Cuando Bridgerton estrenó el día de Navidad de 2020, rápidamente se convirtió en una sensación. Quizás por la necesidad de comfort tras un año de pandemia, quizás por la polémica generada por la inclusión de personajes de color en la aristocracia inglesa de 1813 o quizás -afrontémoslo, muy probablemente- por su alto contenido sexual, la serie se catapultó al número uno en las listas de más vistos de Netflix.
A primera vista, el éxito de Bridgerton (2020-) podría no resultar sorprendente si se toman en cuenta las hordas de fans que la saga escrita por Julia Quinn ya había amasado en su formato literario. Pero lo revolucionario de la serie televisiva es dar el salto de la popularidad en Romancelandia (como se autodenomina al fandom de las novelas románticas) para traer el erotismo centrado en la mirada femenina al éxito mainstream.
La literatura romántica, también conocida como novela rosa o “chick lit”, es la antecesora directa de las chick flicks que todas veneramos. Como las chick flick, han sido objeto de burlas y crítica. Menospreciadas por su uso de fórmulas y tropos, por su foco en el amor romántico y por su afición a los finales felices, la literatura romántica ha sufrido los embates un canon machista, en que el deseo y el placer femenino no parecían tener lugar; pero también de ciertos feminismos que buscan desestimar todo aquello tradicionalmente asociado a la mujer, desde el color rosa al glitter y las princesas.
Ese feminismo que, en su afán por probar que no es “como las otras chicas” no exhibe más que una forma recauchutada de misoginia. Tras superar los mismos obstáculos, las novelas románticas -como las chick flicks, han demostrado ser productos capaces de romper los límites de su supuesta demográfica y convertirse en producciones de culto, creadoras de estrellas y formadoras de identidad.
La erótica de la representación
El logro más importante de la novela romántica es ser una literatura escrita por mujeres, para mujeres y con mujeres en el centro de su narrativa. En 2022, cuando parece que ser feminista en la televisión consiste en crear personajes femeninos sin defectos ni malicia, en el que la sexualidad pierde terreno en las series masivas, asustadas por esa reversión siglo XXI del puritanismo que es la cultura de la cancelación, Bridgerton nos presenta una serie de personajes diversos, a las que podemos amar, odiar y sentirnos identificadas.
Chicas que quieren casarse, que quieren tener una carrera, que tienen miedo de que nadie las invite a bailar, que no saben de dónde vienen los bebés, que se preocupan por su status social, que mienten, que chismorrean. Y, por sobre todas las cosas, quieren coger. La sexualidad femenina, construida desde el ritual del cortejo, el “slow burn”, las miradas, las manos y las declaraciones apasionadas, se convierte en la verdadera protagonista.
Entre todos los personajes hay uno que tiene un potencial hasta revolucionario. No me refiero a Eloise (Claudia Jessie), una reversión de cualquier heroína de Jane Austen, si no a la protagonista de la próxima temporada, Penélope Featherington (Nicola Coughlan). Penélope es una chica tímida en una familia ruidosa y chabacana, obligada a vestir los colores chillones que su madre elige y no la favorecen. Una chica casi invisible, eternamente relegada a la friend zone por su amor imposible, Colin Bridgerton (Luke Newton).
Spoiler Alert
Secretamente, Penélope es Lady Whistledown, una especie de Gossip Girl de la sociedad londinense, quien publica un panfleto que ventila secretos e intimidades de las familias más renombradas, incluyendo la suya propia y, por supuesto, los Bridgerton. Nada de esto parece demasiado original ni interesante, excepto porque Penelope Featherington es gorda.
Cuando Netflix anunció que la tercera temporada no seguiría el orden de los libros (en el que el tercero corresponde a la historia de Benedict, el segundo hermano, interpretado por Luke Thompson) sino que saltaría directamente a la trama de la cuarta entrega, despertó todo tipo de emociones en los fanáticos de Polin (el nombre del ship, la relación, de Colin y Penélope). Pero además, también, abrió un mundo de posibilidades en cuanto a representación.
