Cuando Paul B. Preciado publicó la crónica en la que documentaba la transformación de su cuerpo a través de la testosterona, en Texto Yonki (2008) desarrolló un paralelo a la teoría de Foucalt respecto a las sociedades disciplinadas.
Ahí marcaba que el filósofo tenía un vacío, obviando la desigualdad que experimentan los distintos géneros dentro de la sociedad de control. Introduciendo el término farmacopornografía, Preciado habla de otro tipo de régimen en donde los cuerpos son controlados desde el entorno sociocultural.
Ejemplo de esto es la aparición de la píldora anticonceptiva, enfocada en solo afectar hormonalmente a las mujeres cis y rompiendo con la inevitable potencialidad que había entre sexo y la maternidad. De la misma forma, explicaba cómo la industria estética dictó que las mujeres históricamente transformaran sus cuerpos, erradicando vello o grasa, cambios estéticos dedicados a encajar en el rol asignado por el sistema.
Los cuerpos y el deseo se convierten así en modelos de rentabilidad acordes al lado más exitoso de la industria del entretenimiento, que -en menor o mayor medida- comercializa con el sexo.
Considerado el trabajo más rentable del mundo así como el más accesible, todo quien tenga una conexión de internet puede realizarlo, pero depende de un receptor para que ese deseo no quede obsoleto. Así como la pornografía explícita, opera en una estrategia de excitación/frustración que alienta el retorno a la mercancía.
La sustancia (2024) es un ejemplo perfecto de algunos de los puntos que toca la teoría de Preciado, en donde la edad y el supuesto desgaste corporal no tienen piedad sobre estas mujeres, dictaminando los caminos y el final prematuro de sus aspiraciones, así como el menosprecio de los logros de una vida.
Los cuerpos se marchitan y caducamos prematuramente al no poder funcionar ya como engranaje de la máquina.
El ocaso
Elisabeth Sparkle (Demi Moore) fue una estrella. Relegada ahora a un programa matutino de ejercicios aeróbicos, su representante (Dennis Quaid) le informa que por mucho que la empresa la aprecia, su último cumpleaños dictó el fin de su carrera.
Devastada, la vemos enfrentando un espejo que ilustra todo lo que el mundo considera son imperfecciones. Pero un encuentro fortuito hace que le llegue un pendrive, un mensaje entregado de mano en mano en donde una misteriosa organización le promete la capacidad de dividir a Elisabeth y a su tiempo, brindándole una versión más joven y perfecta de ella.
Esto lleva a lo que podríamos llamar un brutal y doloroso nacimiento inverso, que como resultado presenta a Sue (Margaret Qualley), la personificación de la juvenil y poderosa ambición. Pero lo que el anónimo doctor Frankenstein al otro lado del teléfono les advierte es sumamente importante: ambas son una y no deben olvidarlo.
La premisa es simple, enfocándose en la presión social que dicta que las mujeres no deben envejecer y mantenerse dentro de los márgenes de los cánones de belleza si quieren sentirse relevantes y validadas por su entorno.
El peso dramático carga más fuertemente sobre una Moore que brilla y está a la altura de lo que le demanda el personaje. Con Elisabeth queda expuesta a una vulnerabilidad un tanto metalingüística, así como a una obsesión que recuerda un tanto a la trágica historia del personaje de Ellen Burstyn en Requiem por un sueño (2000).
Pero en este caso, su personaje se niega completamente a ser una víctima, luchando hasta las últimas consecuencias contra el tiempo, el olvido y hasta sí misma. No importa el peligro que suponga esta sustancia desconocida que introduce en su organismo o que Sue sea poco más que un avatar.
Hay una adictiva satisfacción tan simbólica como frustrante que calza a la perfección con la teoría de Preciado. Como si de una cuestión de supervivencia se tratase, Elisabeth se aferra a esta dependencia autodestructiva, identificando las cualidades y victorias de Sue como algo vagamente propio.
Mi cuerpo, mi decisión
Por predecible que la propuesta parezca a simple vista, la película dirigida y escrita por Coralie Fargeat (Revenge) no tarda en atrapar y demostrar el por qué fue galardonada con el premio a mejor guion en el Festival de Cine de Cannes en este 2024.
Lo primero a destacar de su visión es la marcada estilística que utiliza para dividir al mundo entre un sórdido espacio privado y aquella mirada dinámica, saturada en colores y demandante del afuera. Es una separación tan definida como aquella entre sus dos protagonistas, un dúo casi parasitario en su relación antagónica pero al mismo tiempo por completo codependiente.
Mientras que la cámara no teme mostrar a Moore de una manera natural y sobria, la figura de una mujer de sesenta años es representada como en decadencia mientras su mundo se empequeñece, siendo expulsada del universo del entretenimiento y abandonada por sus mecanismos de poder.
Por el contrario, Sue está rodeada de colores vibrantes, cada una de sus escenas filmadas como si de una publicidad se tratase. Con continuos primero planos enfocados en su trasero, Fargeat nos deja en claro su intención: la industria no solo reduce a Sue a un culo firme, sino que la objetualiza y convierte en poco más que un producto de consumo.
Hace su aparición ahí lo que llamamos el male gaze, la representación de los cuerpos femeninos adaptados a la mirada masculina. Fargeat usa el recurso exageradamente, pero con eficacia, haciendo que nos sintamos incómodamente cómplices respecto a cómo nos relacionamos con estas imágenes.
Como si Cronenberg hubiese dirigido una retorcida versión de La muerte le sienta bien (1992), este espectáculo de bio-transmutaciones logra que el público se contorsione incómodamente en la butaca, gracias al uso principalmente de efectos prácticos y un grotesco trabajo de prótesis.
Pero más allá del peso que recae sobre la desagradable manipulación de la carne, la película sorprende en la forma en que utiliza un crudo sentido del humor para llegar a lugares insospechados.
El clímax resulta tan explosivo como a la altura de un conflicto que escala hasta límites delirantes, tan exagerados como satisfactoriamente sangrientos. Monstruosa y cruda pero igualmente elegante, La sustancia se convierte en uno de los grandes títulos de este año, tan trágica como catártica en su poderosa critica social.
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