Durante buena parte de las cinco temporadas anteriores de El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale, 2017-2025), su protagonista June Osborn (Elisabeth Moss) atravesó lo peor de una teocracia distópica para sobrevivir. Además, vivió en carne propia los rigores de ser convertida en una esclava de facto y que su capacidad reproductiva fuera secuestrada por un supuesto y violento bien mayor. De modo que si algo distinguió a la adaptación televisiva de la novela homónima de Margaret Atwood, fue su profusión de escenas violentas, pero sobre todo, la pertinencia de sus principales temas.
De la violencia que impide a las mujeres tener derecho pleno sobre sus cuerpos, hasta la deshumanización legal, pasando por la brutal paradoja de convertir la maternidad en un subproducto tecnificado y refinado, al servicio de ideales religiosos. La serie llevó la premisa del libro a un nivel mucho más elaborado, concreto y total. También, corrigió varios de sus problemas. La novela, escrita en la década de 1980 e inspirada en los regímenes dictatoriales de Europa del Este y América del Sur, jamás prestó verdadera atención a la construcción del universo que rodeaba a su anónima protagonista.

O al menos, no más allá de convertir a la República de Gilead en una cárcel fronteriza en la que el puritanismo arrasó con cualquier libertad y autonomía femenina. Pero la serie producida para Hulu, de la mano de Bruce Miller, delineó un estado de una crueldad inimaginable, reconvertido en una red interconectada de delaciones, violencia y horror. Por lo que June, secuestrada, violada y finalmente, aplastada bajo la bota de la religión convertida en puño de hierro, se convirtió en el centro de la rebelión inevitable en un sistema semejante.
Mucho más, cuando su rebeldía y consciencia de la necesidad de implosionar el sistema draconiano de Gilead procedían de un motivo muy concreto: su hija Hannah (Jordana Blake), absorbida por la cúpula del país y convertida en una futura esposa del país, con todo el horror expeditivo que eso podía suponer. De modo que, a través de cinco entregas, June debió negociar consigo misma, su deseo de libertad en contraposición a una desesperada necesidad de proteger a la niña, que acabó por crecer alejada de ella y en medio de los rigores de una cultura que considera que su cuerpo no le pertenece.
Una conclusión largamente esperada
La temporada seis de la serie, que llega con un considerable retraso de casi 3 años debido a los sucesivos retrasos de la huelga de guionistas y después, de actores, retoma todo lo anterior en un núcleo de brillante emoción y una consciencia muy clara de a qué preguntas debe responder. El regreso a Gilead encuentra al mundo de la producción más fragmentado que nunca, desplomado por una presión interna cada vez más violenta y muy cerca de un estallido total. De la misma manera que en la temporada cinco, la teocracia está luchando con la posibilidad de mantenerse en pie, aliviando el inevitable conflicto gracias a la isla de Nueva Belén, ideada por el comandante Lawrence (Bradley Whitford).

Por otro lado, June se encuentra, de nuevo, en la encrucijada complicada de renunciar a Hannah y recomenzar su vida en Canadá. O al menos, en cualquier otro país que pueda aliviar la carga de refugiados y le permita recuperarse de sus heridas. El personaje, otra vez tiene toda la capacidad y potencia para mostrar la evolución de lo que ocurre a su alrededor. Gilead permanece en su vida, incluso fuera de sus fronteras, por la incapacidad del personaje para desligarse del todo del trauma y lo aprendido en los límites de sus horrores. Que no es otra cosa, que la necesidad imperiosa de destruir un gobierno con tentáculos venenosos que se extienden a los lugares más insospechados y de la manera más tramposa.
Por último, Serena Joy (Yvonne Strahovski) es, otra vez, el puente ideológico, político y diplomático de Gilead con el resto del mundo. La que fuera la mujer más poderosa — o al menos, más simbólica — de la llamada República Divina, tiene ahora en sus brazos a su hijo Noah y comienza a comprender la repercusión de las intenciones de control total de Gilead. Así que la nueva temporada le encuentra luchando por equilibrar sus convicciones y la realidad que la golpea.
El arco de redención de Serena, además, le lleva directamente a colaborar con el comandante Lawrence en la búsqueda de una solución intermedia al problema que plantea Gilead. La teocracia tiene sus días contados, considerado estado opresor por el resto del mundo y con su estructura agrietándose bajo el peso de la corrupción y el abuso. De modo que ambos personajes unen fuerzas en la sexta temporada para convertir a Nueva Belén en una respuesta que permita reestructurar los ideales que, en el origen, animaron a Gilead.

Pero la serie es muy consciente de que la estructura moral de la historia no es tan fácil de negociar. Y para eso está June, decidida a dejar claro que un autoritarismo, con algunas libertades, no deja de ser un régimen cruel. Buena parte de los primeros capítulos de la sexta temporada exploran justamente en el hecho de que la lucha por una libertad completa y justa, pasa por renunciar a la posibilidad de un acuerdo beneficioso.
Paso a paso, June descubre que no tiene otra alternativa que volver a Gilead. Sin embargo, esta vez no lo hará sola ni será una misión suicida. El cuento de la criada construye, entonces, el camino hacia una conclusión que, si bien no es definitiva, es satisfactoria. Un cierre digno, inteligente y bien escrito, para los personajes que, a lo largo de los años, formaron parte esencial del mensaje de la producción.
El adiós — por ahora — a una serie histórica
En 2019, Margaret Atwood publicó Los Testamentos, secuela inmediata de El cuento de la criada y ambientada quince años después de la primera novela. En la actualidad, la adaptación de la obra se encuentra en producción y con toda probabilidad, verá la luz en el año 2026. Por lo que el cierre de la travesía de June en busca de la libertad no es definitivo ni ocurre en la tan esperada temporada seis.

Aun así, El cuento de la criada encuentra la manera de brindar una resolución concreta a la historia que contó a lo largo de más de cinco años. Y lo hace, dándole un nuevo lugar — y una esperanza que sostener — a cada uno de sus personajes. Se trata de un riesgo, porque la mayor parte de la historia — en especial, la olvidable y controvertida temporada cuatro — parecían indicar que solo habría posibilidad de un final con la caída de Gilead. Mucho más, con la destrucción total de cada elemento que sostuvo al régimen. Lo que incluye la camarilla de Comandantes, la cofradía de Tías y al final, cada hombre y mujer en el estado, capaz de sostener la infamia de un horror que canibaliza a los ciudadanos.
La sexta temporada no claudica en esa posibilidad, sino que la hace inevitable, aunque no en las manos de los personajes actuales. A pesar de eso, deja claro que Gilead está herido de muerte. Consumido por su propio veneno y tan cerca del abismo, como para que una sacudida sea capaz de enviar a las ruinas su retorcida forma de vida. Un mensaje más que pertinente en medio de una creciente oleada antiderechos y que, a pesar de su en apariencia tibia despedida, deja claro el carácter subversivo que tiene y siempre tendrá El cuento de la criada. Su mejor herencia a futuro.
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