La sensibilidad de Close (2022), la segunda película de Lukas Dhont tras su auspiciosa ópera prima, Girl (2018), salta de la pantalla, toma por asalto, aprehende con la fuerza de un abrazo inquebrantable. El realizador belga se propuso poner el foco en varios puntos de su coming of age nominado al Oscar y ganador en Cannes, estrenado primero en salas comerciales y, a partir de este mes, disponible en la plataforma de streaming, MUBI.
En primer lugar, hay una búsqueda de un retrato intimista de una amistad inmaculada, genuina y conmovedora entre Léo (Eden Dambrine) y Rémi (Gustav De Waele), dos niños de 13 años que viven en la zona rural de Bélgica y se divierten con juegos triviales -como aquel que abre la película-, pero también se hacen espacio, sin saber todavía los motivos, para entablar charlas profundas y sentidas, esas en las cuales Rémi puede poner en palabras sus temores, esos fantasmas que cada tanto resurgen para atentar contra su vitalidad.
Sin caer en golpes bajos, Dhont también registra esa batalla del niño contra lo que parece ser un cuadro depresivo (es importante hacer hincapié en cómo Close evade las nomenclaturas, acaso su mayor acierto) que se agudiza cuando su mejor amigo se distancia de él al comenzar el año escolar. El distanciamiento empieza a teñir al largometraje de una angustia que percibimos en la mirada de Rémi, quien intenta encontrar una explicación a ese paulatino alejamiento de Léo.
La exploración de la amistad entre dos niños en sus años formativos no es una temática recurrente y Dhont quiso abordarla con todos sus grises, entre ellos, los pormenores de la conexión entre los protagonistas y los miedos que conducen a uno a interrumpir el vínculo con el otro.
El deber ser
El título del largometraje podemos leerlo con dos acepciones narrativas y una formal. En el primer caso, Dhont muestra esa amistad como algo vital para ambos niños, quienes también hallan en sus respectivas familias un espacio de descanso de sus propios universos, un modo de integrarse a otros escenarios, de abrirse, de estar en constante expansión (el arte, en este punto, cobra un importante rol). En segundo lugar, es Léo quien siente cerca a su amigo, aunque no esté siempre a su lado, como si se tratara de una figura omnipresente de la que no puede -ni quiere- huir.
Desde el punto de vista formal, Dhont, al igual que en Girl (2018) se aproxima a sus figuras con primeros planos y confía en la expresividad extraordinaria que éstas tienen, especialmente esos dos niños, quienes brindan interpretaciones sin afectaciones, de una naturalidad abrumadora. De este modo, Close (2022) se convierte en una obra inmersiva reminiscente a algunos trabajos de Xavier Dolan, pero mucho más depurada, con la belleza del campo de flores de la familia de Léo contrastando con episodios de bullying que se sucitan en el ámbito escolar.
Un silencio ensordecedor
Léo, como forma de autopreservación, busca eludir los comentarios sobre su orientación sexual y se adentra en el mundo de aquellos que lo amedrentan tanto a él como a su mejor amigo. Para ello, hace lo que se supone que debe hacer: juntarse con la gente “correcta”, jugar al hockey, mostrarse seguro, entero. Rémi, en cambio, es pura vulnerabilidad, todo lo que le sucede interiormente es expulsado de manera irremediable, la principal diferencia con ese niño que, por mucho tiempo, fue su aliado en cada instante. Esa vulnerabilidad de Rémi también atraviesa todo el relato, al punto tal de que Close (2022) es propulsada por secuencias frugales en la que se concentran hechos clave.
A veces, no es necesario hablar. A veces, el silencio ensordece. Dhont va desarmando al espectador con cada mirada de tristeza, de culpa, de amor, y lo hace con una cadencia tan particular que, cuando la historia concluye, el tiempo parece quedar suspendido, como si hubiera un relato más por registrar, como si el adiós no fuera definitivo.
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