Hace unos días, Apple TV+ confirmó lo que muchos temíamos (aunque secretamente lo sospechábamos desde el final de la temporada 4): Mythic Quest no tendrá una quinta entrega. En un contexto donde las cancelaciones caen como misiles —rápidas, sin explicación y con apenas un tuit de despedida—, la serie creada por Rob McElhenney, Charlie Day y Megan Ganz se bajó de la plataforma sin demasiados aspavientos. Y sin embargo, su legado está lejos de diluirse.
Estrenada en 2020, Mythic Quest sigue el día a día de un excéntrico equipo que trabaja en el desarrollo de un videojuego multijugador online súper popular. En el centro de todo están Ian Grimm (Rob McElhenney), el narcisista y carismático director creativo, y Poppy Li (Charlotte Nicdao), la brillante ingeniera a cargo de que el juego realmente funcione. A su alrededor orbitan personajes igual de entrañables, como la jefa de recursos humanos Carol (Naomi Ekperigin), el productor Brad (Danny Pudi) y el guionista frustrado convertido en editor David (David Hornsby).
Aunque el universo gamer es el telón de fondo, la serie nunca se limitó a los códigos del gaming: lo que verdaderamente la sostuvo fue su mirada sobre el ego, la ambición, la creatividad como motor y las amistades que se forman en lugares inesperados.

Mythic Quest fue mucho más que una comedia sobre un estudio de desarrollo de videojuegos. Fue una serie sobre lo que significa trabajar en equipo y dejar una marca en algo (o en alguien). Detrás del cinismo y los chistes internos del mundo tech, había una calidez inesperada, un corazón que latía fuerte en esos episodios más “chiquitos”, los que no giraban en torno al juego en sí, sino a las personas que lo hacen posible.
Cuando la serie comenzó, muchos de nosotros entramos esperando una comedia laboral ligera sobre el detrás de escena de un estudio de videojuegos. Pero Mythic Quest fue mucho más allá. McElhenney sabe muy bien cómo darle espacio a la reflexión sin caer en lo solemne, y lo hace con un humor tan afilado como sincero.

La cuarta temporada —que ahora sabemos fue la última— logró cerrar ciclos sin perder la esencia (ni la coherencia). Los personajes, como Ian y Poppy, se reinventan, se equivocan, pero también crecen en esta temporada más madura, más introspectiva. Como si todos —tanto los personajes como los guionistas— supieran que el juego estaba por terminar.
Historias inolvidables
Uno de los grandes logros de la serie fueron sus episodios embotellados. Estos capítulos, que se alejaban por completo de la narrativa principal para adentrarse en historias más personales o desconectadas del estudio, demostraron que Mythic Quest no solo podía hablar de videojuegos, sino también de los seres humanos detrás de ellos.
En especial Backstory! —una joyita total de la temporada 2—, que narra la juventud de C.W. Longbottom (F. Murray Abraham) en los años setenta, cuando intenta abrirse paso en el mundo de la ciencia ficción. La estética retro, el aire melancólico y las tensiones entre amistad, competencia y racismo en el mundo editorial hicieron de ese episodio una especie de cortometraje inolvidable.

Lo mismo pasa con A Dark Quiet Death, de la primera temporada, uno de los mejores capítulos de toda la serie, que relata la creación y destrucción de un videojuego independiente a través de la relación de sus creadores, interpretados por Jake Johnson y Cristin Milioti. Ninguno de estos personajes aparece en el resto de la serie, pero sus historias reverberan, funcionan como reflejos (o advertencias) de lo que viven Ian, Poppy y los demás.
El episodio navideño con Carol y Brad es otra muestra perfecta de lo bien que la serie se manejaba en estos espacios más contenidos. En este,, el foco no estaba en los problemas del estudio ni en la creación de Mythic Quest, sino en dos personajes que, en otra serie, habrían sido completamente secundarios.
Y sin embargo, acá se los muestra tan complejos y vulnerables como cualquiera. Esa pequeña historia no solo es divertida: tiene una carga emocional que la serie aprovecha para hablar de redención y conexión.

A la hora de decir adiós, es inevitable volver al especial pandémico de la temporada 1. Ese episodio, que en manos de otra serie podría haber sido obvio o manipulador, fue un destello de brillantez. Capturó lo que muchas ficciones no supieron retratar: la soledad y la necesidad de contacto humano en un tiempo rarísimo. A través de videollamadas y una ingeniosa edición, Mythic Quest se animó a hablar con sinceridad sobre ese distanciamiento, sin perder la comedia ni su toque de absurdo.
A lo largo de sus cuatro temporadas, la serie cosechó elogios de la crítica especializada y fue destacada como una de las propuestas más sólidas dentro del catálogo de Apple TV+, especialmente por su capacidad para equilibrar comedia absurda con emoción genuina.

Aunque nunca fue un fenómeno de masas, sí fue un favorito de culto entre quienes encontraron en sus personajes una representación poco común: nerds, sí, pero con capas, dilemas y contradicciones reales. Incluso la cuarta temporada debutó con un 100% en Rotten Tomatoes, lo cual hizo que la cancelación de la serie sea aún más desolador.
El final de la serie, sin grandes fuegos artificiales, fue tan acertado como sutil. Mythic Quest no fue una serie para todos, y probablemente esa fue su mayor fortaleza. No apelaba a las masas, sino a quienes se dejaron tocar por sus rarezas.
No todos los finales tienen que ser épicos. Algunos —como este— eligen la ternura, el cierre sereno, el “gracias por jugar”. Y a veces, eso alcanza.
0 comentarios