A fines de los noventa, cuando la farmacéutica Purdue Pharma comenzó a fabricar el opioide OxyContin (Oxicodona), promocionaba la pastilla con un mensaje muy claro: “Esto es lo que va a reducir tu dolor”. A fin y al cabo, no había por qué dudar si tu médico de cabecera, al percibir que estabas sufrimiento algún padecimiento (desde dolor de cabeza a dolor de espalda), te daba esa pastilla mágica que iba a cambiarte la rutina. Había un problema en esa forma en la que Purdue esbozaba su estrategia de marketing, un problema que buscaba eludir conscientemente para hacer dinero a costa de ese dolor: el OxyContin no era un analgésico, era un opioide altamente adictivo que salió a la venta en farmacias sin impedimento alguno, sin etiquetas sobre sus daños colaterales. De esta manera, hizo estragos en Estados Unidos primero para luego expandirse, y circuló sin restricciones por las conexiones políticas de la familia Sackler, dueña de Purdue.
Dopesick (2021), la miniserie de ocho episodios creada por Danny Strong -actualmente disponible en Star+ y nominada al Emmy– tomó como material de base al devastador libro de no-ficción de Beth Macy, Dopesick: Dealers, Doctors, and the Drug Company that Addicted America, y se propuso mostrar la epidemia de los opioides a gran escala. La miniserie producida y protagonizada por Michael Keaton se mueve en varias líneas temporales, recurso que en un comienzo puede resultar confuso, pero que con el transcurso de los capítulos es inevitable para que se comprenda cabalmente el daño irreparable que hizo esa pastilla. Bastaba con ingerirla ingenuamente una vez para que tu vida pierda el rumbo o para perderla, a secas.
Ese “alivio para el dolor” que tenía Purdue en sus manos terminó convirtiéndose en una sentencia de muerte que no discriminaba. Una mujer exitosa podía comprar la pastilla en la farmacia, volverse adicta en cuestión de días, y morir meses después. Sin embargo, todo partía del macabro objetivo de apuntar a los más débiles, como personas en situación de calle o trabajadores de la minería que no podían darse el lujo de cesar sus jornadas laborales.
Médicos y pacientes, víctimas por igual
Por lo tanto, Dopesick toma la valiente decisión de meternos en ese mundo sombrío a través de un vínculo puro que se empalidece con la misma velocidad con la que el opioide hacía efecto. Por un lado está Samuel Finnix (Keaton, en un trabajo descomunal que le valió el SAG y el Critics’ Choice, lo que le garantiza también el Emmy), el médico de una comunidad minera de Virgina, espacio en el que la pastilla irrumpe primero. Donde había más dolor, allí se enviaba OxyContin. Por otro lado, vemos a una de sus pacientes, Betsy Mallum (Kaitlyn Dever, el corazón de la serie), con quien Samuel forja una amistad, como con la mayoría de los habitantes de ese pequeño lugar. En un día de trabajo en la minería, la joven tiene un accidente y Samuel le receta la pastilla que erradica su dolor instantáneamente. Al ver los resultados, el doctor se entusiasma por esa “revolución en el mundo de la medicina” y por cómo el “analgésico” ayudará a la gran cantidad de individuos que, en ese pueblo, eran azotados por el dolor diariamente.
La ilusión no tarda en quebrarse. Al poco tiempo, Samuel comienza a notar que esos pacientes a los que les prescribió la pastilla actúan erráticamente y, tras él mismo accidentarse en la ruta, debe consumirla. Así, se vuelve adicto.
Los caminos de Samuel y Betsy se entrecruzan en toda la miniserie y hay un porqué: aunque sus historias se muestren por separado, están hermanadas por esa confianza ciega en lo que ofrecía Purdue. Y aquí es dónde entra en escena un factor clave como lo es la complicidad de la FDA -la Administración de Medicamentos y Alimentos del Gobierno de los Estados Unidos-, que aprobó el presunto analgésico a pesar de la vasta evidencia de casos de abstinencia seguida de muerte. En este punto, Dopesick explora la connivencia de Purdue con la FDA a través de una investigación de la DEA tan eterna como desalentadora, con grandes trabajos de Rosario Dawson, Peter Sarsgaard y John Hoogenakker. Todo en Dopescik es frustante y demoledor, desde la maquinaria que reclutaba a vendedores que no eran conscientes del daño que estaban infligiendo, hasta la velocidad con la que la pastilla terminaba con una vida o la dejaba en perpetuo estado de alerta.
Dopesick va al hueso aunque lastime para abrirnos los ojos, y duele tanto como el discurso que brindó Keaton cuando obtuvo el SAG y se lo dedicó a su sobrino, quien murió de sobredosis, y por quien se comprometió a llevar esta historia a la pantalla.
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