Desaforado, excéntrico, el actor de las mil caras, el del éxito, la caída y el resurgimiento, el talento innato, el que no para de trabajar, del indie al mainstream y del mainstream al indie, de los premios Oscar al festival de Sitges. Tenés a Nicolas Cage en tu película de horror y tenés que definir cómo lo mostrás.
Suponemos que eso puede haber pensado Oz Perkins, el director que está causando sensación en el cine de terror con Longlegs (2024), una joya inquietante de corte independiente estrenada recién ahora en Argentina y que batió récords de audiencia en el mundo (fue la única en su género capaz de recaudar más de 20 millones de dólares en su primer fin de semana). Era un desafío, entonces, mostrar una nueva versión de un actor tantas veces visto e incluso vilipendiado, carne de memes.
Pero Oz Perkins tomó un camino inesperado y convirtió a Nicolas Cage en otra cosa. Un post humano, o un pre-humano, incluso. Puestos a pensar, cualquiera de las dos variantes sería válida, Una criatura asexual, difícil de encasillar en un género, de rostro deforme, amaneramientos y una vibra amenazante. Una mezcla de David Bowie y Marilyn Manson con el propio Charles Manson. Un ángel demoníaco. Como sea, una receta ideal para este intérprete especialista en disfraces que sin embargo, esta vez, tuvo que contenerse.
Así encontramos a un Cage distinto, en su mejor versión desde Mandy (2018), esa obra apabullante desde lo visual y lo sonoro dirigida por Panos Cosmatos -y también de factoría independiente- que le devolvió al actor la cuota de prestigio que nunca debió perder. Pero lo que en Mandy era una exhalación -en palabras del propio Cosmatos-, con una actuación de su protagonista entregada a la desmesura, el descontrol y hasta fuera de sus propios límites, en Longlegs es todo lo contrario: una inhalación.
Porque Nicolas Cage está escondido detrás de este personaje. ¿Cómo hacerlo y no morir en el intento? El intérprete ejecuta sus actings debajo de kilos de prótesis y maquillaje, se mueve de modo contenido, hasta su voz suena distinta. El esfuerzo por confundirse con otro es evidente, está al alcance de quien quiera advertirlo. No parece él, pero a la vez es él. Y ese es el acierto.
Perkins juega su propio juego a lo largo de la película con la insinuación permanente de la figura del personaje, al que no vemos de manera completa hasta bien avanzado el metraje. De perfil, fuera de foco, detrás de una columna. Estirás la cabeza en la sala a ver si lo enganchás. Aparece y se va. Se asoma y se esconde. Pasa rápido, fugaz. Como un mal sueño. Ni en los tráilers ni en la campaña promocional se lo veía. Pero este ser extraño, su porte, la proxémica con el espectador, su amenaza, es omnipresente en todo el film.
De tan contenido, este personaje funciona también como el reverso diabólico de otra de las interpretaciones de Cage más celebradas en el último tiempo: la del taciturno cocinero retirado Robin “Rob” Feld en Pig (2021), otra gema celebrada en el indie a cargo de Michael Sarnoski.
En ella tenemos a un personaje que decidió hacer del minimalismo un estilo de vida, la única vida posible ante el derrumbe de todo lo demás, algo así como la elección que hace el protagonista de Perfect Days (2023), la última de Wim Wenders: un leve gesto que lo dice todo, una mirada al cielo, una voz apenas audible y a contramano de lo que había sido la marca de estilo en la accidentada carrera de Nicolas Cage.
El escalofriante psicópata de Longlegs podría ser entonces la cara complementaria de esa inexpresividad vista en Pig, su parte malvada. Como en aquella, acá no tenemos al actor dando alaridos; tampoco vocifera ante la cámara ni tiene casi ninguna escena regalada al histrionismo. Más que explosiones, sus intervenciones como rey blanco del terror (no amarillo) son graduales. Y el resto queda en la imaginación del espectador, que tiene que completar las secuencias.
Pero hay un último aspecto que hace de la elección de Cage una apuesta mayor, que la acerca además a lo cósmico, lo intangible, aquello que no se puede tocar ni tiene forma pero se percibe. Porque así es el prestidigitador que el actor compone en esta película.
¿Cómo interpretar algo que no existe?
Una posibilidad, una entre tantas, para entender por qué el personaje villano de Longlegs se ve tan perturbador es que, efectivamente, se trate de la corporización de un trauma. ¿Qué forma tendría un trauma? ¿Qué contornos? ¿Sería así como lo vislumbranos en la pantalla? Este rey del terror no tiene un aspecto definido, ni género, porque los traumas tampoco lo tienen. Los traumas se arrastran, se llevan en el pozo de la mente, en el subsuelo del inconsciente, están ahí aunque parece que no estuvieran.
Si Oz Perkins y el propio Cage se hubieran preguntado “¿cómo representamos un trauma?”, es muy probable que la respuesta haya sido la elaboración de esta criatura que encontramos en pantalla. Blanca como la nieve, de risa atemorizante, de rock y danza coreografiada, de movimientos circenses y arrebatos de autodestrucción. Un Frankenstein de la mente.
Llevada esta propuesta al extremo, el villano Longlegs -porque así se hace llamar- no deja de expresar esa amenaza latente. ¿Qué son, sino, las piernas largas desde la visión de un niño indefenso? La amenaza que sufre la protagonista, la agente del FBI Lee Harker, interpretada por Maika Monroe, y que es la misma que padece cualquiera que haya sido afectado por un trauma. Ese que duerme debajo de la casa, en el sótano, el que te acompaña adonde vayas. Y con el que alguna vez, en la vida adulta, tenés que enfrentarte. El final está enterrado en el principio.
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