Amor agridulce

“Good Omens” de Neil Gaiman y un regreso a puros sentimientos encontrados

La segunda temporada de la serie amplía el universo original, pero de manera más inocente y menos elaborada. ¿Se nota la ausencia de Terry Pratchett?

por | Ago 5, 2023

Una de las grandes incógnitas sobre la segunda temporada de Good Omens (2019-), era hasta qué punto podría ser fiel al material original. Después de todo, la primera entrega está basada en una de las colaboraciones literarias más famosas de la literatura fantástica contemporánea. El difunto y querido escritor Terry Pratchett unió con fuerzas con Neil Gaiman para contar la historia de un ángel y un demonio que intentan salvar a la Tierra del Apocalipsis, esencialmente porque es su lugar favorito en todo el universo.

Con picardía, llena de todo tipo de simbolismo profundo y por último, un homenaje directo a la curiosa forma en que Pratchett concebía el amor romántico, no hubo necesidad de mencionar que el ángel Aziraphale y el demonio Crowley estaban unidos por algo más que solidaridad.

También, había entre ambos una profunda conexión espiritual e intelectual. Algo que ponía a prueba los límites del bien y del mal contemporáneo, las graduaciones de grises entre ambas cosas y el profundo sentido de la lealtad entre enemigos naturales.

Aziraphale sabía que el mundo merecía una segunda oportunidad, a pesar de sus errores y dolores. Crowley no estaba tan seguro, pero la vida humana era un precioso objeto de estudio para su curiosidad eterna. De modo que unían fuerzas y a la vez, una línea sutil de un destino destinado a sostenerles a ambos, como una mirada hacia el futuro, la irreverencia de comprender que la fe es un hecho personal y finalmente, los lugares desconocidos de una complicidad que se hacía más profunda y complicada de entender.

Parte del éxito de la primera temporada de Good Omens se basó, esencialmente, en mostrar la misma dinámica entre sus protagonistas. Aziraphale (Michael Sheen) y Crowley (David Tennant) decidieron que la Tierra, en toda su infinita locura, equivocaciones, violencia y caos, merecía ser salvada. Justo por toda la belleza de ese campo de exploración de matices morales que les define a ambos, casi por carambola.

Adaptada por el propio Gaiman para la pantalla chica, la serie captó la tensión latente entre sus personajes, la dibujó como un límite entre extremos y después, le brindó la oportunidad de crecer. Un ángel tímido y un demonio descarado que se conocían muy bien, decidieron que lo mejor era mantener ese paraje que los unía, intacto. De modo que la raza humana sobrevivió — sin saberlo y preverlo — a un cataclismo cósmico, gracias a la socarrona bondad de un Caído y la amabilidad recalcitrante de un miembro de las huestes infernales. Punto final. 

El secreto del amor está en todas partes 

Por supuesto, la evidencia que lo que unía a Aziraphale y Crowley era algo más que una amistad por conveniencia, estaba en todas partes. Pero de la misma manera que en el libro, Gaiman tuvo el cuidado de no mostrar demasiado y otorgar un enorme significado a las pocas cosas que sí mostró. De modo que el ángel y el demonio compartían conversaciones, risas, chistes privados, dolores, preocupaciones y recuerdos. Pero jamás rebasaron la línea del vínculo discreto pero poderoso, que los enviaba a un lugar desconocido de la Creación.

Justo esa es la falla de la segunda temporada de Good Omens. El guion, creado a partir de todo tipo de notas, resúmenes y borradores para una secuela literaria escritas por Pratchett y Gaiman, conserva la ternura de la primera entrega, pero muy poco de su magia. Eso, a pesar de que su calidad técnica aumentó y sin duda, hubo un hincapié en lo íntimo de la relación entre Aziraphale y Crowley. Sin embargo, el problema radica en que esa atención a una relación que siempre se mantuvo entre lo sutil y conversaciones interminables, termina por ser, ahora, algo obvio. 

Desde personajes que hacen comentarios impertinentes y forzados acerca de las curiosas tertulias existencialistas del ángel y el demonio, hasta el esfuerzo de la trama por mostrar el amor. La serie perdió la capacidad para ser una discreta alegoría sobre la belleza de las causas perdidas que son románticas en su cuidadoso equilibrio. También, del teorema del secreto, la búsqueda del bien y al final, el triunfo de los pequeños lugares apacibles que terminan por ser tan potentes como la atracción física. 

Good Omens olvida que Aziraphale y Crowley no son hombres humanos, que su soledad y complicidad está unida a la potestad del universo y el poder de lo no creado y lo existente. Criaturas míticas, unidas por pequeños dolores humanos, que terminan por ser la conclusión de la distancia entre el cielo y el infierno.

Pero aunque el argumento — también escrito por Neil Gaiman — analiza su propia mitología, no llega a tener el refinamiento de Pratchett para la ironía casual e inteligente. Esta vez, el ángel y el demonio bailan uno alrededor del otro, aturdidos por la novedad del sentimiento humano que los une. Incluso el argumento retrocede para replantearse preguntas que antes no estaban ahí. 

Lo que implica profundizar en el pasado de sus personajes. Si antes les había mostrado en un amplio recorrido por el Edén bíblico, ahora va más atrás. Lo que le lleva al instante mismo del Big Bang. A la nada de la existencia, en la que Crowley era un ángel y desde entonces, amaba la creación. Aziraphale era el mismo. ¿Cuál es la moraleja? La secuencia ofrece toda la información necesaria para sustentar la trama en adelante, aunque falla en ser tan explícita como para dejar claro que esa génesis del universo, lo es a la vez, de una relación destinada a ser eterna. 

Más pequeña, más amable y singular

En esta ocasión, la trama es más pequeña, íntima y enfocada en lo emocional. Grabada durante la emergencia sanitaria ocasionada por el COVID, es evidente que la producción intentó manejar la circunstancia reduciendo sus ambiciones. Quizás, eso tuvo relación con la decisión de volver evidente el amor entre sus protagonistas y llevar el conflicto a un choque inevitable. 

Incluso la subtrama de la temporada, que muestra al arcángel Gabriel (Jon Hamm) sin memoria y convertido en una especie de sonriente ingenuo, solo marca la dirección de un amor que se construye con apresurada necesidad de justificarse a sí mismo. Con un aire melancólico ligeramente parecido a Sandman, el argumento se concentra en cómo el ángel y el demonio se compenetran mucho más. 

Al contrario de la anterior temporada, en que la relación entre ambos estaba delimitada con cuidado como una amistad, ahora todo es más difuso. Aunque nunca hay una explicación — o confirmación — de lo que ocurre entre ambos hasta el final mismo de la temporada, es evidente que es mucho más que solo cercanía de intereses. Todo está más claro para Crowley, protector y despreocupadamente cariñoso. Pero Aziraphale todavía navega en la sensación de traición a sus ideales o al menos, a un orden sacrosanto.

Para su asombrosa, dolorosa y dura escena final, Good Omens perdió parte de su encanto en favor de una historia mayor. ¿Era necesario? Quizás, la pregunta es más cercana a lo simple. ¿Era inevitable que algo así ocurriera luego de perder a Terry Pratchett? Lo más probable es que sí. Un pensamiento doloroso que marca el comienzo de una saga, en la que es notoria un corazón real. 

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