Un grupo de docentes universitarios comparte una cálida reunión motivada por una triste circunstancia: el Profesor Caselli, jefe de cátedra, ha fallecido inesperadamente. Su heredero natural es Marcelo Pena (Marcelo Subiotto), hombre forjado al calor de las aulas pero, quizás, demasiado apocado y devoto de su mentor. Sus compañeros lo instan a que cante: su interpretación de “Niebla del Riachuelo” (clásico del repertorio tanguero compuesto por Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo) gusta particularmente.
Pena titubea, se achica, elude la ocasión de lucirse: no está en su instinto abandonar el lugar del adjunto, de aquel que se luce en la ejecución acompañando la gestión. La situación se interrumpe: del otro lado de la habitación, alguien aporrea un piano con entusiasmo. La cátedra a pleno abandona a Marcelo y se reúne alrededor de Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), un estimulante y atractivo colega recién llegado de Berlín.
La escena cifra el conflicto que estructura Puan (2024), escrita y dirigida por Benjamín Naishtat y María Alché y que -tras un extenso paso por las salas y consagrarse con la Concha de Oro al mejor guion en el Festival de San Sebastián– ya está disponible en Amazon Prime.
Pena invoca la tradición, el derecho adquirido de quien ha acompañado fielmente un proyecto educativo; Sujarchuk viene a disputarlo, cuestionando los desactualizados planes de estudio y seduciendo a propios y extraños para hacerse con la titularidad de la cátedra. La guerra fría entre ambos docentes dará pie a una serie de episodios entre humorísticos y tragicómicos, con un final que -en vista de las recientes políticas del Gobierno Nacional en perjuicio del presupuesto universitario- resulta profético.
En el medio se luce un elenco tan talentoso como heterogéneo, una especie de quién es quién del cine argentino reciente que combina rostros consagrados con otros emergentes y algunas sorpresas: Subiotto y Sbaraglia, Julieta Zylberberg y Camila Peralta, Andrea Frigerio y Luis Ziembrowski, Julieta Laso y Lali.
Acaso la diversidad de talentos que pueblan la breve pero contundente extensión de la película representan también el mosaico de caracteres que conviven en los claustros universitarios, particularmente los de la universidad pública. Algunos incentivan a Marcelo a tomar el liderazgo, otros orbitan alrededor de él sin tomar partido en la batalla y otros empiezan a conspirar en favor de Sujarchuk.
También aparecen quienes toman la filosofía como un hobby entretenido: es el caso de Amelia, la jubilada adinerada que compone Zulema Galperín y contrata a Marcelo para unas clases privadas que escucha mientras se va quedando dormida. En esta subtrama confluyen la hilaridad, la humillación y la reivindicación del docente de clase media, que lucha por llegar a fin de mes preservando su dignidad lo más posible mientras busca un prestigio académico siempre esquivo.
Esta trama es una buena síntesis de las fortalezas de Puan y de la dupla directora. Su retrato de la vivencia universitaria combina humor con aspereza y abraza a su protagonista sin eludir sus falencias, muchas veces las mismas que un sistema educativo precario, sostenido por la voluntad de quienes lo integran, pero también por una endogamia que resiste los cambios.
En el tan comentado final -cada vez más difícil de desconocer, por la cantidad de veces que se ha reflotado en las redes como consecuencia de los hechos recientes-, el mundo exterior irrumpe y pincha la burbuja. El debate filosófico se hace cuerpo en las calles y la rencilla académica, que tan importante parecía, pasa a un segundo plano. Naisthat y Alché sientan posición e instan a sus personajes a pasar del pensamiento a la acción.
Para algunos, el sentido de Puan resulta elusivo: más allá de la innegable gracia de algunas secuencias (una muy temprana, que involucra caca de bebé, es de las más logradas e inesperadas), he leído cierta perplejidad o desdén de cara a su conclusión, que me resulta uno de los momentos más bellos y discretamente sentimentales de nuestro cine reciente.
Algo del secreto yace en los versos de “Niebla del Riachuelo”, que oportunamente se retoman: “anclas que ya nunca, nunca más, han de levar/bordas de lanchones sin amarras que soltar/Triste caravana sin destino ni ilusión/como un barco preso en la botella del figón”.
Entre debates académicos, frustraciones profesionales, el bullicio de los claustros y las consignas de sus afiches, Puan es una película feliz sobre el duelo de un maestro, sobre abrazar un rol que nos queda incómodo para una madurez que llega cuando le conviene, sobre llorar un viejo esquema para asegurar su supervivencia. No quedará más opción que romper el cristal de la botella para que el barco pueda zarpar y eso es, invariablemente, dichoso y triste.
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