Companion, la película de Drew Hancock presentada como la sorpresa de terror del año, se hace cargo de entrada un problema actual: la epidemia de soledad que parece azotar al mundo. El advenimiento de las nuevas tecnologías y la hiperconexión trajeron consigo, paradójicamente, oleadas de aislamiento y ansiedad social que dejaron como saldo legiones de jóvenes solos y desesperados.
Y sobre ese drama se posa este proyecto, que toma la resignación y la desesperación por ser aceptado, dos caras de una misma moneda, y las pasa por un filtro sci-fi en clave de sátira para entregar una comedia alocada y trepidante con un libreto moral anti-tecnología en la misma tradición que Black Mirror.
¿Qué pasaría si, en lugar de pasar por el esfuerzo de la conquista y la seducción, la tecnología nos solucionara ese problema? ¿Si pudiéramos evitar el desgaste lógico de toda relación amorosa? ¿Cómo sería la vida a partir de entonces?
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Companion se hace estas preguntas y se mete, así, en el ojo de la tormenta: sin presunciones ni solemnidad, sin pontificar siquiera, más bien en el registro contrario. La película presenta un modelo de sociedad ya cansada del esfuerzo y con cero tolerancia a la frustración, en un futuro cercano donde el amor puede venir “garantizado” gracias a los avances de la tecnología. Nada puede salir mal a partir de eso. ¿O sí?
Hoja de ruta (o de cálculo)
Consciente de su falta de originalidad, el film se sitúa en la larga tradición de obras modernas que advierten sobre los peligros de la inteligencia artificial, empezando por Terminator (1984), a la que incluso homenajea explícitamente (ya volveremos sobre ese punto). Desde esa posición, la película de Hancock desata su serie de gags, plot twists y explosiones gore a tono con las entregas actuales del género, alejadas de toda seriedad.
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Pero a la vez hay una intención manifiesta de ubicarse en la misma familia de films recientes y pretendidamente proféticos como Ex Machina (2014), de Alex Garland, o la ya mencionada serie Black Mirror (2011-). Acaso esta última sea el ejemplo más contundente de un grito desaforado contra las consecuencias de la intromisión de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, en los anhelos y las frustraciones.
También se vincula a M3gan (2022), otro producto de la factoría del terror sobre una muñeca androide que causó sensación en el público y cuyo impacto Companion quiere emular, aunque este proyecto busque también su vida propia por fuera de la atadura de los géneros.
Pero eso que Companion persigue saludablemente como un mérito, también puede ser un problema: da la impresión de que el film no define nunca si quiere ser una película de terror, una comedia de enredos, una distopía o qué, en un torbellino que la lleva de las nuevas entregas de Scream a la solemnidad poética de Garland con sus androides reflexivos en el ocaso. Esa frescura buscada –y lograda, a juzgar por la celebración de la crítica– queda atrapada en una suerte de batidora.
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Entre recursos remanidos y homenajes
La contracara de esa búsqueda formal es la apelación a recursos ya vistos en muchas películas recientes. El más obvio es la utilización del actor Jack Quaid –integrante de la pareja protagonista junto a Sophie Thatcher— para componer al mismo-cínico-de-siempre, lo que lesiona gravemente la efectividad de los giros argumentales que toda película de este estilo necesita.
Consciente de su deuda con otros tótems del género, Companion también se hace lugar sobre el final para homenajear a Terminator, la obra de culto de James Cameron que es la madre de las películas sobre rebeliones de máquinas. Y el director decide hacerlo de la manera más explícita, gráfica y contundente posible, como si fuera el único modo a disposición. No dejar nada para la duda también puede ser un problema.
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