Asteroid City (2023) de Wes Anderson comienza por dejar un punto en claro. La realidad puede duplicarse tantas veces como la imaginación lo necesite. Lo que, sin duda, tiene una relación directa con el peculiar punto de vista del realizador acerca del bien, el mal, la belleza, el amor, la esperanza y la melancolía.
De modo que las escenas iniciales de la cinta explican lo básico para que la trama pueda avanzar sin traspiés. Lo que veremos a continuación, es una representación de la vida. Una a colores, perfectamente simétrica y sensible. Mientras que la realidad, incómoda y a menudo marchita, estará en blanco y negro.
Claro está, todo puede ocurrir en este paraje desértico de Sonora y ocurrirá, en la medida en que Wes Anderson tome la decisión de crear un mosaico de la realidad. Esta, probablemente, sea su película más singular, personal y cercana a su estilo. Pero no por ello, la mejor. Lo cual no es en absoluto una contradicción.
El realizador, que refinó su lenguaje visual hasta hacerse parte de la cultura pop y convertirse incluso en tendencia estética, también tiene mucho que decir. De modo que toma el riesgo de construir un relato fragmentado y desorganizado, cuyo mayor propósito es profundizar sobre el amor. ¿De cuál estilo?
Del romántico, por supuesto, tal y como le obsesiona al cineasta. Pero, no el de rosas, poemas y caricias. Para Anderson, la realidad de la emoción se mezcla con la naturaleza humana, con la obsesiva búsqueda que cada ser humano emprende por su identidad. De modo que en Asteroid City hay una pareja que sostiene un apasionado romance platónico, solo mirándose a través de una ventana.
Al otro lado, dos jóvenes que descubren el sentimiento más potente, a pesar de los dolores y los traumas. También, toda una pléyade de figuras que aparecen y desaparecen en la trastienda, como la obra de teatro que se lleva a cabo en el centro del argumento.
Todos están unidos por el asombro, invisibles hilos sentimental y las coincidencias inevitables, azarosas y sencillas de la vida diaria. Anderson deja atrás cualquier tipo de intento de ser comprendido, para crear una cinta en que todo flota en el magma color pastel de su mente.
Si ya The French Dispatch (2021) fue criticada como fractal infinito de relatos hermosos, pero en apariencia vacía, Asteroid City lleva esa percepción a un escalón superior. En esta novela absurda, hermosa hasta lo doloroso, poderosa en sus pequeñas insinuaciones sobre la paz y la ternura, no hay espacio para interpretaciones terrenales y tampoco directas.
Un recorrido por las estrellas
Anderson decidió que no valía la pena desgranar explicaciones, de modo que no las brinda. Tampoco explora en sus personajes más allá de lo necesario. Eso, a pesar del desfile de celebridades que pueblan su mundo cinematográfico.
Pero el director, ya sea por una decisión deliberada o porque está en una etapa de maduración por completo nueva, reduce su participación a apariciones estelares, un poco más que cameos, un grado por debajo de una actuación real. Stanley (Tom Hanks) es una presencia radiante, bonachona y efímera. Lo mismo que la June de Maya Hawke y otros tantos. Como cometas en mitad de un firmamento endeble, la película atraviesa a sus personajes sin que estos dejen huella en ellos.
Apenas el asombrado delirio del Augie de Jason Schwartzman por la actriz Midge Campbell (Scarlett Johansson), se destaca en una narración que avanza de escena en escena con, en ocasiones, desordenada rapidez. Pero Anderson no desea ser comprendido. Como si su empeño por crear un mundo fulgurante, perfecto y delicado fuera más firme que el de contar un verdadero conflicto en pantalla, la película va de escena hermosa hacia otra, más conmovedora y potencialmente desgarradora.
Los ejercicios de estilo son, también, un tipo de lenguaje
¿Es suficiente para sostener un film? Este año, Ari Aster probó con su cinta Beau tiene miedo que el lenguaje cinematográfico puede ser tan plástico y potente, como para, incluso, ser incomprensible y seguir siendo buen cine. La historia claustrofóbica de un hombre en busca de identidad, profundizó en el estilo del jovencísimo realizador y dejó a su paso cualquier intento de ser descifrado. Joaquín Phoenix transitó por la locura, cayó en profundidades edípicas y terminó por ser el reverso oscuro del arquetipo del niño. Todo, a mayor gloria de Aster, con más dinero, más libertad y poder creativo, para profundizar en sus obsesiones.
Lo mismo ocurre con Anderson, inverosímil en su gama de emociones y con toda la intención de producir un acertijo desde la belleza. Incluso la llegada de vida alienígena — que el cineasta recrea en medio de brillos de color neón que sorprenderá a sus seguidores — se convierte en otro estadio del bien y del mal, elaborado y sujeto a interpretación. ¿Cuáles son los misterios del director mientras un ejército de extrañísimas figuras miran hacia el cielo color verde turquesa? No hay grandes frases finales, solo belleza. ¿Es eso un diálogo por sí mismo? Para Anderson, sin duda, podría serlo.
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