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“El Exorcista: Creyentes” de David Gordon Green: Una imitación de una obra de arte

Estrena en cines la “recuela” que intenta rescatar el espíritu subversivo de la original, pero no logra recrear su profunda concepción sobre el mal.

por | Oct 5, 2023

Si algo distinguió a The Exorcist (1973) de William Friedkin de cualquier otra película de terror estrenada antes o después, es su capacidad para asustar. Hacerlo, incluso, aprovechando escenas que se acercaban peligrosamente al abuso infantil para crear un ambiente de terror desconocido para la época.

En la década de los setenta, el género venía de las exageraciones pictóricas y barrocas de Dario Argento, que llevó al Giallo a un nuevo nivel de belleza y violencia. Incluso de Mario Bava, con sus primeros planos estáticos y su despliegue de sangre derramada. 

Pero The Exorcist era algo más. Elegante, bien filmada, con un guion escrito por William Peter Blatty, autor de la novela original, la cinta avanzaba en penumbras repulsivas y también, levemente escandalosas. El argumento incluía desde blasfemias, actos de profanación a plena cámara hasta la degradación de una niña pequeña en escenas que, por la época, no tenían parangón.

Regan (Linda Blair), no solo era poseída por un demonio. Además, su cuerpo era utilizado en una especie de experimento macabro que pervertía su inocencia virginal pre púber. La cinta rebasó límites, se volvió incómoda, aterrorizó a los adolescentes amantes del género de terror, pero también a sus padres. A cuatro décadas de distancia, todavía la obra de Friedkin, sigue encabezando la lista de los largometrajes que realmente son capaces de asustar.

Por ese motivo, su supuesto reboot/secuela The Exorcist: Believer (2023) de David Gordon Green, parece no solo descafeinada, sino que sencillamente carece de impacto o de algo más, que ser una cuidadosa imitación de una producción fundacional. A pesar de los esfuerzos del director — responsable de la fallida nueva trilogía Halloween—, la película cumple con los mínimos requisitos para resultar de interés.

Eso, a pesar de los esfuerzos de la producción por crear un nuevo hito del horror. Hay un exorcismo cruento, no una sino dos niñas poseídas e incluso, la participación de la maravillosa Ellen Burstyn, de nuevo Chris MacNeil. En apariencia, únicamente para recordar que, alguna vez, el caso de su hija en la ficción provocó pesadillas, terrores nocturnos y redefinió el miedo cinematográfico desde sus cimientos. 

Solo que The Exorcist: Believer es una mediocre copia de una historia mucho más comprometida por profundizar en el concepto del mal y lo sobrenatural. Aún peor, cuando su percepción acerca del tema sea repetir escenas, tropos y convenciones erosionados luego de cuarenta años de utilizarse películas tras película. La obra de Green se queda a medias, justo por intentar sorprender con trucos conocidos y genéricos. Como si se tratara de un reflejo de las discusiones culturales de nuestra época, la película sabe a poco, innova menos y se hace cada vez más tediosa a medida que es evidente que es incapaz de trazar una línea propia. 

Una visión tibia del mal

De hecho, lo que desconcierta de la cinta, es lo inocua que resulta. Lo fácil de digerir, lo poco convincente que es en sus rígidos valores contemporáneos y la evidente limitación que ejerce sobre ella la autocensura. Con un guion sensiblero, basado en una especie de reflexión acerca de la bondad inalcanzable y la búsqueda de la redención, es incapaz de rendir el tributo que pretende a un argumento que, ya en los años’70, resultó anárquico.

¿Cómo puede competir la película de Green, para quien la blasfemia es una niña que grita en el pasillo de una iglesia, con Regan masturbándose frente a la pantalla y riéndose a carcajadas con el rostro bañado en sangre? 

Green parece incapaz de lograr el terror por el mero hecho de que no comprende en qué consiste. O al menos, lo que hizo que The Exorcist resultara inquietante y permaneciera como una idea con el espectador, una vez este salía de la sala. Además del tema y de inquietante versión sobre un crimen sobrenatural — que es lo es, a grandes rasgos, una posesión — la película de Friedkin también desafiaba lo moral y lo ético. Lo corriente y la consciencia acerca de lo que creemos o no.

Linda Blair

La cinta no comenzaba con asumir que el ataque de una entidad invisible podía ocurrir, sino que daba por supuesto que no era posible. Lo paranormal, el reino de lo invisible y lo diabólico, se encontraba lejos del mundo en que vivía Chris y Regan. Lo que hacía que la búsqueda de una madre angustiada por una respuesta acerca de lo que le sucedía a su hija — científica o divina — se hiciera cada vez más angustiosa. 

En el argumento, lo corriente se subvertía. Se convertía en una sucesión de horrores diminutos hasta la gran apoteosis final de la niña que vomitaba al rostro de sacerdotes o levitaba sobre la cama. Pero antes de eso, Regan había llorado y suplicado ayuda, atravesado dolorosos procedimientos médicos. Todo para que, finalmente, un psiquiatra apuntara que un exorcismo podía ser una cura de choque psiquiátrica para un brote psicótico inclasificable. En otras palabras, el mal nunca terminaba de definirse, ni, tampoco, de ser parte de la realidad tangible.

Una decepción que se convertirá en trilogía 

Algo que ocurre de inmediato en esta nueva película. Victor Fielding (Leslie Odom Jr.), es un viudo que cuida a solas de su hija Angela (Lidya Jewett), nacida en condiciones violentas. La película predispone al espectador para asumir que el mal y el bien, son una lucha que va más allá de lo humano y cualquier acto de redención. Existe como parte de una esfera de conocimiento que sobrepasa a la humana. Por lo que cualquier método que se utilice para comprenderlo, es inútil de origen. 

Por lo que esa concepción, es la que prima cuando Angela y su amiga, Katherine (Olivia O’Neill), desaparecen por el bosque en medio de una situación poco clara. Lo siguiente que ocurre es que ambas resultan poseídas en una especie de evento sobrenatural sincronizado. Que, además, permite a la película profundizar en el socorrido tópico de lo científico en contra de lo inexplicable. 

No obstante, no hay ninguna profundidad en el hecho de presencias demoníacas que irrumpen en la vida cotidiana. El guion es exceso flojo, blando y sin sentido como para brindar corporeidad a un fenómeno violento capaz de usar a dos niñas para catalizarse. Al final, el gran mensaje de la película de Green, es tan simple como deprimente. El cine de terror debe ajustarse a una nueva moral y tratar de enviar sus mensajes desde ese punto lúgubre y poco intrigante. Un retroceso considerable en la forma de expresar los terrenos de lo incómodo que en The Exorcist: Believer condena a la película no ser otra cosa que un producto secundario que se olvida muy pronto.

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