SIN SPOILERS

Deadpool y Wolverine: Una celebración épica para la generación Marvel

La nueva película del MCU recupera el legado de Fox en una fiesta de referencias y cameos, con un gran despliegue de violencia gráfica y humor meta.

por | Jul 23, 2024

“Te estás uniendo en un punto bajo de la franquicia” le dice Deadpool a un borracho y cansado Wolverine, en uno de los tantos -pero tantos- guiños metarreferenciales de esta película. La premisa que sostiene a la tercera entrega de Deadpool (la primera para Disney) se basa en el conocimiento de cómo funciona este universo tanto dentro como fuera de la pantalla.

Dentro, Wade Wilson es un mercenario verborrágico con superfuerza y poderes de autoregeneración, violento e irreverente. Pero en el fondo, un tipo de buen corazón. Logan, por su parte, un héroe que se sacrificó épicamente para salvar al mundo en la última película de la saga de los X-Men. Al menos en la línea temporal principal del universo construido por 20th Century Fox (que no es la misma que Disney Studios).

Fuera de la pantalla, el panorama es igual de complejo: Ryan Reynolds encarnó al mercenario bocazas en una olvidable interpretación al final de la película X-Men orígenes – Wolverine (2009), de Gavin Hood. Y desde entonces estuvo demostrando su devoción por el personaje, en un sincero intento por reivindicarse y volver a ganar el amor de los fans. En Deadpool (2016) de Tim Miller y Deadpool 2 (2018) de David Leitch, finalmente se puso el traje rojo y dio vida a una de las mejores adaptaciones de un personaje marvelita del cómic a la pantalla.

Por su parte, Disney Studios compró 20th Century Fox en 2019 y comenzó un plan de expansión del Universo Cinematográfico de Marvel con los derechos recuperados de cientos de personajes. Pandemia de por medio, la compañía lanzó su plataforma de streaming y puso en marcha la Fase 4 del UCM. Esta incluyó series y largometrajes con complejas explicaciones sobre los multiversos, la Sagrada Línea Temporal y la Autoridad de Variación Temporal, entre otros conceptos que sirven a la trama de su nueva película.

Pero la trama, en realidad, no es lo importante en Deadpool y Wolverine (2024). De hecho, el guion echa mano al conocido recurso del mcguffin -en su sentido menos hitchcockiano y más moderno- como excusa para hacer que los dos protagonistas deban trabajar juntos, muy a su pesar. Lo que importa es la relación que se desarrollará entre ambos y cómo eso afecta sus destinos y los del resto. Pero también, cómo Disney se posiciona con respecto a las propiedades intelectuales heredadas de Fox y de qué manera las incorpora a su universo.

No hay nada sagrado

Todo esto suena casi sacrílego para cualquier amante del cine como séptimo arte, pero suena perfectamente lógico para cualquiera que entienda el cine como industria, y -particularmente- el cine de superhéroes como fenómeno de masas. Este tipo de cine ya no es unilateral ni pasivo, sino que se alimenta retroactivamente de sus fans y las devoluciones online. Si algo deja en claro esta película, es que Marvel conoce a su audiencia (y a sus detractores). Y eso le juega muy a favor, en especial a la hora de hacer humor.

Deadpool es justamente un tipo inquieto y verborrágico que no puede estar dos minutos serio, “el bocazas” de Marvel con la habilidad de romper la cuarta pared para hablar con su público. Es una dinámica que puede resultar muy irritante para quien no lo conoce o no termina de entrar en el código. Pero para sus fans, es exactamente lo que van a buscar. Un personaje irreverente, violento y sarcástico, que actúa antes de pensar y que habla antes, durante y después de actuar.

Desde su primera escena, Deadpool juega con todas las convenciones del género, le explica un par de cosas a la audiencia y deja en claro que no hay nada sagrado. La secuencia de créditos -una pelea extremadamente violenta al ritmo de un hitazo pop millennial- plantea un cambio de tono radical para Disney, que hasta hace unos años jamás hubiera asociado su marca con semejante despliegue de violencia gráfica y obscenidad. Es una nueva era para el estudio que acaba de cumplir 100 años.

Y dentro de este nuevo paradigma, la dupla conformada por Ryan Reynolds y Shawn Levy es la elección perfecta. El primero, quizás, con un exceso de control creativo como productor, protagonista y guionista. Pero sin dudas, un cariño y respeto inmenso por estos personajes y todo lo que representan. El segundo, un director que viene de Stranger Things (2016-2025) y de trabajar ya dos veces con Reynolds: en la intrascendente pero tierna El Proyecto Adam (2022), y en la divertida y original Free Guy (2021). Dos tipos que le ponen mucho corazón a todo lo que hacen juntos.

