Distinto maternal

“Matate, amor” y sus adaptaciones: al límite del deseo, la maternidad y la locura

La novela de la escritora argentina Ariana Harwicz inspiró una obra de teatro descarnada y ahora la historia llega a la pantalla grande.

por | Nov 4, 2025

Desde las páginas de Matate, amor, la escritora argentina Ariana Harwicz nos lanzó a un abismo de furia, deseo y aislamiento. Publicada en 2012, esta novela escrita en español -traducida al inglés como Die, My Love– se inscribe en el panorama literario actual como uno de esos textos que no se leen tan simplemente como “una historia”: es un cuerpo que se habita, un cuerpo que se resiste, un cuerpo que se explota. 

Ariana Harwicz retoma los materiales más crudos y los convierte en narrativa: la maternidad, la locura larvada, la casa como trampa, el deseo que se vuelve monstruo. En su texto, lo que permanece callado se evidencia de golpe. La novela se ambienta originalmente en la Francia rural, donde una mujer sin nombre -madre joven, atrapada, desplazada- convive con sus demonios interiores.  

Este contexto de “casa-alejamiento”, de aislamiento, de melodrama de lo cotidiano convertido en tormenta, se vuelve el paisaje físico y psíquico del texto. Estamos frente a palabras donde el espacio no es hogar sino todo lo contrario, su espacio es la amplitud del campo que la deja sola y loca. 

La narradora se muda con su marido y su bebé a un hogar nuevo que se promete como quietud o huida. Pero interiormente se ve abrumada por el malestar: la soledad, el hastío, el deseo que no duda en tomar formas violentas o absurdas. El lenguaje de Harwicz es febril: insectos que se matan, deseos que se tornan amenazas, una madre que siente que no pertenece, que podría derrumbarse o explotar. 

La novela argentina que conmovió al mundo entero

El libro habla menos de “cómo ser madre” y más de qué sucede cuando la maternidad se vuelve espejo de lo que se reprime, de lo que se desea ocultar, de lo que grita a través del silencio.

Esta historia reside en el vértigo de lo íntimo, lo corporal, lo que se resiste a ser domesticado. El libro fue aclamado por su intensidad, su apuesta sin reticencias. En su traducción al inglés logró gran eco a nivel mundial: Die, My Love fue finalista del Man Booker International Prize y del Republic of Consciousness Prize, consolidando a Harwicz como una de las voces más poderosas y radicales de la literatura latinoamericana contemporánea.

Las millonarias de Hollywood sintieron el mismo desarreglo emocional de la maternidad porque es universal.

Matate, amor desarma uno de los mitos más sólidos del imaginario colectivo: el de la madre amorosa, incondicional, iluminada por el instinto. Aquí, la maternidad es animal, pero no angelical; es carne, ruido, sudor, pensamientos impuros. La protagonista oscila entre el deseo de amar a su hijo y el impulso de desaparecer. La culpa se mezcla con el placer, la ternura con la rabia.

La maternidad como zona de guerra

La novela fue adaptada a obra de teatro en nuestro amado país. Esta puesta lleva la historia a convertirse en un unipersonal donde el espectador se enfrenta cara a cara con la locura y el deseo. La obra fue (y es) un éxito con funciones agotadas en todo el país, giras nacionales e internacionales. ¿Cómo podría no serlo si la novela es excelente y la protagonista es (me levanto y aplaudo) Érica Rivas?

Lejos de la victimización o la idealización, la obra explora esa fractura con una lucidez brutal. Harwicz escribe desde el cuerpo, y Rivas lo encarna con una entrega que no teme lo feo ni lo contradictorio. En escena, cada gesto, cada respiración, parece una declaración política sobre lo que el patriarcado exige que una mujer calle. 

En el escenario, Érica Rivas arde. Junto a ella, viajamos a la mente de una mujer que, entre el llanto de su hijo, el tedio rural y la promesa del amor familiar, siente cómo su identidad se resquebraja.

