“La inteligencia artificial reemplazará un 25% de los puestos de trabajo”, “La IA enciende alarmas en el futuro del empleo”. Cunde el pánico en los titulares de diarios y la ciencia ficción llega para aportar más realidad que ficción.
Resistencia, la nueva película dirigida por Gareth Edwards, retrata con un timing perfecto un posible futuro cercano donde Estados Unidos le declara la guerra a la inteligencia artificial y a cualquiera que la avale. Pero por fuera de la gran producción y de la acción en pantalla, plantea una perspectiva esperanzadora al mismo tiempo que distópica.
En este enfrentamiento de humanos versus inteligencias artificiales aparecen las preguntas que atraviesan todo el film: ¿Cuánto vale una vida? Y ¿qué es lo que nos vuelve realmente humanos? Al igual que en el capítulo de Black Mirror de 2016 Men Against Fire, Resistencia retrata que con una guerra de por medio, en el mercado de valores, el primer paso para bajarle el precio a las vidas es volverlas extranjeras, incomprensibles y deshumanizarlas.
En el episodio de la serie de Charlie Brooker, los soldados usan cascos que desconfiguran la percepción del otro, a tal punto que el enemigo es percibido como un grupo de “cucarachas”, una especie de bicho gigante, borroso y peligroso. Esa masa enemiga amorfa al final del capítulo no eran más que otros seres humanos, marginales. Pero mientras Black Mirror llegó en 2011 para alarmar de un futuro que ya estamos viviendo, dejando una angustia espesa al final de cada entrega, Resistencia abre una ventana y trae un poco de aire.
SIMULANTES
Resistencia, a diferencia de Black Mirror, cree que de toda esta novedad se puede sacar algo bueno. Pero no desde el discurso llano de los avances tecnológicos, alargar la vida humana o hacerla más fácil, sino para permitirnos dejar a un lado el antropocentrismo y entregarnos a un vínculo más permeable con el resto del planeta, tanto orgánico como artificial.
En este film de 20th Century Studios, la guerra se libra contra otra especie: inteligencias artificiales. La gran mayoría están diseñadas como robots con dimensiones humanas, pero las más interesantes son las que llaman “simulantes”, un tipo de IA que la única diferencia estética aparente con los humanos es una nuca mecánica. Su diferencia estructural -cables en lugar de sangre y la falta de signos vitales- y al mismo tiempo sus similitudes con los humanos -la habilidad para sentir y razonar- ponen de manifiesto que tal vez hay un gris habitable entre lo humano y lo artificial.
Este gris es evidente en el ida y vuelta de insumos entre humanos y simulantes. Por un lado, los simulantes necesitan no solo de la creación de un humano, sino también de miles de personas que donaron su apariencia para dotarlos de un rostro, mientras que por el otro, Joshua, el protagonista, puede luchar en esta batalla gracias a una pierna y un brazo artificiales ¿Eso no vuelve a Joshua un cyborg entonces?
Sin embargo la pregunta más profunda para determinar dónde termina lo humano y comienza lo artificial la trae un artefacto del ejército de Estados Unidos. Colonel Howell (Allyson Janney) lleva consigo un dispositivo capaz de cargar toda la información de un humano en una suerte de pendrive y conectarlo a un cuerpo de IA. Como si en el meme de los niños que para estudiar se pasan información de un iPad o libro al cerebro se pudiera hacer realidad, pero al revés. Cuando esa información humana se carga en la máquina, esta IA ya dejó de ser artificial y ese humano dejó se ser materia orgánica.
Así como en el Hombre bicentenario (1999) y en Ex machina (2014), la película da la posibilidad de ir comprendiendo minuto a minuto eso que en un principio resulta ajeno y extraño. Los protagonistas de estas historias se van volviendo más sensibles y humanos a medida que corre el tiempo. En Resistencia, en la guerra Oriente-Occidente, Estados Unidos ataca con un arma nuclear y Nueva Asia con una Inteligencia Artificial en forma de niña: Alphie. En este caso la protagonista atraviesa un arco similar: en principio ni siquiera habla inglés y no está subtitulada, por lo que se vuelve incomprensible hasta que no evoluciona su vínculo con Joshua.
PAPÁ POR ACCIDENTE
La sensibilidad y la empatía con los personajes en pantalla no se construye sola y esta producción recurre a la fórmula que para Stranger Things (2016-) y The Last Of Us (2023) fue un éxito: papá por accidente. En la segunda temporada de Stranger Things, una Eleven que atraviesa la pubertad y un Hopper que tiene que aprender a criar a una adolescente con poderes funcionan como el combo que es casi un paréntesis de comedia entre tanto drama, o como lo llamó Jorge aka Te lo resumo: la sitcom Mi hija es una mutante.
El protagonista de Resistencia, Joshua (John David Washington), es un varón que fue sensible, se enamoró, estuvo a punto de formar una familia y lo perdió todo así que ahora se convirtió en un hombre hermético y desanimado. Por otro lado, Alphie es una niña huérfana al mismo tiempo que una inteligencia artificial con el poder de acabar una guerra.
Tal vez por la diferencia de edad, la calidad del guion o la extensión que permite una serie, tanto Eleven (Millie Bobbi Brown) en Stranger Things como Ellie (Bella Ramsey) en The Last Of Us son personajes más complejos que son conscientes del poder que tienen en sus manos. En ellas hay dudas y conflictos alrededor de ser la niña que tiene que arriesgar la vida para salvar el mundo. Aunque Madeleine Yuna Voyles interprete con carisma a Alphie, el personaje no profundiza en ese aspecto.
Que esta dupla sea la que sostiene la unión de los dos mundos, también puede leerse como una revalorización de que lo más humano de los humanos, está en la niñez. Con Alphie, Resistencia invita a abrazar la fragilidad, la sensibilidad y la apertura a conectar y convivir con la diferencia, dejándose atravesar al igual que Joshua se deja atravesar por la niña.
Muchas otras películas han abordado los mismos temas. Algunas incluso con mejor calidad, ritmo y con más corazón. Pero este film vale la pena porque pone sobre la mesa el debate sobre nuestro vínculo no solo con la inteligencia artificial, sino con todo aquello distinto en un presente donde es necesario repreguntase estas cosas. Sobre el vínculo humano con la novedad, con otras especies que habitan el mismo planeta, con la violencia, con otras vidas y hasta con los objetos. Al final de todo, por ahí es solo una invitación a convivir más en paz.
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