En diciembre de 2011, el estreno del episodio The National Anthem, el piloto de Black Mirror, dejó a los espectadores atónitos. Sin previo aviso, la serie introdujo una narrativa grotesca: el primer ministro británico forzado a un acto aberrante para salvar a un miembro de la realeza. Más allá del impacto inicial, aquel relato sentó las bases de lo que sería el sello de la producción: explorar los abismos éticos que esconde el progreso tecnológico.
En esta nueva entrega más de una década después y en manos de Netflix, Black Mirror profundiza en uno de sus temas más inquietantes: la frontera entre lo humano y lo artificial. Su primer episodio, Common People, no solo plantea la posibilidad de replicar una mente humana mediante IA, sino que cuestiona qué sucede cuando esa réplica es más superficial y sometida a tensiones corporativas.
La trama sigue a una mujer cuya conciencia es preservada digitalmente después de un gravísimo cuadro médico, permitiéndole interactuar con el mundo a través de un sistema en apariencia milagroso. Sin embargo, lo que comienza como una solución tecnológica para evitar la pérdida, rápidamente se convierte en una pesadilla existencial. ¿Puede una versión digital de una persona conservar su esencia, o solo es una simulación convincente diseñada para el consumo emocional de otros?
El episodio retoma preocupaciones ya exploradas en capítulos como Be Right Back y San Junipero, pero llevándolas a un terreno más siniestro. Mientras que en temporadas anteriores la IA servía como un sustituto imperfecto de relaciones perdidas, aquí se convierte en una herramienta de explotación comercial. La protagonista descubre que su “yo digital” ha sido modificado para adaptarse a variables de consumo comercial, que convierte al personaje (interpretado por una espléndida Rashida Jones) en un recipiente para caprichos corporativos y hasta comerciales. Este giro refleja una crítica mordaz a la forma en que las plataformas sociales y los algoritmos ya moldean nuestras personalidades en línea, eliminando lo incómodo para maximizar el engagement.
El horror al otro lado de la pantalla
Además, Common People introduce un elemento nuevo: la resistencia de la conciencia digitalizada. A medida que la protagonista se da cuenta de las manipulaciones a las que está sujeta, comienza a rebelarse contra su programación, o al menos ser consciente de que su vida está signada por los errores en el sistema que derivan en consecuencias imprevisibles. Mucho más, cuando la situación se vuelve insostenible y termina por destruir la vida de todos los involucrados.

Con una atmósfera visual realista y pragmática, Common People abruma por su sórdido giro final. Su final abierto — que evita un mensaje moral claro — refuerza la esencia de Black Mirror: no hay villanos evidentes, solo sistemas que amplifican los peores impulsos humanos. En un mundo donde empresas como OpenAI y Meta avanzan hacia IA cada vez más “humanizadas”, Common People llega en el momento perfecto para recordarnos que, detrás de cada avance tecnológico, hay un precio oculto que quizá no estamos preparados para pagar.
Tecnología y dilemas morales
Claro está, Black Mirror siempre se ha destacado por su capacidad para convertir innovaciones cotidianas en pesadillas plausibles. La séptima temporada lleva su exploración sobre la identidad y la tecnología a un nivel más perturbador y personal que nunca. En Bête Noire, el segundo capítulo dirigido por Toby Haynes, la serie fusiona el terror psicológico con una reflexión incómoda: ¿Qué pasaría si la tecnología más potente del mundo cayera en manos inescrupulosas?
Cuando un compilador cuántico sea capaz de reinventar la realidad, el tiempo y la forma en que los personajes perciben lo que les rodean, cambiará para siempre. La atmósfera opresiva y los giros inesperados convierten a Bête Noire en un recordatorio escalofriante de cómo las herramientas diseñadas para ayudarnos a comprender el mundo pueden terminar redefiniendo quiénes somos.

La dirección de Haynes, con su uso de planos claustrofóbicos y una banda sonora inquietante, refuerza la sensación de que los límites entre lo humano y lo artificial se desvanecen. Lo que a su vez, destruye a su paso la realidad. En un mundo donde la IA ya filtra nuestra percepción a través de redes sociales y algoritmos, Bête Noire no parece ciencia ficción, sino una advertencia urgente.
La realidad y sus facetas
Como toda gran producción de ciencia ficción, Black Mirror dedica un capítulo a cuestionar los fundamentos mismos de la realidad que percibimos. En Hotel Reverie, dirigido por Haolu Wang, el mundo del cine se convierte en caja de resonancia total, para elucubrar en la forma en que concebimos el escenario de nuestros sueños, pesadillas y deseos.
Lo que comienza como un avance revolucionario pronto se convierte en un giro existencial emocional, cuando los protagonistas descubren que ya no pueden distinguir cuál de estas realidades es la “original”. El episodio, con su atmósfera onírica y su narrativa fragmentada filmada en blanco y negro, evoca clásicos del género como Inception (2010) o The Matrix (1999), pero con el sello distintivo de Black Mirror: una crítica mordaz a nuestra obsesión por manipular la percepción humana.

