El ocaso del artista

Megalópolis: El caótico estreno de Coppola y una industria que olvida a sus directores

A pesar de los reveses de público y crítica, una camada de cineastas mayores se mantienen fieles a sí mismos y con ansias de saber y experimentar.

por | Ene 14, 2025

Si algo deja en claro el experimento cinematográfico de Megalópolis (2024) es que, a sus 85 años, Francis Ford Coppola filmó su magnus opus como quiso y bajo sus propias reglas, sin importarle casi nada de todo lo demás. A tal punto que, igual que lo hiciera Kevin Costner con su épica western Horizon (2024), él mismo financió la película para no depender de las directivas y las intromisiones de los estudios, cada vez más dedicados a homogeneizar los contenidos de la producción industrial del cine.

Al concretar un proyecto soñado después de 30 años de intentos fallidos (la línea de tiempo de Megalópolis inicia en 1982, cuando empezó con las primera notas), el célebre director buscó para esta entrega la independencia total, aun a riesgo de no tener distribuidor ni presencia suficiente en las salas del mundo.

La película fue un fracaso tanto de taquilla como de crítica, pero nada de eso parece hacer mella en Coppola, un director que fue una pieza clave en el cine estadounidense de la segunda mitad del siglo XX y que, como tal, no merece el destrato actual que le prodiga gran parte del sistema. Visto así, el responsable de El Padrino acaso sea el mayor exponente de una generación de cineastas que filman en la longevidad aún cuando su propia industria pareciera darles la espalda. 

Clint Eastwood, Martin Scorsese, Ridley Scott: directores que se mantienen activos y que producen incluso con viento en contra. No les afectan ni los golpes de taquilla (Megalopolis), ni que los estudios decidan limitar los estrenos de sus películas y mandarlas directo a plataformas (Eastwood con Juror #2) ni la falta de premios y reconocimiento (Scorsese con The Irishman y Killers of the Flower Moon). Hay algo más importante para ellos y es la búsqueda en sí misma.

Una carta no a Hollywood ni al cine, sino al futuro

Esa misma búsqueda es la que llevó a Coppola a vender parte de sus viñedos en California para reunir los fondos necesarios para poner en marcha la millonaria producción de Megalopolis. Una obra etiquetada en el género de la ciencia ficción, pero que en realidad persigue un estudio profundo sobre la naturaleza humana, la ambición, la corrupción, la búsqueda artística, el paso del tiempo (y el uso que hacemos de él) y el futuro, ese futuro que es un punto lejano en el horizonte pero que no por eso debe ser desestimado.

Aun con sus problemas de estructura, su narrativa barroca y su estética desmesurada, la película acumula un buen puñado de ideas innovadoras y de saltos al vacío (nunca mejor dicho) que están en la mejor tradición del autor. Como artista, Coppola nunca se quedó quieto (así lo demuestra incluso su compulsión permanente a reeditar sus films, con nuevos cortes cada vez) y este caso no fue la excepción. La discusión que propone Megalopolis sobre el tipo de ciudad y sociedad en la que queremos vivir es la misma que, según considera el autor, debe darse en el mundo. ¿Hay otra forma de futuro posible?

Lo que resulta especialmente emocionante de este proyecto es que, a su edad, este director inclasificable conserve la rebeldía y busque plantear preguntas más que dejar respuestas. Porque hay que decirlo: Coppola dirige la película como un adolescente, igual que Scorsese en The Irishman, por poner otro ejemplo. La edad biológica no se corresponde con la llama sagrada con que cargan estos directores. Hay un espíritu optimista que prevalece a lo largo de toda la película, pese a las sombras que siempre se ciernen sobre el mundo y que el film, con su puesta en escena y su estética particular, también se encarga de mostrar.

La nueva (vieja) camada

Vemos que estos directores llegaron a la última etapa de sus carreras siendo fieles a sí mismos y… a nadie más. No es que se muevan fuera de los márgenes (salvo Coppola, claro), porque la mayoría de los mencionados producen para los grandes estudios, sino que lo que no permiten es que la pertenencia a esas estructuras gigantescas limite su trabajo, a pesar incluso de las consecuencias adversas.

¿Por qué Scorserse, si no, decidió hacer sus últimas dos películas, The Irishman (2019) y Killers of the Flower Moon (2023), con una factura de más de 3 horas de duración en una época en que nadie puede mantener la atención en una sola cosa por demasiado tiempo? Los dos films, ambos magnánimos, fueron producidos por plataformas –Netflix y Apple, respectivamente– y tuvieron estrenos limitados en las salas del mundo. Ambos fueron nominados en sus correspondientes temporadas de premios pero no se llevaron nada. La última de esas películas no tiene ni siquiera edición física.

Clint Eastwood, que sigue filmando a los 94 años, debió soportar un desplante similar por parte de Warner, que siempre lo cobijó. Juror #2, un magistral drama judicial a la altura del resto de su filmografía, fue presentada como la “despedida” de una auténtica leyenda del cine y, a la hora del estreno, contó solamente con salas limitadas en Estados Unidos y Europa y viajó directamente a la plataforma Max, para indignación de la mayoría del público cinéfilo.

Del otro lado del Atlántico, Ridley Scott, activo a sus 87 años, acumula reveses de taquilla y de público, pero nada de eso parece frenarlo. Pese a ser grandes apuestas de producción, ni The Last Duel (2021), ni House of Gucci (2021), ni Napoleón (2023) salieron como se esperaba en términos de crítica y recaudación, aunque sobre ese último punto haya mostrado cierta recuperación con Gladiator 2 (2024). Sin embargo, este soberbio director inglés ya anunció no uno sino dos próximos proyectos. Igual que Coppola, que adelantó que su nueva película será una suerte de musical llamado Glimpses of the Moon.

Hay una fuerza natural y una pulsión de vida que insta a esta generación de directores a seguir filmando y a experimentar. Cálculos, mercados y pirotecnia aparte. El camino del verdadero artista, el compromiso consigo mismo. Vera Spinetta contó una vez que, en la última charla que mantuvieron, Luis Alberto Spinetta eligió hacerle una pregunta en lugar de despedirse. Es ese ansia de saber hasta el final. Lo mismo podría aplicarse hoy a Coppola.

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Nicolás Poggi

Licenciado en Comunicación Social de la Universidad de La Plata (UNLP). Trabajó en la agencia Diarios y Noticias (DyN), A24.com y en la Agencia Télam. Actualmente es jefe de Política en la agencia Noticias Argentinas.