Si hay algo que esta producción tiene y por lo que aterriza airosa de casi todas sus piruetas imposibles es, justamente, su gran corazón y reverencia por el pasado. En esencia, no es más que una película homenaje, evento cinematográfico, o como se le llaman ahora a estas grandes producciones de superhéroes vacías de sentido y llenas de cameos, referencias y guiños al público. Pero, a diferencia de otras secuelas con la misma búsqueda, esta nos deja con algo más que solo nostalgia al final.

De menos a más

Cuesta bastante entrar en el código que propone desde su inicio Deadpool y Wolverine, incluso quizás para los fans de la franquicia. La película comienza a los tropezones, con muchísimo diálogo expositivo para llenar potenciales vacíos en el conocimiento de la audiencia sobre el Universo Cinematográfico de Marvel, flashbacks larguísimos -de a ratos, aburridos- y algunos homenajes a la historia reciente del UCM que se sienten un poco forzados.

Era una cosa cuando los chistes los hacía el menos privilegiado en la pelea por los derechos entre Disney y Fox, pero ahora que el gigante más grande del entretenimiento hace humor autocrítico, suena a lampshading. Tampoco pasó tanto tiempo desde que vimos por última vez a Thor, IronMan o Capitán América como para que algunas referencias iniciales se sientan lo suficientemente nostálgicas. Y quizás tenemos muy cerca ficciones como The Boys (2019-) haciendo una excelente parodia de estos “spots institucionales” como para tomarlos demasiado en serio.

Pero sin dudas es refrescante ver una película de Marvel que va de menos a más, que arranca floja para ir mejorando con el correr de los minutos y que, efectivamente, construye hacia adelante. Y no hacia todos los costados habidos y por haber del multiverso, en función de promocionar el próximo estreno. Aunque esa primera media hora resulte por momentos tediosa y a pesar de que el ritmo de la narrativa -y del humor- se estanque por momentos, la aparición de Hugh Jackman en escena mejora literalmente todo. 

Su Wolverine le aporta a la historia el peso emocional que necesita para contrarrestar la inmadurez casi patológica de Deadpool. Con el talento dramático que supo mostrar en Logan (2017), de James Mangold, y la dureza que le imprimió al personaje durante las primeras películas de su propia saga. Como alguien que vio en cine todas las adaptaciones live action de los X-Men y Wolverine, es imposible no sentir un cariño inmenso por este personaje, que vuelve a dar lo mejor de sí mismo en una actuación fenomenal. Aunque con eso solo no alcanza, claro.

Si bien Logan queda en segundo plano más de una vez -tanto por su cualidad de parco como por ser el invitado especial de esta película- la dupla funciona muy bien. Por momentos, la dinámica es la de una buddy movie de los noventa, aunque Wade Wilson casi siempre se pasa una vuelta de rosca. Sin embargo, las secuencias de pelea entre ambos son las que pagan la entrada al cine y el balde de pochoclos. No importa mucho por qué pelean, así como tampoco importan mucho las inconsistencias y conveniencias del guion.

Con la estructura clásica de todas las de Marvel, la historia vuelve a caer en los lugares comunes de las películas de superhéroes. Incluso el de construir villanos muy poco memorables con Mr. Paradox (Matthew Macfadyen) o incluso la enigmática Cassandra Nova (Emma Corrin). Pero con el diferencial del humor particular de Deadpool, el talento de Wolverine, la química de esta dupla y un muy decente número de homenajes, para su tercer acto la historia alcanza su punto más épico.

Marvel no reinventa nada y tampoco le interesa contar una buena historia, sino celebrar su propia historia. Y la de su relación casi tricenal con su público más fiel. Hasta acá todo lo que se puede decir sobre Deadpool y Wolverine sin caer en spoilers, giros de la trama, cameos ni revelaciones específicas, que son una experiencia en sí mismas. Lo mejor es ir al cine sabiendo lo menos posible sobre estos guiños.

Aunque el mismo estudio se haya encargado de revelar muchísimo en los trailers oficiales y los fans corran detrás de la última filtración para publicarla en redes, hay un par de sorpresas que sin dudas harán felices a muchos. De eso se trata esta película: de recordarnos por qué amamos este universo y ser felices viendo todo lo que alguna vez fue o pudo ser. El montaje de los créditos finales es la cereza del postre y la escena post-créditos es uno de esos chistes que funcionan en retrospectiva y no construye ni promete absolutamente nada a futuro. 

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Ana Manson

Editora