“Ahora que la era del Me Too terminó,” fue el comienzo de una frase que causó controversia en medio del Festival de Cine de Venecia, cuando el elenco de Cacería de Brujas (2025) –After the Hunt es su título original- daba una entrevista. Un planteamiento como ese sin duda es testimonio de cómo los cambios de paradigmas sociales y políticos dejaron su huella, subestimando las luchas del feminismo al asumir que perdieron su fuerza, directa o indirectamente llevando a intentar deslegitimarlas. Por el contrario, ver las noticias nos demuestra que están más vigentes que nunca.
Es falsa sensación de capítulo cerrado que se quiere imponer remarca una situación un tanto anacrónica, en donde debates que parecían saldados se simplifican. Ahí es donde parece nacer la inspiración de la última película de Luca Guadagnino (Call Me By Your Name). Son dos horas que, por más que planteen una complejidad sobresaliente, es muy probable que dividan al público por la forma en que da prioridad a sus preguntas por sobre las posibles respuestas.

Nos encontramos entonces con todo un submundo neoyorquino, en una Yale en donde docentes y alumnos socializan. Ahí los debates sobre Heidegger y Nietzsche son moneda corriente adentro y fuera del aula, mientras las generaciones anteriores buscan dejar muy en claro su superioridad académica por sobre la Gen Z. Hay una notoria satisfacción en evidenciar la falta de madurez de aquellos alumnos que dan un intento a debatir con ellos.
Una noche, al finalizar una fiesta en la casa de Alma Imhoff (Julia Roberts), una respetada profesora de filosofía, ella da las buenas noches a unos de sus colegas y a una tímida alumna. Hank (Andrew Garfield) y Maggie (Ayo Edebiri) deciden marcharse al mismo tiempo.
Al día siguiente, el faltazo a clase de Maggie llama la atención de Alma, ya que la chica no solo es una estudiante ejemplar, sino que es evidente su adoración por la atención de la docente. Para su sorpresa, al volver a casa en medio de una lluvia torrencial, Alma encuentra a una Maggie empapada en su puerta, desesperada por tener una charla privada. Su alumna le confía, en insinuaciones, que Hank la violó la noche anterior.

Lo que se esconde por debajo
Para cualquiera que conozca al menos una parte del trabajo de Guadagnino seguramente se habrá percatado de que el director italiano no da puntada sin hilo. Y es inevitable advertir lo que marca en los títulos del comienzo, en donde el jazz acompaña una tipografía fácilmente reconocible como aquella que identifica a la filmografía de Woody Allen.
Hay una nota innecesariamente desafiante ahí, teniendo en cuenta la temática de la historia, en donde posiblemente está aludiendo a la supuesta necesidad por separar a la obra del artista. Es innegable que sus personajes, intelectuales neoyorquinos, también podrían pertenecer al catálogo de Allen.
Con Nora Garret a cargo del guion, la actriz hace un debut con la pluma y presenta al italiano una historia que le calza como anillo al dedo. Porque si bien con Challengers (2024) la estructura misma de la película se vivía como un cuidadosamente planeado pero enérgico partido de tenis, Cacería de Brujas hace lo propio desde un lugar filosófico. Con una premisa clara y sencilla sobre un tema complejísimo, la película se va poco a poco deshilando desde una perspectiva micro a la macro, llevando a este drama psicológico al marco del thriller social.

Cada pequeño encuentro e intercambio lleva a que cuestionemos no solo las intenciones de sus personajes, sino las posibles ramificaciones de cada acción y sus consecuencias. Guadagnino consigue encontrar el punto para que un guion que podría sentirse pesado e introspectivo se mueva vertiginosamente, haciendo que la pelota pique rápidamente de un lado al otro de la cancha.
Es casi contradictorio y esa es claramente la intención, ya que si bien por un lado sus personajes tienen la profundidad de siempre, al mismo tiempo funcionan casi como arquetipos de esta particular situación. Por un lado, Hank juega el papel más obvio. Puede leerse como victimario así como víctima de una injusta condena social.
Maggie, de haber sido tan angelical como aparenta a simple vista, hubiese hecho que el balance de la confianza de la audiencia se sostuviera inmediatamente de su lado. Guadagnino, inteligentemente, la convierte en la figura de una víctima que no es perfecta. Es aquella que puede despertar sospecha o incluso antipatía y que por lo general es revictimizada por el escrutinio de las masas.

