La primera temporada de The Last of Us (2023-) tuvo que llevar sobre los hombros la carga de ser una adaptación de uno de los juegos más queridos e icónicos de las últimas décadas. Por lo que los co-creadores Craig Mazin y Neil Druckmann trataron con cuidado el material de origen. Todo, mientras se esforzaban por no desviarse demasiado de la ya conocida historia de un apocalipsis atípico marcado por el dolor de la pérdida.
El resultado fue una adaptación brillante y sentida. Pero sin duda, un poco rígida. Eso, al convertir al mundo arrasado por la infección fúngica Cordyceps en una mezcla entre el dolor, la búsqueda de redención y la esperanza. No obstante, para la segunda entrega, el dúo de creadores parece haber tomado la decisión definitiva de crear su propia visión del juego, para otro público y una nueva generación de fanáticos.
El resultado es una continuación que, si bien respeta en lo esencial lo narrado en The Last of Us Part II (2020), elige de manera consciente apartarse de los limitados recursos del videojuego. Lo que le permite crear algo por completo nuevo.

La decisión es evidente desde los primeros minutos del primer episodio. Durante los cuales, el argumento cambia el orden de la trama, para favorecer una línea temporal más directa y menos elusiva que el original. En el juego, la continuación del relato inicial, transita entre flashback y una cronología disruptiva que se toma su tiempo para brindar información esencial para comprender las motivaciones de los personajes.
Pero en la versión para televisión, el guion está planteado no solo para que el desarrollo de los personajes comience de un punto concreto. También para alagarse, probablemente, una o dos temporadas más. De modo que las primeras escenas cuentan todo lo esencial para comprender a Abby Anderson (Kaitlyn Dever), devastada y en busca de venganza. Un detalle que apunta a que esa decisión será la primera de muchas para crear un universo propio que, aunque basado en el videojuego, esta vez avanza hacia lugares nuevos. Para bien o para mal.
Una mentira que engendra muchas otras
La nueva temporada, además, da un salto de cinco años — en lugar de los cuatro del juego — para mostrar lo que ha ocurrido con Joel (Pedro Pascal) y Ellie (Bella Ramsey). Eso luego que ella eligiera creer en la mentira sobre lo sucedido en Salt Lake City. El guion es generoso en detalles y sin duda, más meditado que la temporada anterior, así que dedica tiempo a ese primer vistazo.

En Jackson, un Joel de 60 años parece haber encontrado, finalmente, algún tipo de paz. En especial, cuando recuperó parte de su vida como constructor y además participa en las decisiones críticas del pacífico enclave. Tommy (Gabriel Luna) y su esposa, María (Rutina Wesley), dirigen el pueblo con mano firme y todo parece marchar relativamente bien. Es decir, todo lo bien que puede estar cualquiera luego de sobrevivir a la pandemia que terminó por provocar el apocalipsis.
La serie continúa teniendo mucho cuidado en respetar los límites de la obra original, pero a pesar de eso, es mucho más libre al ampliar el mundo. La manera en que el argumento explora en Joel — un hombre solitario, roto y aterrorizado por el sufrimiento — es generosa y detallada. A su vez, Ellie lucha como puede, con sus propias contradicciones y la responsabilidad de crecer a la sombra del secreto de su inmunidad.

La serie es brillante, al lograr que de nuevo el peso de su argumento esté en sus personajes, conflictos y oscuridades. Eso, mientras el riesgo nunca cesa y ahora también, la amenaza de Abby, dispuesta a hacer justicia por su propia mano y arrasar con cualquiera que se le oponga. En un escenario tan complejo, The Last of Us encuentra el equilibrio en la exploración de las emociones profundas que prosperan alrededor del escenario de un mundo devastado.
Más grande y cuidadosa
Esto permite a la historia crecer y hacerse más elaborada, sin perder de vista el punto del que parte y al cual debe llegar. De hecho, buena parte de la segunda temporada está llena de preguntas e insinuaciones sobre la naturaleza del amor, la mentira y el sacrificio. También de detalles que amplían lo mostrado en los juegos — como un nuevo tipo de infectado — que, a su vez, alcanzan nuevas cuestiones sobre la supervivencia.

La segunda temporada de The Last of Us no es perfecta, pero sí es honesta en sus ambiciones y cómo alcanzarlas. Y aunque tiene algo de incompleta y frustrante en la forma en que ata cabos y concluye sus premisas, sigue siendo una trama que profundiza en la luz y la oscuridad de personajes rotos. Un rasgo que celebra, respeta y lleva a una dimensión por completo nueva en la segunda temporada.
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