El amor en tiempos modernos

Con todos menos contigo: La comedia romántica vuelve a las bases del género

La película da en el punto clave, transmitiendo unas ganas tremendas de enamorarse y vivir una aventura simple, con la posibilidad de un final feliz.

por | Feb 14, 2024

En Hollywood, la comedia romántica es un género importante. Lo fue durante la edad dorada, que hizo de esto una tradición y centro del gusto de un público con deseos de enamorarse. También, en la época más adulta que el amor se hizo doloroso, como en la recordada cinta El apartamento (1970) de Billy Wilder.

Cada generación tuvo su gran historia de amor. De Without Love (1945) dirigida por Harold S. Bucquet hasta El graduado (1967) de Mike Nichols, que marcó un hito por su frontalidad erótica y final ambiguo. Eso, pasando por Love Story (1970) de Arthur Hiller, que hizo llorar al público y también anhelar vivir una experiencia total de amor, aunque claro, sin conclusión trágica incluida. 

Está claro: las historias de amor dan para todo, analizan varios de los escenarios más interesantes del cine y hacen a las narrativas en pantallas más cercanas al público. Pero por algún motivo, de tener un punto de enorme relevancia a finales de 1990, durante el último milenio, las grandes historias de amor se han limitado a repetirse unas a otras.

Pocas han tenido el impacto de los clásicos y, gradualmente, se volvieron una combinación entre chistes desagradables y todo tipo de puntos de vista acerca del romance. Durante los últimos años, el género atraviesa una moderada sequía. En particular, cuando el simple encanto de dos enamorados no es suficiente para llenar la pantalla grande.

Después de la última gran pareja icónica — que, según a quién se le pregunte, podría ser Meg Ryan y Tom Hanks o Woody Allen y Diane Keaton — pocas han sido un fenómeno de masas. O, al menos, la encarnación de todos los deseos y búsquedas de una sociedad que conserva un rasgo inocente, con respeto a los motivos por los cuales cualquiera se enamora y sigue anhelando el “vivieron felices para siempre”.

Tal vez por eso, la comedia Anyone but you (2024) de Will Gluck y la coguionista Ilana Wolper, sea una rareza. La cinta no está destinada a convertirse en piedra angular del romance, pero sí, en una forma amable y muy sencilla, de entender el motivo por el cual, el romance cinematográfico nunca muere.

Lo curioso es que la película es una adaptación libre de Mucho ruido y pocas nueces de William Shakespeare, por lo que, sin duda, no es una historia original. Pero sí conserva el elemento central de todo romance de la gran pantalla que se precie. Química, encanto y sentido del absurdo.

La pareja interpretada por Glen Powell y Sydney Sweeney no puede ser más distinta, más lejana a crear un vínculo que dure para siempre. Pero el intento del amor entre ambos es tan convincente, adorable y bien construido, que se sostiene incluso en un relato tópico que todos hemos escuchado alguna vez. Chico conoce a chica y están dispuestos a pasarse la vida juntos. 

Érase una vez, una princesa en un café

Ben (Powell) no tiene entre sus planes enamorarse. De hecho, esconde todos sus temores, frustraciones e inquietudes, detrás de una fachada fría de hombre de negocios ambicioso. Por su lado, Bea (Sweeney), está a punto de convertirse en abogada, pero no tiene intenciones de ejercer. No obstante, puede ser que solo deja pasar el tiempo para encontrar su lugar en el mundo.

La diferencia entre ambos no puede ser más obvia: él alcanzó el gran punto del triunfo que deseaba, pero es infeliz. Ella está a punto de hacerlo y teme no la satisfaga. El guion hace un buen trabajo en relatar a sus personajes desde la amabilidad y les dota de todo tipo de matices. Este chico-conoce-a-chica, es mucho más de lo que aparenta.

Y lo demuestra cuando Bea, luego de una noche de intensa intimidad — y no solo la física — corre despavorida, aterrorizada por la sensación de cercanía. Sin quererlo, el personaje de Sweeney representa a una generación aturdida por la posibilidad del compromiso, por la noción sobre el individuo y el amor, pero sobre todo, el miedo a la vulnerabilidad.

De hecho, el giro elemental de la película se basa en eso. Cuando Bea huye de Ben, desconsolada y desconcertada, pareciera encarnar a toda una generación adicta al Tinder y a las relaciones de poco riesgo. 

También, lo hace al regresar casi de inmediato para pedir disculpas a Ben. Solo para encontrar que este, admite en voz alta que lo que ocurrió fue un momento intrascendente, cuando no sin importancia. Lo que haría cualquier treintañero moderno para enfrentar el fracaso, la desilusión y el desamor. Al menos desde el punto de vista en que lo propone la película. 

Anyone but you tiene la particularidad de tomar una obra clásica sin imponer el criterio de que podría ser contemporánea. En realidad, el truco del guion es dejar claro que todas las historias de amor tienen el mismo propósito. Sentir que el mundo puede reducirse al otro. Ben y Bea tendrán que lidiar con sus temores, traumas y angustias, sin que eso les lleve a ningún lado. El tiempo trascurrirá y el sentimiento que les une, aumentará, a medida que el mundo cambia a su alrededor. 

Pero como todos los buenos relatos de amor en el cine, el punto que la hace elegante y bien contada, es asumir que la generación que sobrevive al desencanto, a un mundo hipercomunicado y al miedo a la pérdida, tiene deseos de ser amado. Mucho más, ser comprendido en toda su rareza y que el romance es un acto paciente de avanzar hacia el gran final, a pesar de todo el dolor que eso pueda conllevar. 

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