El episodio no solo cuestiona la naturaleza de la existencia, sino que también reflexiona sobre el precio de jugar a ser dioses con nuestra propia conciencia. En una era donde la realidad virtual y los metaversos prometen mundos alternos, Hotel Reverie llega para recordarnos que, tal vez, ni siquiera comprendemos completamente el mundo en el que ya vivimos.
Paranoias y creepypastas
La nueva temporada de Black Mirror no solo continúa su exploración de los dilemas tecnológicos contemporáneos, sino que también se sumerge en fenómenos culturales actuales, particularmente en la influencia de los videojuegos y la cultura gamer. Plaything, dirigido por David Slade, es un episodio que examina el mundo de los videojuegos desde una perspectiva perturbadora, donde la línea entre lo virtual y lo real se desvanece de manera alarmante.
La trama sigue a un periodista de videojuegos (Peter Capaldi), que termina por cometer un asesinato en la situación más complicada e inesperada. Contada en paralelo en dos líneas temporales (1994 y 2034), el capítulo tiene la capacidad de reflexionar sobre la vida, lo que consideramos real y por supuesto, la noción sobre la identidad y lo que apreciamos como valioso.

Slade utiliza una narrativa de un drama policial, que combina elementos del género de terror con una estética propia de los mundos virtuales, creando una experiencia que es tanto familiar como profundamente inquietante. A medida que la IA del juego comienza a desafiar las expectativas de los jugadores y a manipular sus emociones, Plaything plantea preguntas incómodas sobre el poder de la tecnología para moldear nuestras experiencias y, en última instancia, nuestra identidad.
Un toque de nostalgia
Por su parte, el episodio Eulogy, protagonizado por Paul Giamatti y dirigido por Christopher Barrett y Luke Taylor, explora en la naturaleza de la memoria, la nostalgia y el dolor de la pérdida. Todo a través de un dispositivo capaz de entrar en fotografías del pasado y brindar al usuario una supuesta conexión con lo perdido. Pero, como todo en Black Mirror, la experiencia termina por ser violenta y también, dolorosa. En especial, porque carece de veracidad, un tema que el capítulo reflexiona desde un punto de vista estremecedor.

El episodio presenta un dispositivo revolucionario que permite a los usuarios “entrar” en fotografías del pasado, recreando momentos perdidos con una precisión inquietante. Sin embargo, lo que comienza como una herramienta para aliviar el dolor pronto revela su verdadero rostro: una simulación vacía que solo intensifica la angustia. La serie, con su característico enfoque crítico, demuestra cómo incluso las innovaciones más bienintencionadas pueden convertirse en fuentes de tormento psicológico cuando carecen de autenticidad.
Como es habitual en la serie, Eulogy trasciende la crítica tecnológica para abordar temas universales sobre la condición humana. El episodio no solo advierte sobre los peligros de depender de soluciones digitales para procesos emocionales, sino que también cuestiona nuestra relación con el pasado.
En un mundo obsesionado con preservar y editar recuerdos a través de redes sociales y filtros, la propuesta de Black Mirror resulta especialmente relevante. El final, tan poético como desolador, nos recuerda que el verdadero duelo requiere aceptación, no reconstrucciones algorítmicas. Una lección dolorosa, pero necesaria, sobre la importancia de vivir en el presente.
Una secuela para un clásico

En una sorprendente decisión creativa, Black Mirror presenta una secuela de su icónico episodio USS Callister. Titulado USS Callister: Into Infinity, este nuevo capítulo retoma la historia en el mismo universo de realidad virtual del original, pero expandiendo su alcance a una experiencia masiva y compartida. Dirigido nuevamente por Toby Haynes y protagonizado por Cristin Milioti y Jesse Plemons, el episodio mantiene el estilo visual y narrativo que hizo famoso al primero, aunque con un tono notablemente menos oscuro que lo habitual en la serie.
A diferencia del enfoque claustrofóbico y distópico del episodio original, Into Infinity explora las posibilidades lúdicas y sociales de este mundo virtual. La trama sigue a un nuevo grupo de personajes que descubren cómo interactuar dentro de este universo alterno, convirtiendo lo que antes era una prisión digital en un espacio de conexión y aventura. Sin embargo, típico de Black Mirror, incluso en esta versión más luminosa hay reflexiones sobre la identidad digital y los límites de la realidad simulada.
Este capítulo destaca por ser el menos perturbador de la temporada, ofreciendo un respiro dentro del habitual tono sombrío de la serie. USS Callister: Into Infinity funciona como una interesante evolución del concepto original, demostrando la versatilidad de Black Mirror para reinventar sus propias ideas. Aunque carece de la intensidad dramática de otros episodios, su enfoque más optimista sobre la tecnología aporta una perspectiva refrescante al universo de la serie.
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