablar de estrenarla. Dicho esto, muchas cosas consideradas hoy genialidades fueron consideradas locuras en su primera salida al mundo, hasta que apareció un mecenas que dio un salto de fe.

Everything Everywhere All at Once solo podría haber nacido en un estudio grande si tenía asociados al proyecto a un director y un elenco con varios taquillazos en su haber, no solo para que la película se produzca, sino que lo haga también con total libertad creativa, un término que para quienes detentan poder de decisión en la industria representa una falta –cuando no una ausencia total– de garantías. Si a pesar de todo esto, los Daniels, con apenas Swiss Army Man (2016) en su haber, hubieran sido abordados por un estudio grande la simplicidad le habría ganado la pulseada a la complejidad y la traición al sentido de la película, el por qué esta historia tenía que contarse como tenía que contarse, hubiera sido inevitable.

La taquilla es un destino y un resultado último que no le escapa a nadie en el quehacer cinematográfico por independiente o mainstream que se sea, pero también, y citando al guionista William Goldman, “Nadie sabe nada”. Hacer una película es un proceso de dos años –con mucha suerte– o más, en dónde cualquier cosa puede ocurrir en el mundo, o más en concreto, donde cualquier moda puede cambiar; nada queda tallado en piedra. Los grandes estudios parece que lo olvidan, o mejor dicho, el pensamiento les asoma por la cabeza y lo niegan. Lo que se dice tapar el sol con la mano.

Es este último detalle lo que separa un poco al cine independiente del mainstream. Ellos saben de esto y les causa tanto pánico como a su contraparte, pero saben que si no estrenan, nunca lo van a saber. El cine independiente sabe que no solo corren el riesgo de no gustar, sino que no hay cantidad de dinero para copias y publicidad que pueda contener al categórico efecto del boca en boca.

Una visión particular

A24 seguro sabía de esto cuando leyó por primera vez la descripción de los dedos de salchicha en el guion de los Daniels, pero también sabían que por todas esas salchichas, por todos esos bagels que representan el universo y por todas esas chicas vestidas de Elvis que rebolean un chanchito a policías que estallan como papel picado, también había una historia humana sobre el peso nocivo que pueden llegar a adquirir las costumbres y que debe haber una generación que rompa la cadena.

Para romper esa cadena no hace falta ser un prócer, ni mucho menos un mártir, sino abrazar una cuestión tan humana como la de entender que todos los errores de nuestra vida –pasados, presentes, y tené por seguro que futuros– fueron pasos necesarios para llegar a ser, día a día, la mejor versión de nosotros mismos.

Uno de esos errores potenciales es, por supuesto, un posible fracaso. Que nunca es una opción como reza la frase típica, sino una posibilidad. Pero que A24 abrazó por todo lo arriba explicado, aunque también algo tan simple y contundente como “nunca vi una película como esta.”

Son esos desafíos, no muy distintos a los asumidos por los comerciantes de pieles que fundaron los grandes estudios en la década del ’10 y del ‘20, los que hacen que una industria prospere y sus productos trasciendan.

Mirando hacia el futuro

Va a haber gente que se oponga y le va a parecer ridículo el reconocimiento de una película como la de los Daniels. Si supieran que el clasicismo no se extinguió ni se va a extinguir. Eso sí, le toca coexistir y las convivencias nunca fueron fáciles, pero no por ello tienen que ser imposibles.

Es por eso que la victoria de los Daniels es algo que, por lo menos para quien escribe esta nota, motiva no sé si una celebración, pero un alivio de que la innovación siempre tendrá en el cine independiente un lugar donde hacerse oír. Si el resultado es una obra maestra, eso ya depende del público, y en ese baile, el cine pochoclero y el de arte no son simples convivientes, sino hermanos.

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