– ¿Fanny? Sos vos?
La película va al grano desde su primer diálogo, la primera línea de guion, y no hay dudas de que estamos ante una nueva historia de Woody Allen: un matrimonio típico de la clase acomodada de París absorbido por la monotonía que de golpe es sacudido en sus cimientos por una inesperada presencia del pasado. De ahí al triángulo amoroso, la red de mentiras, el juego desenfrenado de la pasión y el crimen. Un cóctel conocido en la obra del autor, que desde Crímenes y Pecados (1989) viene explorando la imposibilidad de concretar el crimen perfecto.
Pero, justamente, lo que en aquella película era abordado de forma lúdica y bajo el paño de la comedia pasó a convertirse en este último tramo de su extensa filmografía en un tratado filosófico sobre la culpa. Así lo mostró en Match Point (2005), uno de los films más celebrados de su última etapa, y en esta nueva ocasión, Coup de Chance (Golpe de Suerte, 2023), donde el director vuelve a jugar con elementos típicos de su narrativa como la suerte, el azar y la necesidad (inútil) de pretender controlarlo todo.
Esta nueva película de Woody Allen, la número 50 de su obra, contiene los temas espirituales de siempre, de los que a esta altura podemos decir que componen una misma y larga conversación sobre la buena fortuna, el destino, el libre albedrío y el lugar del arte. No por nada los dos personajes masculinos enfrentados en el triángulo amoroso representan las posturas antagónicas: uno cree solo en el cosmos y el azar como ejes ordenadores y el otro está convencido de que a la suerte se la provoca porque todo está en las propias manos.
Un planteo simple en sus formas pero que Woody Allen arrastra desde sus primeras películas “dramáticas” y con el que, además, supo mantener en vilo a lo largo de todos estos años a cualquier espectador atento a su obra. Un público que además ya se convirtió, a tono con el reloj biológico del autor, en un colectivo de la tercera edad. Ya volveremos sobre eso.
El ping pong de siempre
Apalancado en ese debate, el film se mueve tanto en los contornos como en el contenido de la obra reciente del autor de Manhattan: crímenes imperceptibles de personajes inclasificables, con la belleza y equidistancia de las ciudades europeas (y el jazz) como telón de fondo. Aunque no hay mucho acá de la París festiva y nostálgica de Medianoche en París (2011); más bien vislumbramos una ciudad que mira con ojos impertérritos el desarrollo del drama.
También se posa sobre otro tópico permanente en su discurso y es el lugar del arte, en este caso llevado al punto de ser portadora de la verdad, la única verdad posible. El arte es lo que nos hará desentrañar un misterio, ya sea un crimen o el misterio de la existencia, y a fin de cuentas eso es lo que nos hará libres. ¿Libertad para qué? Para decidir qué hacer con nuestras vidas. Como si Woody Allen, de 88 años, estuviera preocupado, aunque jamás lo admitiría, por dejar una especie de legado con estas películas, de las que nunca sabemos cuál va a ser la última.
Así, los resultados pueden ser más o menos satisfactorios, estar más o menos parejos con el resto de la obra, mostrar más o menos señales de agotamiento en un director que ya confesó que hace películas porque “no tiene otra cosa que hacer”, pero de lo que no hay dudas es que detrás de la puesta en escena de estas últimas entregas hay un autor persiguiendo los temas de su vida. Un artista que caló hondo en una generación, a juzgar por el amplio número de adultos mayores que, solos o en pareja, conformes con el plan de fin de semana, llenaron durante todos estos días las salas de Argentina para ver Coup de Chance.
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