En la novela Queer (1985) de William S. Burroughs, el autor convierte su vida y experiencias en un terreno complicado para analizar la naturaleza del deseo, el amor y la intimidad. Pero no toma caminos sencillos para hacerlo. Al contrario, la necesidad de Lee, su alter ego literario, es lo bastante urgente como para abusar de todo a su paso. De la droga al sexo. Lo cierto es que el personaje, viaja a través de México en medio de una travesía pintoresca, elaborada y casi siempre accidentada, en busca de comprender su identidad, sexualidad y enfrentar el sentido del absurdo de su vida.
Luca Guadagnino toma la premisa anterior y la explora a través de un viaje hedonista por un país enorme y violento, que aísla a William Lee (Daniel Craig, en la gran actuación de su carrera) y le convierte en una especie de criatura solitaria en busca de redención. Pero más que eso, también es una forma de recorrer los espacios más intuitivos de una personalidad turbulenta. El director, conocido por su capacidad para explorar en escenarios complejos desde un punto de vista decadente y elegante, utiliza en esta ocasión su rara visión acerca de la necesidad de ser amado — y amar — como un mapa de un recorrido desordenado.
Lee — que, de nuevo, es una especie de idealización de Burroughs en una época especialmente salvaje — disfruta de los excesos. Lo que incluye alcohol, drogas y una lujuria que se convierte progresivamente en motor de cada una de sus actuaciones. El guion de Justin Kuritzkes convierte la obra original en una alegoría del desastre interno, que se refleja en un desorden de los sentidos. Guadagnino se recrea entonces en detalles. Las borracheras épicas tienen algo de iluminados momentos de descubrimiento espiritual, mientras que el deseo evade explicaciones sencillas. En Queer, toda la idea del bien y el mal se muestra en un cigarrillo, en una velada percepción acerca de la distorsión de la realidad. Todo, en medio de una desenfrenada capacidad para el disfrute y la maravilla.
Un cuento de amor
Pero Queer es, ante todo, un romance trágico. O, al menos, esa es la intención de Guadagnino, al plantear la posibilidad de la pasión. Desde el encuentro de Lee con Eugene Allerton (Drew Starkey) en una pelea de gallos en plena calle, hasta la forma en que el cineasta detalla el amor, la preocupación y la búsqueda de comprensión. Lo cierto es que la película avanza con cuidado a través del anhelo y es en algunos momentos tímida al analizar la posibilidad de la felicidad o solo la confesión de la profundidad del sentimiento. Pero, la mayoría de las veces, la cinta prefiere ser nostálgica antes que pesimista.
Lo que es un gran cambio para un argumento que profundiza en el amor gay. Con frecuencia, las relaciones homosexuales suelen reflejarse en el cine desde el dolor, el desencuentro, el desarraigo y la tragedia. Una combinación que parece llevar implícita una velada censura sobre relaciones que, la mayoría de las veces, reciben el incómodo epíteto de “imposibles”. En Call by Your Name (2017), Guadagnino parecía mucho más interesado en reflexionar sobre temas universales como el amor y la ausencia, a través de una historia en apariencia sencilla. Eso, a pesar de que estaba llena de capas modulares y dimensiones desconocidas, que asombraban por su conmovedora efectividad.
En Queer, Guadagnino recupera el ritmo y la forma al contar la necesidad de vivir, amar y experimentar, pero sin que eso suponga — no de inmediato — el dolor y el desamor. La trama lleva a la novela original a una meditación muy cercana a las elaboradas reflexiones de Proust sobre el tiempo y el deseo. Una invocación al comienzo de todo despertar sexual y amoroso y un epitafio a esa primera visión sobre el amor que termina desplomándose en el cinismo de la vida cotidiana.
Con un punto de vista excepcionalmente hermoso sobre la voracidad intelectual, el poder de la emoción y sobre todo, la necesidad de lo romántico — englobado en lo sexual y lo perenne — como parte de las experiencias capitales de cualquiera, la novela contempla el abismo de la soledad y la maravilla del amor transformado en un lenguaje catalizador desde una evidente perspectiva crepuscular.
Quizás lo que más sorprende en Queer es que, a pesar de su toque sutil y su reflexión intelectual sobre el amor, se trata de una narración hedonista y muy consciente del valor de lo sexual. En especial, como elemento que sostiene una presunción clara sobre la identidad. Eso, aunque sus personajes pasan buena parte de la novela en una especie de reflexión tensa sobre el futuro. Pero al final, esta es una historia de Burroughs y, como tal, es una feroz y complicada versión sobre la necesidad de ser reconocido, comprendido y también, quizás, odiado. Un mensaje al subtexto que brinda a la cinta su extraña densidad.
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