¿Esto es libertad?

De «Breaking Bad» a «Pluribus»: el origen del mal según Vince Gilligan

La nueva serie de Apple TV+ con Rhea Seehorn explora la nueva cultura del optimismo desde la sátira, criticando la ilusión de libre albedrío.

por | Nov 15, 2025

Vince Gilligan, el creador que hizo del crimen un laboratorio moral, regresa con una serie que suena a exorcismo sobre la forzada condición del optimismo contemporáneo. Pero eso, sin repetir la fórmula, pero tampoco, sin alejarse del todo de la idea que le obsesiona: el mal integral, ambiguo y tenebroso de nuestra época.

Solo que sí, en Breaking Bad (2008–2013), el profesor Walter White (Bryan Cranston) convertía su desesperación en poder, y ese poder, en una enfermedad contagiosa; ahora el dilema es metafísico. Por lo que en Pluribus (2025), la infección adopta otra forma: la felicidad absoluta. Lo que antes era un cáncer que corroía desde dentro, ahora es una sonrisa que lo cubre todo. 

Así que Vince Gilligan no repite el dilema sobre el mal externo e interno en contraposición; lo disuelve. De la química real a la emocional, del ego al éxtasis colectivo. En ambos mundos, lo que empieza como liberación termina revelando su cara más oscura.

Rhea Seehorn como Carol Sturka, la protagonista de la nueva serie de Vince Gilligan, Pluribus.

Claro está, el universo de Breaking Bad se alimentaba del deseo de control: el hombre común enfrentando su impotencia mediante la violencia. Pluribus da un giro cruel. Aquí nadie mata ni trafica, pero todos pierden algo más íntimo: el conflicto. Carol Sturka (Rhea Seehorn), escritora frustrada y alérgica a la alegría, es el último ser humano que no se ha rendido al virus de la felicidad. Su desgracia es no poder dejar de pensar. Y en ese detalle, Gilligan encuentra la nueva frontera del mal: un mundo sin contradicciones.

La rebelión de los infelices

La historia comienza con un apocalipsis invisible. No hay meteoritos, ni zombis, ni explosiones; solo un brote de euforia universal. Todos ríen, bailan, aman. Todos menos Carol, que observa cómo el planeta se convierte en una fiesta eterna sin resaca. Su agente y compañera Helen (Miriam Shor) acepta los cambios con resignación casi maternal, mientras Carol se aferra a su cinismo como un crucifijo. La ironía es que, en un mundo perfecto, la cordura suena a locura.

Con Pluribus, Vince Gilligan vuelve a la esencia de Breaking Bad, si bien el tono es diferente.

Gilligan vuelve a su tema favorito: la resistencia frente a lo inevitable. Walter White luchaba contra la pobreza, luego contra la muerte y finalmente contra la moral. Carol combate algo más inasible: la uniformidad. Donde antes había crimen y castigo, ahora hay dicha y anestesia. Pero el resultado es el mismo: la soledad. La diferencia es de tono, no de esencia. Pluribus y Breaking Bad son espejos distorsionados del mismo infierno: el del individuo que intenta imponer sentido a un universo que ya no lo necesita.

Sonrisas radiactivas

El tono de Pluribus es engañosamente sereno. Gilligan dirige el primer episodio como si filmara un sueño mal iluminado. Los colores cálidos del desierto de Nuevo México sustituyen a los laboratorios clandestinos, pero la sensación de amenaza persiste. La calma tiene filo. La música flota, los diálogos suenan ligeros, pero algo se pudre bajo la superficie. La felicidad global funciona como una sustancia química: promete pureza, provoca dependencia.

La fotografía evita la distopía clásica; no hay ciudades derruidas, sino parques llenos de risas. Sin embargo, la imagen cansa, abruma. Es como si Gilligan hubiera encontrado una nueva forma de violencia: la amabilidad incesante. En Breaking Bad, el mal se expresaba con armas y metanfetaminas. En Pluribus, basta con una sonrisa. Esa inversión es brillante y profundamente incómoda. La droga ahora es el bienestar, y el síndrome de abstinencia, la conciencia.

El infierno de la armonía

Rhea Seehorn como la obstinada y sarcástica Carol Sturka, protagonista de Pluribus.

En el fondo, Pluribus plantea la misma pregunta que Breaking Bad: ¿qué ocurre cuando la humanidad confunde el deseo con la necesidad? Walter necesitaba poder. Carol necesita conflicto. Ambos terminan devorados por su obsesión. Ella se niega a aceptar que la felicidad pueda ser un virus, y en esa negación encuentra su identidad. Pero su rebeldía también tiene un aire patético: una escritora de novelas románticas incapaz de enamorarse del mundo que la rodea.

Rhea Seehorn, impecable, construye un personaje que oscila entre el sarcasmo y la tristeza. Donde Kim Wexler contenía la culpa, Carol exhibe el agotamiento. No hay redención ni tragedia, solo resistencia. Su relación con Helen funciona como ancla emocional, pero también como espejo: mientras una se entrega a la serenidad colectiva, la otra se aferra al caos interior. Y en esa grieta, Gilligan encuentra su nuevo laboratorio moral.

El paraíso también castiga

En Breaking Bad, la culpa se medía en cadáveres; aquí, en sonrisas falsas. Lo fascinante es cómo Gilligan conserva el mecanismo de castigo sin necesidad de violencia explícita. Cada episodio revela un costo invisible: perder la individualidad, la duda, la tristeza. En un mundo que ha erradicado el dolor, el sufrimiento se convierte en privilegio. Carol es la última testigo del mal entendido como libertad.

El título Pluribus es, claro está, una ironía bíblica y política. De la multitud surge la unidad, pero esa unidad asfixia. Lo colectivo, que alguna vez significó esperanza, ahora es un virus de conformidad. Gilligan no ofrece sermones, pero su sátira es feroz. Lo que Breaking Bad hacía con la codicia, Pluribus lo hace con la felicidad: convertir una virtud en veneno.

De la moral al meme

Gilligan ha pasado de cocinar cristal azul a fabricar alegorías. Su talento sigue intacto: explorar el mal como fenómeno cotidiano. Si antes nos hacía simpatizar con un criminal, ahora nos obliga a desconfiar de la alegría. El espectador, igual que Carol, se pregunta si la tristeza no es lo único verdaderamente humano que nos queda.

En su costado más macabro, la trama de Pluribus es como espejo del presente: la cultura del optimismo, los filtros, las frases motivacionales que esconden vacío. El mal, parece decir Gilligan, ya no necesita balas ni laboratorios. Basta con una sonrisa viral. Y cuando todos sonríen, la única que queda cuerda es la que no puede hacerlo.

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