La serie ya había sido aclamada y criticada por la inclusión de personajes de color en la alta sociedad inglesa, incluyendo a la reina Charlotte (Golda Rosheuvel, cuya etnia es una discusión historiográfica en sí misma), pero poner al personaje interpretado por Nicola Coughlan (Derry Girls) al frente de la producción erótica más vista del momento significaría subir la apuesta y ser pionera en el género.
En la ficción escrita por hombres, la sexualidad de las mujeres gordas directamente ha estado ausente, excepto para ser explotada como recurso cómico. Personajes gordas deseantes y cachondas, como Thalia, la musa gorda en Hércules (1997) o el personaje de Melissa McCarthy en Bridesmaids (2011) se han convertido en un tropo de la comedia, en el que el deseo de la gorda (quien, por supuesto, difícilmente es objeto de deseo) es algo gracioso o ridículo. Si bien en el mundo de las novelas románticas hemos visto una explosión de diversidades corporales en los últimos años -como por ejemplo la saga de las hermanas Brown, escrita por Talia Hibbert– la realidad es que el cine y la televisión han logrado diversificar en materia étnica sin dejar atrás cánones hegemónicos de belleza o edad.
Lo mejor que podemos encontrar son historias en las que la protagonista es amada, a pesar de su tamaño, de una manera más bien virginal. Es por esto que la tercera temporada de Bridgerton podría ser la mayor oportunidad desde que, en aquellos años maravillosos y terribles que fueron los tempranos 2000, los productores de Bridget Jones nos quisieron hacer creer que Renee Zellweger después de comerse un docena de donas estaba gorda.
Qué podemos esperar
No es mucho lo que sabemos de la tercera temporada y, a estas alturas, la serie se ha separado tanto del material original que son pocas las pistas que podemos buscar allí. Poco después del estreno de la segunda temporada (que rompió todos los records que había establecido la primera), Netflix sacó un vídeo promocional en el que anunciaban que Colin y Penélope serían los protagonistas de esta tercera entrega. En él, ambos personajes se suben a un carruaje, lo que podría ser un guiño a una de las escenas eróticas más importantes de la novela.
Sin embargo, con la identidad secreta de Penélope revelada por su amiga Eloise al final de la segunda temporada, el status quo planteado es bastante diferente, sumando una carga dramática mucho mayor a la narrativa bastante más ligera del libro. Además, los hechos de la novela transcurren varios años después, cuando Penelope lleva casi 10 años en el mercado matrimonial y ya es considerada una solterona con todas las letras. Y, además, ha bajado de peso (obvio), algo que, por suerte, no es probable que veamos en la versión televisiva.
Casi todos los hermanos Bridgerton vuelven a interpretar sus roles, excepto por Francesca Bridgerton, quien pasará a ser interpretada por Hannah Dodd (Anatomy of a Scandal) ya que la anterior actriz, Ruby Stokes, será la protagonista de la nueva serie de Netflix, Lockwood & Co. También veremos volver a Simone Ashley (Kate Sharma-Bridgerton), Adjoa Andoh (Lady Danbury) y Golda Rosheuvel (la reina Charlotte). Además, se han anunciado tres nuevas adiciones: Daniel Francis (Stay Close), Sam Phillips (The Crown), and James Phoon (Wreck).
Netflix aprovechó su evento mundial Tudum para lanzar un adelanto sobre la tercera temporada de Bridgerton y -si bien aun no confirmaron su fecha de estreno- la experiencia indica que esta se encontraría en los primeros meses del año que viene, justo para calentar un poco el ambiente en el invierno del Norte. El momento es ahora, el fandom lo pide y la oportunidad está al alcance de la mano. Solo es cuestión de ver si la plataforma toma la posta y se anima a romper el tabú del erotismo de los cuerpos gordos. Las fichas están puestas, le toca jugar a Netflix.
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