Libro vs película

“Mickey 17” de Bong Joon-ho: La política del cuerpo y el dolor de la irrelevancia

La película más reciente del director Bong Joon-ho, intenta explorar acerca de la desigualdad, un tema habitual en la temática del director que encuentra en la obra de Edward Ashton, un nuevo punto de vista. 

por | Mar 10, 2025

En el año 2002, el escritor Edward Ashton imaginó un mundo atomizado y devastado por las carencias, la destrucción del ambiente y la debacle económica. Pero también, un mundo sin empatía. Su novela Mickey 7 aborda la posibilidad de que la vida humana se vuelva prescindible, desde una óptica alucinante. Eso, a través de la posibilidad de la clonación. 

Sin embargo, la idea de la clonación en Mickey 7 no es un mero artificio de la ciencia ficción, sino una metáfora brutal del capitalismo contemporáneo y su capacidad de convertir a los seres humanos en simples engranajes reemplazables dentro de una maquinaria implacable. En la novela, Mickey es un “prescindible”, un clon creado para realizar las tareas más peligrosas dentro de una misión colonial en un planeta hostil. Cada vez que muere, su conciencia es transferida a un nuevo cuerpo, y la misión continúa como si nada hubiera pasado.

La distopía que plantea Ashton no es del todo ficción. En la actualidad, el capitalismo ha convertido a millones de personas en “prescindibles” de diferentes maneras. En las fábricas de países en vías de desarrollo, los trabajadores son tratados como recursos desechables; si uno muere o se enferma, simplemente es reemplazado por otro. Lo hemos visto en tragedias como el colapso del edificio Rana Plaza en Bangladesh en 2013, donde más de 1,100 trabajadores murieron produciendo ropa para grandes corporaciones occidentales. Sus vidas no importaban más que la eficiencia de la cadena de producción.

En Mickey 7, cada clon de Mickey es creado con la única finalidad de cumplir una tarea y ser eliminado si es necesario. No hay un sentido de individualidad ni de valor intrínseco en su existencia. Del mismo modo, en el mundo real, el capitalismo ha logrado que la dignidad humana se mida en términos de productividad.

Los empleados que no pueden seguir el ritmo de la explotación son descartados sin piedad. Las empresas, en su búsqueda de maximizar beneficios, reducen costos eliminando derechos laborales, aumentando jornadas de trabajo extenuantes, y promoviendo una cultura donde el agotamiento es celebrado como un símbolo de éxito.

La normalización de la crueldad

El mundo que presenta Mickey 7 es uno en el cual la crueldad se ha normalizado tanto que nadie cuestiona la existencia de los “prescindibles”. De la misma forma, hoy en día hemos aceptado como algo inevitable la explotación laboral, la desigualdad extrema y la crisis climática. Nos han condicionado a creer que el sufrimiento es parte del sistema y que no hay alternativa.

Las grandes corporaciones minimizan su responsabilidad en la explotación de trabajadores argumentando que simplemente siguen las “leyes del mercado”. Los gobiernos justifican sus recortes a programas sociales diciendo que no hay recursos suficientes, mientras gastan miles de millones en armamento y rescates financieros para bancos y empresas. La propaganda nos vende la idea de que si trabajamos lo suficiente, podremos escapar de la pobreza, ignorando el hecho de que el sistema está diseñado para mantener a la mayoría en condiciones precarias mientras unos pocos acumulan riquezas inimaginables.

Si seguimos el camino actual, la visión de Ashton en Mickey 7 podría convertirse en una realidad más cercana de lo que creemos. La automatización y la inteligencia artificial amenazan con reemplazar a millones de trabajadores en las próximas décadas, dejando a enormes sectores de la población sin empleo ni propósito. El cambio climático, impulsado por la avaricia corporativa y la falta de acción política, podría hacer que grandes partes del planeta sean inhabitables, forzando a millones a convertirse en refugiados climáticos sin un lugar donde ir.

Pero la historia aún no está escrita. A lo largo del tiempo, los momentos de mayor crisis han dado lugar a movimientos de resistencia y transformación. La lucha por derechos laborales, la protección del medioambiente y la justicia social son más urgentes que nunca. El capitalismo ha demostrado ser un sistema despiadado, pero no es inquebrantable. Existen alternativas: economías basadas en la cooperación, en la redistribución equitativa de los recursos, y en la valoración de la vida humana por encima de la ganancia.

