Andrea (Luana Giuliani), un adolescente, mira embelesado la pantalla en blanco y negro de la TV. Siluetas difusas de una orquesta interpretan la melodía del tema de Love Story (aquel clásico en el que debutaron Ryan O’Neal y Ali McGraw). En el centro del escenario, la legendaria Patty Bravo entona una -como es costumbre en el pop italiano, muy libre- versión de la letra que grabó por primera vez Andy Williams. Andrea se conmueve con la potencia de esa voz: admira su fuerza, su independencia. En Patty Bravo, ve a alguien que expresa, ni más ni menos, su verdadero ser. En la vida cotidiana de Andrea, eso es imposible: ni siquiera consigue que dejen de llamarlo Adriana, el nombre de mujer que se le dio al nacer.
Por supuesto, lo que ya es complejo hoy en día -el punto de vista desde el cual Emanuele Crialese escribe y filma, sin por eso falsificar las dinámicas de la época que está abordando- es, en la Roma de los 70’, aún más complejo. El deseo de Adri/Andrea se juzga como capricho, tanto por su hermano Gino (Patrizio Francioni) como por su gélido padre, Felice (Vincenzo Amato). A la familia la completan Diana, la hermana (María Chiara Goretti) y su única confidente: la madre, Clara (Penélope Cruz).
La inmensidad (L’immensità, 2022) es, al igual que ese clásico de 1970, una historia de amor. También es una historia sobre la fascinación (que viene, tantas veces, de la mano del amor). A ese lugar común de la devoción (católica, apostólica) del italiano por la madre, Crialese lo toma y lo subvierte: por un lado, encarna esa fascinación tradicionalmente masculina en una niña que reza para ser niño; por otro, elige para representar esa figura materna tan italiana a la más española de las divas del cine.
No soy el primero ni el último en comparar a Penélope Cruz con esa otra diva, acaso sinónimo de Italia en el cine: Sophia Loren. Aquí, la referencia resulta más ineludible y explícita que nunca. Cruz podría estar encarnando el mismo personaje de Loren en Una giornata particolare (1977), mayúscula película de Ettore Scola, y una de mis favoritas personales: la madre esforzada, sufrida, casi resignada que, milagrosamente, todavía guarda algo de luz en su interior a pesar del mundo tan amargo que le toca vivir.
Ambas actrices tienen el talento de matizar la representación de un sufrimiento casi insoportable con la calidez y hondura de un espíritu irreductible. Si Antonietta (el personaje de Loren en Una giornata particolare) padecía la cruel indiferencia de un marido alineado con las filas del fascismo mussoliniano, los padecimientos de Clara son, en apariencia, menos políticos.
En ambos casos, el rescate viene de la mano de personajes queer, que vienen a hacerlas cómplices de su paso por el mundo y a cambiar su perspectiva frente a los esquematismos de la vida a la cual parecen confinadas. En Una giornata particolare era Gabriele (Marcello Mastroianni), un opositor al régimen fascista que huía hacia un lugar donde vivir su homosexualidad más libremente; en La inmensidad es Adri/Andrea, que no sólo pone en jaque al autoritarismo del padre, sino a la concepción misma del género.
Para Adri/Andrea, el margen de evasión es más acotado que para el Gabriele de Mastroianni, pero no por eso menos poderoso. La pantalla de la TV se convierte en un espacio casi mitológico en el cual desfila, junto a Patty Bravo y Raffaella Carrà, su propia madre. Si la peluca rubia, los bailarines y las plataformas siempre fueron un entorno inevitable para que Penélope Cruz se luciera; Crialese lo hace realidad eludiendo todo gesto kitsch, elevando a la actriz al estatus de aquellas divas y reconociéndolas como oráculos de una revolución íntima, imparable y festiva.
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