Rivas se apropia del texto, muerde las palabras, las escupe, las abraza. La actriz despliega una fisicalidad cruda, una voz que muta entre lo íntimo y lo animal, y un humor feroz que atraviesa la oscuridad. Desde el primer instante, tanto la novela como la obra, se instala en un terreno incómodo: el de la maternidad como territorio de deseo, rechazo, agotamiento y pulsión. 

La puesta de la obra, diseñada por Coca Oderigo y dirigida por Marilú Marini, crea un ecosistema donde lo natural y lo mental se funden. No hay un bosque “afuera”: todo sucede adentro de la protagonista. Las ramas, los sonidos, las sombras y los silencios funcionan como extensiones de su pensamiento.

Marini propone una dirección que no traduce ni explica, sino que deja espacio para el misterio. Rivas entra y sale del personaje, se distancia, se traviste, se multiplica. Hay momentos donde el teatro se desarma a sí mismo —un guiño a la conciencia de artificio—, y otros donde la emoción se vuelve insoportable de tan cercana.

el cuerpo como lenguaje

La presencia escénica de Érica Rivas es eléctrica: hay vulnerabilidad, humor, violencia y ternura. La actriz rompe con la imagen popular construida por años de televisión y vuelve a recordarnos por qué es una de las intérpretes más intensas y lúcidas del teatro argentino.

En su propio cuerpo, Rivas encarna esa incomodidad femenina contemporánea: el cansancio de ser mirada, la necesidad de gritar sin permiso, la tensión entre lo doméstico y lo salvaje. No es un espectáculo complaciente. Su lenguaje fragmentado y poético exige al espectador un compromiso activo: hay que dejarse atravesar por la incomodidad para entender su potencia.

La maternidad, el amor y la extranjería —temas nodales de la novela— se resignifican en la escena como alegorías del cuerpo femenino contemporáneo: el cuerpo que no encaja, que desea y se culpa, que sueña con huir. 

Matate, amor no busca redención ni moraleja. Es una invitación a mirar de frente lo que el discurso social suele esconder: que el amor puede ser violento, que la maternidad puede doler, que el deseo también destruye. En un país donde el teatro sigue siendo un espacio de resistencia, la unión entre Harwicz, Marini y Rivas da lugar a una pieza feroz, poética y profundamente humana. 

LLEGADA AL CINE INTERNACIONAL

Ahora, esperamos la adaptación cinematográfica de la novela argentina. Con Lynne Ramsay (directora de You Were Never Really Here y We Need to Talk Abput Kevin) detrás de cámara y Martin Scorsese como productor. Protagonizada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson, la versión fílmica ya ha generado atención crítica.

«Busqué que fuera realista, humana, espontánea y a veces divertida, capturando los momentos que se sienten pequeños, pero que tienen mucho peso. La película es para todo aquel que alguna vez ha estado en una relación. Hay dolor y belleza en la vulnerabilidad».

En Cannes fue recibida con elogios por la actuación de Lawrence y la dirección de Ramsay, aunque también con preguntas sobre hasta qué punto captura el caos interior que el texto instiga.  

«Cuando vi Matate, amor por primera vez en el Festival de Cannes fue como vivir un flashback de cuando entré al bosque por primera vez en 2011 y perdí la cabeza. Soñé mil veces con el incendio que después filmó Lynne Ramsay. Fui muchas veces Jennifer Lawrence aunque con menos glamour. Era inimaginable que esto ocurriera y ocurrió».

En este sentido, la adaptación no es mera transmisión sino, como sucede muchas veces, una transformación: lo que en la novela latía en lo simbólico y lo corporal, en la película se ve, se oye, se percibe a través de los sentidos. Y al hacerlo, nos invita también a preguntarnos: ¿qué se gana? ¿qué se pierde? ¿qué se transforma?

Leer Matate, amor antes del estreno en cines es entrar al corazón mismo de la historia: una experiencia física y emocional que la película promete amplificar. Entender la escritura de Harwicz, su ritmo, su rabia, su ternura escondida, es prepararse para mirar el film con otra profundidad.

💡 PopCon Tips

Mátate, amor estrena en cines este jueves 6 de noviembre, distribuida en Argentina por BF Paris. Tiene 102 salas de cine en todo el país y está calificada para mayores de 16 años, con una duración de 188 minutos.

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