Una idea retorcida que llega al cine

En Mickey 17 (2025) del director Bong Joon-ho, la vida de cualquier ser humano es prescindible. Y no es un término utilizado al azar. Al esforzado Mickey (un mismo Robert Pattinson en múltiples papeles), se le define de ese modo y por ese motivo, su ciclo de vida es de una crueldad alarmante. Como colono que no importa a nadie, debe completar un accidentado y peligroso viaje especial hacia el congelado planeta Niflheim. Una vez ahí, deberá trabajar hasta morir. Solo para después, ser clonado y recuperar su memoria en apariencia intacta, para volver a comenzar otra vez. Todo, a mayor gloria del líder de culto Kenneth Marshall (Mark Ruffalo) y su esposa Ylfa (Toni Collette), explotadores y usureros.

La metáfora sobre la explotación capitalista es clara y el director surcoreano la explora con un maníaco sentido del humor. El mundo que habita Mickey está creado y pensado para satisfacer a los poderosos y aplastar a los desventurados. Pero entre ambas cosas, el director tiene la suficiente habilidad para lograr que nada sea tan blanco y negro. Con todo, una vez que la premisa se hace más compleja — y el verdadero horror detrás de los prescindibles se revela — la película pierde un poco de profundidad y eficacia. Eso, al tener que decidir entre si mostrarse desenfadada y provocadora o hacerse más tenebrosa de lo que anunciaba durante sus primeros minutos. 

El realizador toma la decisión de hacer equilibrio entre ambas cosas. Por lo que Mickey 17 es a ratos una comedia oscurísima acerca del abuso de poder y la comercialización de la vida, para luego, explorar en el drama con cierta torpeza. Todo, mientras Robert Pattinson da vida a varias versiones de sí mismo con entusiasta habilidad. Pero la cinta, que promete y se esfuerza por ser transgresora, termina por ser mucho más convencional de lo que pretende. También, menos interesante de lo que supone su rarísima historia.

Un Frankenstein de la era espacial

Lo más interesante de la cinta, es, por supuesto, Mickey en sí mismo. De la misma manera que en el libro de Edward Shanon en que se basa, el protagonista es solo una copia de un ser humano que vivió décadas atrás. Y ni siquiera un doble puro o genéticamente depurado. En realidad, está impreso — en el sentido más riguroso del término — a partir de desechos biológicos, lo que incluye cadáveres, miembros amputados y una larga lista de ingredientes repugnantes. 

Por lo que buena parte del impacto del argumento consiste en analizar cómo se toma Mickey la conciencia de ser, en síntesis, carne reciclada. La cinta se vuelve malvada, incómoda y desagradable, a medida que deshumaniza a su protagonista. Una decisión evidentemente intencionada, para dejar claro (y desde la rarísima primera escena, en la que ya explica el ciclo de vida y muerte de Mickey) que en un futuro, el ser humano tendrá que enfrentar su irrelevancia.

Todavía más siniestro es el pensamiento de que incluso la muerte le puede despojar de toda dignidad para volverlo un elemento en un largo ciclo explotador. Mickey 17 tiene grandes ideas acerca de cómo el poder político y religioso puede volverse un puño opresor. Aun así, le lleva esfuerzo desarrollarlas una vez que explicó su punto central y ahora, debe lidiar con Mickey 17 y 18, para derrotar al sistema. 

Mucho ruido y pocas nueces

Cosa que, lamentablemente, nunca logra del todo. El guion — que también escribe el director — es una mescolanza de ideas pocas claras acerca de la identidad, la naturaleza humana y el miedo a la muerte. Todo, con una crítica directa contra las grandes corporaciones, la riqueza y el privilegio de unos pocos sobre el interés del resto.

Se trata de un panorama que se hace cada vez más denso, cuando, además, la trama añade reflexiones sobre la bioética, el perenne tema acerca de qué rasgo nos hace ser criaturas racionales y hasta la cualidad del propósito vital. Paso a paso, Mickey debe fraguar una rebelión contra un sistema que terminó por convertirlo en producto. No obstante, el director no logra que esa toma de conciencia sea creíble y pasa más tiempo imaginando un tipo de justicia social casi utópica en medio de este mundo codicioso y en ruinas.

Mickey 17 tiene sus mejores momentos cuando logra que la ciencia ficción dura sea un vehículo para contar las inquietudes de nuestra cultura. Por lo que, cuando se concentra en cómo su protagonista — o alguna de sus versiones — lucha por reconocerse como individuo o solo evitar creer que es basura biológica, la cinta logra una elegante reflexión acerca de la humanidad.

A pesar de eso, la película tiene algo de una épica lucha de clases que se queda a medias. No solo no consigue redondear sus conflictos principales, sino que además, los temascentrales parecen deshacerse entre la multitud de bromas y juegos de palabras sobre la existencia, el pasado y la promesa del futuro. Un plomo en el ala que no logra remontar incluso para su último tramo — el más divertido y por singular que parezca, siniestro — y que convierte a la producción en una obra desigual y decepcionante. 

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