El destino en tus manos

Good Will Hunting: a 25 años de la inspiradora película de Gus Van Sant

Con guion de Ben Affleck y Matt Damon, el largometraje se sigue manteniendo inoxidable al paso del tiempo y en esta nota te contamos por qué.

por | Nov 11, 2022

Good Will Hunting: a 25 años de la inspiradora película de Gus Van Sant

No es secreto que las películas ingresan a nuestras vidas y siempre encuentran la manera de volver cuando más las necesitamos, e incluso cuando menos las estamos esperando. A veces, un monólogo, una secuencia, una frase, o vestigios de un fotograma que creíamos olvidado tienen la fortaleza (ciertamente mágica) para regresar y recordarnos que nunca se fueron del todo, que son parte constitutiva de nuestro ADN. En el fragor por analizar desde una postura más sesuda, se nos pierde aquello que tiene que ver con la conquista y reconquista, con esa inmediata primera impresión y con aquella que va mutando indefectiblemente, con el efecto que tienen (y seguirán teniendo) sobre nosotros. Cuando la cotidianidad nos azota con lo más ineludible, uno de los refugios que hallamos son las películas, lo que es curioso, porque en infinitas ocasiones se las describe como una vía de escape.

En mi caso, siempre las sentí, al menos a esos exponentes trashumantes, como algo de lo que aferrarse para múltiples fines. Depende de nuestra situación, una cita nos ayuda a hacer catarsis, otra amplifica la mirada y otra nos recuerda nuestra esencia. En lo convulsionado, en un mundo indetenible, una escena que retorna para tomarnos desprevenidos es la mejor ancla. Con ese cine que siempre está volvemos a nuestra esencia cuando creíamos que todo estaba perdido. Eso nos mantiene a flote. Eso nos salva. Eso nos hace citar guiones no como un ejercicio canchero sino como algo mucho más profundo. Al hacerlo, estamos revelándonos, dejando una puerta abierta para que nos conozcan. El cine, así, también tiene la capacidad de desnudarnos.

Una de esas películas que me define es Good Will Hunting (1997) de Gus Van Sant. En primera instancia, define a la persona que era cuando la vi por primera vez en mi adolescencia, cuando precisamente el cine y la literatura eran mi lugar seguro (de nuevo, no el escape, el sostén) y sabía que ese lazo iba a ser inquebrantable. Recuerdo la imagen del psicólogo Sean Maguire (Robin Williams) sentado en el banco de ese parque proponiéndole a Will Hunting (Matt Damon) no abandonar sus sesiones con un abordaje tan poco convencional como hermoso. Ese chico de Boston -quien conecta con Sean por sus orígenes- se rebela ante la terapia y es por eso que Maguire lo conduce a un lugar vasto, al aire libre, la antítesis de lo que él presupone es el confinamiento.

A esa edad no pensaba tanto en esas aristas, pero sí resonó el mensaje del monólogo que cierra con “Your move, chief”, ese “no sabés nada sobre la pérdida, porque eso ocurre cuando amás a alguien más de lo que te amás a ti mismo”, y la columna vertebral de todo: no es posible conocer cabalmente a una persona a menos que estés dispuesto a una entrega sin prejuicios, sin nomenclaturas. Will viajó toda su vida a través de los libros porque siempre tuvo temor a salir de su burbuja, a enfrentarse a sus vulnerabilides, a sus temores, pero también a todo aquello que podía provocarle placer (la culpa juega un rol clave en sus impedimentos). Sean intenta, en ese instante definitorio, que no confunda los viajes. Que no confunda lo que le produjo Oliver Twist con lo que él mismo padeció como chico huérfano. En términos llanos: que el camino recorrido es justamente eso, el transitar, el no eludir el dolor. El sentir, más allá de todo. El resultado es lo de menos.

Good Will Hunting: a 25 años de la inspiradora película de Gus Van Sant

Mi yo adolescente comprendió, al menos así lo evoco (aunque me es imposible ser una fiel narradora), que Good Will Hunting, gracias a ese guion tan extraordinario escrito por Damon junto a Ben Affleck, era una película que le daba pelea al cinismo. Había tanto de verdad en ella, tanta inspiración vertida, que era evidente que lo autorreferencial había impregnado lo que se puso en papel. Luego, con el paso del tiempo, leí que el cuadro que Sean tiene en su oficina lo había pintado el propio Van Sant (quien ahora dedica su tiempo a la pintura y no tanto al cine), que la hermandad entre Damon y Affleck y el conocimiento del primero de lo que significaba ser un “southie” le habían dado otra tesitura a sus personajes, que la frase final la improvisó Williams, y que Elliott Smith había compuesto “Miss Misery” especialmente para la película. Lo supe después porque, también así lo creo fervientemente, ciertas cosas están destinadas a encontrarnos en el instante justo.

No fue hasta que alguien me grabó un cassette con canciones de Smith que supe que éstas no iban a abandonarme nunca. Ellas, también, fueron mi salvación. Lo recuerdo parado sobre el escenario, en la entrega de los Oscars, con su traje blanco y su guitarra y pensaba en el poder que había en esa imagen. Un hombre solo (como tantas veces se sentía) dándonos lo más preciado, un tema muy personal interpretado ante la audiencia más alejada a su microcosmos. Elliott, en esa noche tan atípica para su vida, era un foráneo como el propio Will cuando, por su genio para las matemáticas, querían encontrarle un trabajo en grandes empresas y él tenía otras ambiciones que nadie estaba dispuesto a escuchar, salvo Sean.

Un camino abierto, infinitas posibilidades

Cuando Smith murió el 21 de octubre de 2003, Good Will Hunting volvió a asaltarme (lo mismo cuando murió Williams). Empecé a reverla más seguido, y me detuve, esa vez, en otra imagen poderosa: Will yendo en auto a buscar a Skylar (Minnie Driver) mientras los primeros acordes de “Miss Misery” se adueñan de la secuencia. El protagonista finalmente advierte que, como su mejor amigo Chuckie (Affleck) le dijo, era momento de cobrar el boleto de lotería. Van Sant nunca comprendió por qué, más allá de la nota que Will le deja a Sean donde queda asentado su próximo paso, la audiencia pensó que su película concluía con “un chico que se reencontrará con la chica”. Para él, hay una ambigüedad desde el instante en que ese auto se mantiene en movimiento y no se detiene en ningún sitio. En esa declaración también encontré verdad, algo genuino: Good Will Hunting es la historia de ese joven a la deriva que empieza a descubrir qué es lo que quiere para sí mismo.

Y llegamos a 2022. Good Will Hunting regresó no solo porque quise escribir este texto, o porque la agenda me marca que se cumplen 25 años de su estreno. Good Will Hunting regresó porque me encuentro, como muchos, perdida en la vorágine cotidiana y en esta ocasión apareció la voz de Chuckie diciéndome que debo aprehender las posibilidades, que hay algo más grande allí afuera, y que valore esos segundos que nos dan felicidad. Para él, es el instante en que baja del auto y golpea la puerta de la casa de Will y espera no encontrarlo. Me pregunto si todos tenemos esos segundos donde el tiempo se suspende y no hay nada más que disfrute hasta que nos avasalla el día a día. Eso tienen también las películas: nos detienen, nos ubican en un momento en el que no hay espacio para las dudas sino para esbozar nuestro destino.

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Milagros Amondaray

Más de 20 años de experiencia en crítica de cine y TV, redacción y edición editorial en medios digitales e impresos.

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