Maggie es además la representación de una supuesta generación de cristal temerosa de estar expuesta a situaciones incómodas, pero que (entre varias de las generalizaciones que la película hace, se autocuestiona y revierte) puede resultar más confrontativa que sus mayores.
Frederick (Michael Stuhlbarg), esposo de Alma, parece el compañero perfecto. Pero entre discursos que intentan disparar superioridad moral deja entrever una profunda inseguridad, idealizaciones y silencios. Y finalmente esta Alma, una mujer que luchó fuertemente para llegar a una posición de poder que no le fue fácil conseguir.
Aparenta control, si bien mantiene una fachada que no cuadra con el interior. Algo tan básico como alzar la voz parece aterrarla, al abrir la posibilidad de llevarla a perder su posición. ¿Esa pasividad la hace funcional a un sistema opresor? A través de su vestuario la vemos una y otra vez mimetizarse con su entorno, como si la invisibilidad la eximiera de pronunciar sus propias verdades.
Una cuestión de miradas
En Abril de 2024 un debate se hizo viral en internet. Mientras que una gran variedad de mujeres blancas aseguraban que preferían enfrentar a un oso antes que a un hombre, la comunidad de mujeres afrodescendientes planteaba otra pregunta: ¿Qué preferían, estar en una sala de reuniones con un hombre blanco o una mujer blanca?

El cuestionamiento hacía referencia no solo a cómo históricamente las mujeres negras fueron y son alienadas y violentadas por las blancas, sino también a la falta de perspectiva racial del feminismo blanco actual. Según dicen, las lágrimas de una mujer blanca pueden ser una de las armas más peligrosas.
En el caso de Maggie, al ser más joven, con menos calificaciones, siendo afro y además queer, la disparidad de poder con Alma es evidente en un comienzo. Pero, por el otro lado, Maggie viene de una familia con muchos más recursos económicos. ¿Cómo es que esto mueve la balanza? La interseccionalidad se vuelve parte central de la compleja relación entre ambas mujeres.
Es así como, si bien el elenco entero es perfecto y completamente a la altura de las circunstancias, Roberts y Edibiri destacan por esta relación en donde el afecto se traduce en mutua traición. Tan solo hay que hacer foco en las miradas y cómo transmiten tanto con sus palabras como con lo que no dicen abiertamente.

Guadagnino hace lo propio con el lente, recordándonos cómo un arte tan fundamental para el cine parece estarse perdiendo con aquellas películas que más salas llenan: la importancia de la mirada de la cámara. La cinematografía de este director siempre fue uno de sus fuertes, pero en este caso es imprescindible para realzar la importancia del subtexto. Desde el uso de los espejos para dar la falsa sensación de multitudes, o unos primeros planos que ahogan por su sensación confrontativa, sus encuadres realzan nuevas lecturas con cada escena.
De eso no se habla
Es así que nos encontramos con un relato que funciona como un Gato de Schrödinger en donde la situación de abuso podría haber pasado o no. Pero Guadagnino se corre del lugar de un acto que es una verdad empírica. Lo que a él le importa es abrir una conversación sobre las complejidades de cada individuo así como el impacto social de sus decisiones.
Por otra parte, hay una sutil diferenciación entre lo que llamamos la Cultura de la Cancelación y la demanda por consecuencias. Podemos proclamar la muerte de nuestros ídolos, pero los Roman Polanskis y Woody Allens continúan siendo parte de la industria, financiados y promoviendo nuevos proyectos. Hasta presentados como inspiración en la introducción de ciertas películas. Las cancelaciones se presentan como momentos catastróficos pero, ¿cuál es el verdadero impacto de estas repercusiones?

Trent Reznor y Atticus Ross están encargados de una banda de sonido que por momentos es interrumpida con un invasivo tictac. El peso del correr del tiempo es fundamental. Tan solo hay que esperar para ver cuánto tarda hasta que la palabra violación finalmente sea pronunciada en voz alta.
Guadagnino remarca así el miedo a decir lo incorrecto, otro fenómeno de la actualidad. Casi cumpliendo con la premonición de George Orwell en 1984 con su Policía del Pensamiento, el algoritmo compromete nuestro lenguaje y nos entrega términos como m-wordear como sinónimo de suicidio, en un extraño compromiso entre censura y pérdida de sentido.
En una era en donde la viralizacion de videos punitivistas podría haber dado material para que Foucault desarrollara toda una nueva teoría, Guadagnino no deja de resaltar el poder del miedo y cómo este nos oprime. Hay un temor a incomodar que, por inocente que parezca, silencia y aprisiona. Puede aparecer como un instantáneo catalizador de una muerte social, independientemente de si el castigo no es más que un espejismo.
Como una coda, resuena una palabra llegado el final. Es un gesto magistral, uno que nos remarca cuan performativas pueden ser estas cuestiones.
💡 PopCon Tips:
Si querés ver otras películas que toque el tema de forma similar te recomendamos La Duda (2008). El director John Patrick Shanley aborda estas cuestiones, pero atravesadas desde la perspectiva de nuestra relación con la fe.
Tár (2022) también es imperdible. Todd Field explora la idea de separar la obra del artista y los abusos respaldados por elites e instituciones, pero señala el cambio de dinámicas cuando una mujer es la victimaria.
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