Sympathy for the Devil

La Zona de Interés: Un ejercicio repetitivo sobre la banalización del mal

La película del director británico Jonathan Glazer nos presenta una nueva arista del horror Nazi y se perfila como la favorita para llevarse el Oscar a Mejor Película Extranjera.

por | Feb 23, 2024

En un escenario idílico, una familia celebra un picnic. Vuelven a su casa entre risas y celebran el cumpleaños del padre. Como regalo, éste recibe un kayak y los hijos se pelean entre sí para ver quién tendrá el honor de acompañarlo en el primer viaje por el río. Aparece una empleada doméstica para decirles a los chicos que es hora de ir a la escuela y el padre anuncia que él se va a trabajar.  El mayor de los chicos se pone una banda roja con una esvástica antes de salir de la casa y su padre se pone unas botas de caña alta que al volver estarán llenas de sangre.

La Zona de Interés (2023) se centra en la historia de la familia de Rudolf Höss (Christian Friedel), comandante en jefe del campo de concentración y exterminio de Auschwitz en los años del régimen Nazi. Él y su familia comparten una medianera con el campo, por lo que cada momento de sus vidas es acompañado por el sonido de gritos y disparos, y por las noches deben cerrar las ventanas para evitar que el humo de las chimeneas de los crematorios les llene la casa de olor. Los jardineros llevan uniforme de prisioneros y cuando uno de ellos les acerca una bolsa, las chicas de la familia rebuscan entre prendas íntimas para elegir con cuál quedarse, sin ningún remordimiento al saber que pertenecían a mujeres que fueron llevadas a las cámaras de gas.

El ambiente de la película es ciertamente perturbador. Nos enfrenta cara a cara con la absoluta normalización de la violencia y del genocidio, sin mostrarnos ninguna imagen de los campos. El horror de todo lo que ya sabemos sobre el Holocausto es quizás eclipsado por el horror que despierta la frialdad de la familia Höss. Y, sobre todo, la de su esposa, Hedwig, interpretada por la candidata al Oscar Sandra Hüller, que este año metió doblete y protagonizó también Anatomía de una Caída. Hedwig ha creado en esa casa un paraíso, el resultado de todos sus sueños.

Cuando encuentra un labial en el bolsillo de un tapado de piel que le traen del campo, se apresura a probárselo y guardarlo entre sus cosas, cuando sus amigas le cuenta que encontraron diamantes escondidos en una pasta dental se ríe del ingenio de las judías. Y cuando su esposo es transferido, ella se niega a irse. Esa es su casa, su sueño hecho realidad. Los disparos, los gritos y el humo no pueden empañar la felicidad del hogar que ha creado con su hermoso jardín y su numerosa servidumbre. A diferencia de otros miembros de la familia, como su madre y una de sus hijas, no expresa ningún malestar ante la situación en la que vive, es más, se resiste a abandonarla.

La banalización del mal

La Zona de Interés produce el efecto deseado porque logra construir esta atmósfera densa, cargada de significaciones sin tener que mostrar imágenes de violencia ni usar lugares comunes del cine sobre el Holocausto. Deshumaniza por completo a Höss y su familia, mostrándonos una imagen de la maldad que va más allá del sadismo de personajes como Hans Landa (Christoph Waltz) de Bastardos sin Gloria (2009), por nombrar un ejemplo. Los Nazis de La Zona de Interés no necesitan hacer grandes declaraciones de lealtad al Führer ni discutir tropos antisemitas, su lugar en el genocidio es suficiente prueba de su adhesión a la causa.

El director Jonathan Glazer incorpora elementos experimentales y escenas en blanco y negro filmadas con una cámara de visión nocturna, en las que una niña aparece juntando manzanas en la noche. En ellas, la inquietante música que suena sobre una escena que parece más bien inocente corta la idílica narrativa de los Höss con el recuerdo de la tragedia que estaba ocurriendo no solo en su patio, sino también en bosques, guetos y ciudades en toda Europa. 

El mensaje de la película está claro: los Nazis eran tan malos que podían llevar vidas completamente normales a una pared de distancia de Auschwitz. Eran tan retorcidos que podían dejar sus botas sucias de sangre en la puerta de su casa e ir a cenar con sus familias sin volver a pensar en su trabajo hasta el día siguiente. Pero el problema de la película es que para la primera mitad, ya logró dejar en claro su punto y a partir de ese momento, no hace más que repetirse a sí misma, exprimiendo el sentimiento de extrañeza e incomodidad en el espectador. Probablemente, su mérito más grande sea el de mostrar una faceta del Holocausto que, si bien puede estar implícita en otras producciones, nunca antes había sido tan clara y efectivamente presentada para el público general.

Sin embargo, el argumento se pierde un poco al poner a Rudolph Höss en el centro, en lugar de su esposa. Rudolph es la definición de lo que Hannah Arendt definió como la “banalización del mal” en sus conclusiones sobre el juicio a Eichmann en 1961. Puede decirse que se ha vuelto indolente por su carácter de trabajador de la maquinaria Nazi; la búsqueda de la productividad de las cámaras de gas eclipsa cualquier posibilidad de remordimiento en su mente. Hedwig no tiene esa excusa. Ella sabe muy bien el costo que tiene su paraíso y está dispuesta a dejar que otros lo paguen. Puede parecer una simple espectadora que hace la vista gorda, pero al mirar de nuevo queda descubierta como lo que es: una perpetradora.

La favorita

Es difícil explicar las cinco nominaciones al Oscar de La Zona de Interés (Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Adaptado, Mejor Película en Idioma Extranjero y Mejor Sonido) sin tener por lo menos algunas sospechas sobre la fascinación (por no decir el morbo) que despiertan las narrativas sobre el Holocausto en críticos y el público en general. Resulta útil hacer uso del término Holo-kitsch, creado por el autor Art Spiegelman, escritor del clásico cómic sobre el Holocausto Maus, para explorar la sobreexplotación -y consiguiente banalización- de la tragedia judía más grande de la historia.

En sus planos finales, la película parece preguntarse si esta misma exposición constante a los detalles escabrosos de Auschwitz y otros campos de concentración no es parte de la pérdida de sensibilidad o incluso consciencia del pasado. En una época en la que -según diversos estudios- importantes sectores de la población mundial no saben qué es Auschwitz y en la que más de un líder político niega abiertamente la mera existencia del Holocausto, podríamos argumentar que hablar sobre el régimen Nazi es más importante que nunca, aunque se sienta como un grito al vacío. En ese sentido, La Zona de Interés definitivamente se destaca por su modo tan particular de narrar el horror, pero se queda en el efecto voyeurístico y, una vez pasada la impresión inicial, nos deja con gusto a poco.

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